Los acontecimientos del 26 de julio de 1953

El 10 de marzo de 1952 con un alevoso golpe de Estado Fulgencio Batita y Zaldívar se adueñó de las riendas de Cuba, donde impuso una feroz dictadura que costó mucha sangre de los cubanos que se le opusieron.

El joven abogado Fidel Castro Ruz fue uno de sus principales oponentes. Para enfrentarlo organizó una audaz acción. Agrupó hombres fieles a la causa y el 26 de julio de 1953, con solo 131 combatientes atacaron los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, la segunda fortaleza militar de la Isla, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.

La acción fue acometida por esa pléyade de valientes jóvenes, liderados por Fidel. Aunque no lograron el éxito esperado, pasó a la historia como la Generación del Centenario.

El grupo de revolucionarios, inferiores en armas y combatientes no pudieron tomar la fortaleza. La orden del tirano fue tajante: eliminar a diez revolucionarios por cada soldado del régimen muerto en combate. La masacre se generalizó y fueron asesinados la mayoría de los asaltantes. Los sobrevivientes fueron detenidos tras feroz cacería, enjuiciados y condenados a prisión.

El líder revolucionario se propuso producir cambios radicales en el país y para ello no quedaba otro camino que empuñar las armas para derrotar al despiadado gobierno del general Batista. El dictador controlaba todo, e imponía una bestial represión policial ante cualquier actividad de la oposición, incluidas las pacíficas. La crisis política apuntaba, aceleradamente, a un callejón sin salida.

La situación de Cuba era muy compleja en temas tan puntuales como la salud, la educación y el trabajo. Los pobres no tenían acceso a los medios de vida indispensables y sufrían todo tipo de maltratos y vejaciones. Un triste panorama empañaba la vida del cubano común. Y Fidel se propuso cambiar el panorama nacional.

Preparativos para el asalto

El Moncada fue seleccionado por los revolucionarios al mando de Fidel por varios motivos:

Por ser la segunda fortaleza militar del país, ocupada por unos mil hombres; por su lejanía de La Habana dificultaba el envío de ayuda a las tropas acantonadas; por estar Santiago de Cuba situada en la costa sur, junto al mar, y rodeada de montañas, y por ser Oriente donde se habían iniciado las tres guerras independentistas en el siglo pasado que se habían librado en la nación antillana.

En ese heroico territorio ocurrieron insurrecciones populares en varios momentos del período republicano —incluso durante la revolución de 1933—; incluso sus montañas eran conocidas por la resistencia armada de los campesinos frente a los latifundistas, y su pueblo se caracterizó siempre por un espíritu de rebeldía, debido a lo cual la zona era llamada “el Oriente indómito”.

El plan de ataque fue elaborado en absoluto secreto. Además de Fidel, solo era conocido por dos compañeros de la dirección del movimiento y su responsable en Santiago de Cuba. Los demás sabían de un combate decisivo, pero ignoraban cual era exactamente el lugar.

La misma compartimentación se mantuvo al estructurar el movimiento: se hizo en forma de células y se observaban estrictamente las normas de seguridad que exigía su carácter clandestino, sin lo cual no era posible concretar accione victoriosas. Contaba con dos comités de dirección: uno militar, al mando de Fidel, y otro civil, dirigido por Abel Santamaría. Y se trataba, además, de una organización selectiva. Por orientaciones de Fidel, sus miembros se reclutaron entre las clases y sectores humildes de la población: obreros, campesinos, empleados, profesionales modestos. Eran hombres y mujeres preferentemente jóvenes, ajenos a toda ambición, no infectados por el anticomunismo ni por las lacras y vicios de la política tradicional. A principios de 1953, el movimiento contaba aproximadamente con 1 200 integrantes.

Las armas, los uniformes y los recursos necesarios para la lucha se obtuvieron sin recurrir a la ayuda de personas acaudaladas ni de políticos corrompidos. Su adquisición fue posible fundamentalmente por la voluntad y el sacrificio personal de los propios combatientes.

Un joven vendió su empleo y aportó 300.00 pesos a la causa; otro liquidó los aparatos de su estudio fotográfico, con los que se ganaba la vida; otro más empeñó su sueldo de varios meses y fue preciso prohibirle que se deshiciera también de los muebles de su casa; éste vendió su laboratorio de productos farmacéuticos; aquel entregó sus ahorros de más de cinco años, y así se sucedieron los casos de abnegación y generosidad.

Para asegurar la acción se alquiló una pequeña finca de recreo, la granjita “Siboney”, situada en las afueras de Santiago de Cuba, con el supuesto fin de dedicarla a la cría de pollos. En ella se situaron las armas, los uniformes y los automóviles que se utilizarían en el asalto a las dos fortalezas militares, donde también se concentraron los combatientes.

Para llevar a cabo la acción fue escogido el domingo 26 de julio y por estar de carnavales la ciudad de Santiago de Cuba, fiesta a la que tradicionalmente asistían personas de diferentes puntos de la Isla, por lo cual la presencia de jóvenes de otras provincias no sería extraño.

