Por Diosmel Galano Oliver
Seguro cuando Mario García Menocal, presidente de Cuba en la época de la neocolonia, y el general Freyre de Andrade supieron que eran protagonistas de sátiras, la noticia no les daría mucha emoción.
El encargado de llevarlas a escena fue el pinareño Gustavo Robreño Puente, nacido el 18 de diciembre de 1873, quien destaca dentro de la historia del teatro en el archipiélago como actor, guionista y director.
Su nombre se encuentra entre los fundadores del Teatro Alhambra, en 1900, espacio en el que desarrollaría, junto a otros artistas, una labor creadora que superó las 200 obras; además, su producción literaria abarcó géneros como la narrativa, la poesía y las crónicas periodísticas.
Con su firma llegaron títulos como La madre de los tomates, Ni toros ni gallos, El jipijapa, El ciclón, Napoleón y La emperatriz del Pilar…; aunque afirman los conocedores del medio que la más famosa de todas fue Tin Tan te comiste un pan.
En la intersección de las calles Consulado y Virtudes, en La Habana de la primera mitad del siglo XX, Gustavo Robreño tuvo su cuartel para denunciar los males de una sociedad envilecida por la corrupción de políticos y gobernantes, de ahí que las sátiras resultaran el plato mejor degustado por el público.
El 11 de marzo de 1957 se apagó la vida de Robreño en la misma ciudad que lo vio triunfar y a la que tanto amor le tributara; quedó para siempre inscrito entre las figuras más emblemáticas del teatro popular en Cuba.
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