Este 18 de abril cumpliría el reconocido trovador 53 años, quien nos regaló con su singular reinterpretación de la emblemática Bayamesa un tema de sentido valor patriótico, desde códigos más contemporáneos, volviéndolo a colocar así en la cima de nuestra cultura para el disfrute de las nuevas generaciones.
El impacto de la obra del trovador Eduardo Sosa Laurencio (1972-2025) en la cultura del país fue legitimado este jueves en el Museo Nacional de la Música, al ser donada a la institución por familiares y amigos pertenencias del artista, quien se desempeñaba al momento de su muerte como vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac).
Entre las piezas que engrosan para la posteridad los fondos de la entidad patrimonial se encuentran sus medallas Alejo Carpentier, otorgada por el Consejo de Estado, y distinciones entregadas por el Ministerio de Cultura; su acreditación como Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular en la X Legislatura, así como su tradicional guayabera, prenda que se exhibirá junto a la de otros grandes de la canción trovadoresca cubana como Sindo Garay (1867-1968) y Silvio Rodríguez.
El acto de entrega en el Museo Nacional de la Música sirvió además para compartir anécdotas de varios colegas y amigos sobre Eduardo Sosa, entre ellos la joven trovadora Annie Garcés, para quien el Museo resulta el sitio ideal si se quiere salvaguardar la memoria y legado del creador santiaguero.

«Yo creo que no podía estar en un mejor lugar que este por todos los aportes que hizo en vida a la cultura del país y por todo el rescate que hizo alrededor de la trova cubana. En los últimos años Sosa se encargó de organizar, prácticamente, todos los eventos de trova del país como el de la Canción Política de Guantánamo, el Festival Pepe Sánchez en Santiago de Cuba, el espacio de trova desde las Romerías de Mayo, organizaba Las Tunas, Ciego de Ávila, estaba empezando a hacer un espacio en Camagüey, y su sueño era tener un circuito de trova durante todo el año en la totalidad de la geografía cubana».
La artista reconoce también que el legado más importante que deja Eduardo Sosa es el rescate que hizo de La Bayamesa, con su singular reinterpretación desde códigos más contemporáneos, volviéndola a colocar así en la cima de nuestra cultura para el disfrute de las nuevas generaciones.
Este viernes, cuando cumpliría 53 años de edad, recordamos que en el vasto escenario musical cubano fue una figura singular, cuya voz e impecable afinación tardarán en ser olvidadas.
Como cubano y guajiro nunca dejó su Tumba 7 natal, allá por el II Frente en Santiago de Cuba, nutriendo sus creaciones de esa esencia humilde y fiel, sobre todo, a sus raíces.
Para recordarlo a partir de ahora, además de escuchar sus canciones y encontrar una parte de su patrimonio en el Museo Nacional de la Música, bastará leer los versos de José Martí o encontrarlo en las canciones de Sindo o de Matamoros, así como en el más joven de los trovadores que asista al espacio la Trova sin traba desde el Hurón Azul de la Uneac, organización que prestigió y que consideró sustancial para los artistas, al sostener siempre que «la cultura es la esencia de la identidad y de la nación».
Aunque se fue con su guitarra y su simpatía, antes les cantó a los suyos en los intrincados parajes guantanameros, les llevó su voz y su música a quienes perdieron más que la esperanza, devolviéndole en primer lugar la sonrisa.
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