Por Anabel Martín García
El 28 de octubre de 1959, la desaparición en el mar del Comandante Camilo Cienfuegos Gorriarán conmocionó a la naciente Revolución Cubana. Perdía la vida de uno de sus líderes más carismáticos y queridos. Ese día, el pueblo, en una muestra espontánea de dolor, llenó de flores los ríos y las costas como tributo a su héroe.
Hablamos del joven de Lawton, hijo de un sastre anarquista, cuya sensibilidad social despertó desde temprano. Antes de convertirse en leyenda, fue un estudiante de Bellas Artes en San Alejandro que tuvo que abandonar sus estudios por necesidades económicas, y un obrero que emigró a Estados Unidos en busca de mejor fortuna, solo para encontrar su verdadero camino en la lucha revolucionaria.
Su determinación lo llevó a México, donde se unió a Fidel Castro como expedicionario del yate Granma. Tras el desembarco y el revés de Alegría de Pío, su valor se forjó en la Sierra Maestra, donde ascendió de soldado a teniente y luego a capitán bajo el mando del Che Guevara, destacándose en combates cruciales como el del Uvero, donde resultó herido.
Su audacia como jefe guerrillero quedó demostrada cuando, en marzo de 1958, se convirtió en el primer oficial rebelde en operar fuera de la Sierra Maestra, llevando la guerra a los llanos del Cauto. Esta hazaña le valió el ascenso a Comandante y el mando de la Columna 2 «Antonio Maceo».
En la ofensiva final, Fidel Castro le encomendó una misión histórica: invadir el occidente de Cuba al frente de la Columna Invasora No. 2, réplica de la gesta mambisa. Tras una penosa marcha, liberó el poblado de Yaguajay tras nueve días de intenso combate, una victoria que le granjeó el título popular de «Héroe de Yaguajay» y «Señor de la Vanguardia».
Tras el triunfo del 1 de enero de 1959, su lealtad fue crucial. Al mando de Fidel, tomó el Campamento de Columbia y fue designado Jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde. Desde ese cargo, desbarató en octubre de 1959 la intentona contrarrevolucionaria de Hubert Matos en Camagüey, acción que reafirmó su firmeza y dedicación a la Revolución.
Su último discurso público, el 26 de octubre de 1959, se convirtió en su testamento político. Allí, con su proverbial elocuencia, proclamó: «¡Hermanos, la Revolución está hecha, vuestra sangre no cayó en balde!», una reafirmación de su fe inquebrantable en Fidel y en el pueblo cubano.
Su sonrisa franca y sus bromas, conocidas como «camiladas», escondían a un estratega serio y un hombre de profunda lealtad. El Che Guevara lo definió como «el compañero de cien batallas, el hombre de confianza de Fidel en los momentos difíciles».
Camilo Cienfuegos, el héroe de 27 años que prefirió no enfrentar a Fidel ni en un juego de pelota, se convirtió en símbolo eterno. Su figura perdura no solo en monumentos y escuelas, sino en la convicción de que, como dijo Fidel, «Camilo vive y vivirá en el pueblo».
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