La acción

Un grupo de jóvenes, liderados por Fidel Castro, se colocaron a la vanguardia en el ataque al Moncada, en Santiago de Cuba, mientras que otro, al frente del cual estaba Raúl Castro Ruz asaltaron el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo.

Cuando todos estuvieron listos, se le dio lectura al “Manifiesto del Moncada”, redactado por el joven poeta Raúl Gómez García bajo la orientación de Fidel. Gómez García leyó sus versos “Ya estamos en combate” y Fidel les dirigió esta brevísima exhortación:

«Compañeros: Podrán vencer dentro de unas horas o ser vencidos; pero de todas maneras, ¡óiganlo bien, compañeros!, de todas maneras el movimiento triunfará. Si vencemos mañana, se hará más pronto lo que aspiró Martí. Si ocurriera lo contrario, el gesto servirá de ejemplo al pueblo de Cuba, a tomar la bandera y seguir adelante. El pueblo nos respaldará en Oriente y en toda la isla. ¡Jóvenes del Centenario del Apóstol! Como en el 68 y en el 95, aquí en Oriente damos el primer grito de ¡Libertado o muerte! Ya conocen ustedes los objetivos del plan. Sin duda alguna es peligroso y todo el que salga conmigo de aquí esta noche debe hacerlo por su absoluta voluntad. Aún están a tiempo para decidirse. De todos modos, algunos tendrán que quedarse por falta de armas. Los que estén determinados a ir, den un paso al frente. La consigna es no matar sino por última necesidad.»

Los hombres armados poco después de las 4:00 de la madrugada comenzaron a salir en los autos hacia Santiago de Cuba.

Los grupos dirigidos por Abel y Raúl cumplieron su objetivo: la toma del Hospital Civil y la Audiencia. El grupo principal, dirigido por Fidel, llegó según lo previsto hasta la posta 3, la desarmó y traspuso la garita, pero una patrulla de recorrido que llegó inesperadamente, y un sargento que apareció de improviso por una calle lateral, provocaron un tiroteo prematuro que alertó a la tropa y permitió que se movilizara rápidamente el campamento. La sorpresa, factor decisivo del éxito, no se había logrado. La lucha se entabló fuera del cuartel y se prolongó en un combate de posiciones.

Los asaltantes se hallaban en total desventaja frente a un enemigo superior en armas y en hombres, atrincherado dentro de aquella fortaleza. Otro elemento adverso, también accidental, fue que los atacantes no pudieron contar con varios automóviles donde iban las mejores armas, pues sus ocupantes se extraviaron antes de llegar al Moncada en una ciudad que no conocían. Comprendiendo que continuar la lucha en esas condiciones era un suicidio colectivo, Fidel ordenó la retirada. Al mismo tiempo que esto ocurría en Santiago, 28 revolucionarios asaltaban al cuartel de Bayamo, operación que también fracasó.

Después del asalto

Tras la fallida acción en ambos cuarteles y replegarse los combatientes y de andar por aquellos parajes, Fidel Castro Ruz es hecho prisionero por el teniente sarría, quien lo protegió y entregó a los tribunales. Por eso salvó la vida el líder revolucionario.

Después de estos hechos, la dictadura reaccionó con una brutal represión. Batista decretó el estado de sitio en Santiago de Cuba y la suspensión de las garantías constitucionales en todo el territorio nacional; clausuró el periódico “Noticias de Hoy”, órgano del Partido Socialista Popular, y aplicó la censura a la prensa y la radio de todo el país. Creaba así las condiciones para lanzar a los cuerpos represivos con violencia y sin riesgo de publicidad contra la rebeldía popular.

Excepto unos pocos combatientes que pudieron escapar ayudados por el pueblo, casi todos los demás fueron capturados y gran parte de ellos asesinados en los días sucesivos. Sólo seis asaltantes de los dos cuarteles habían perecido en la lucha; pero las fuerzas represivas del régimen asesinaron a 55, y a dos personas ajenas a los acontecimientos.

Además, a diferencia del trato humano dado por los revolucionarios a los militares que cayeron en su poder, los asaltantes prisioneros fueron torturados antes de ser ultimados, y después se les presentó como caídos en combate. Más tarde, ante el tribunal que lo juzgaba, Fidel denunciaría el crimen:

«No se mató durante un minuto, una hora o un día entero, sino que en una semana completa, los golpes, las torturas, los lanzamientos de azotea y los disparos no cesaron un instante como instrumento de exterminio manejados por artesanos perfectos del crimen. El cuartel Moncada se convirtió en un taller de tortura y muerte, y unos hombres indignos convirtieron el uniforme militar en delantales de carniceros».

Los crímenes cometidos en esos días por el régimen los denunció Fidel en su alegato de autodefensa La historia me absolverá. Allí pasó de acusado a acusador y denunció todos los males que hacían sufrir al pueblo cubano.

Después del triunfo de la Revolución el 1ro de enero de 1959, el cuartel Moncada fue convertido en una ciudad escolar que tomó el nombre de «Ciudad Escolar 26 de julio» y un espacio de ella se dedicó a un museo sobre los hechos relacionados con el asalto.

Publicado Por: Adrián González

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