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Por Anabel Martín García
La mujer que se convirtió en la escultora cubana más importante del siglo XX, cuya obra llena espacios emblemáticos de todo el archipiélago, falleció un 29 de mayo del año 2000. Rita Longa Aróstegui, para quien «La escultura fue amor a primera vista» vivió casi nueve décadas enamorada del arte de las formas.
Había nacido el 14 de junio de 1912 en La Habana y en 1928, al graduarse de bachiller, matriculó el segundo año de la Academia de San Alejandro. Allí recibió apenas dos cursos con el profesor Juan José Sicre. Luego, durante unos pocos meses del año 1930, tomó algunas clases en el Lyceum de La Habana, con la escultora Isabel Chapotín, sin embargo, siempre se consideró a sí misma una creadora de formación autodidacta y trató de infundir a su obra un aire de renovación.
Difícil es ser cubano y no haber estado, al menos por una vez, ante una de sus esculturas. La Virgen del Camino; el Grupo Familiar (los venaditos) a las afueras del Zoológico de 26; la escultura de Guanaroca en Cienfuegos; la bailarina del cabaret Tropicana; Forma, Espacio y Luz, en la fachada principal del Museo de Bellas Artes; la aldea taína de Guamá; la escultura de Hatuey, cuya cabeza sirvió de inspiración para la cerveza homónima; la Fuente de las Antillas, en Las Tunas o El gallo de Morón, en la provincia de Ciego de Ávila forman parte de la huella escultórica que dejó en toda Cuba.
Un cuarto de siglo después del fallecimiento de Rita, perdura su concepción especial de la relación entre la pieza y el espacio, pues como ella misma afirmara: «La escultura no se levanta aislada del mundo, está en un determinado lugar, ocupa un sitio en el cual ha de tener sus simpatías y diferencias. (…) Porque la escultura impone y conforma su ambiente, pero también recibe su influencia».
Fundadora y directora del Taller Guamá, y luego presidenta del Consejo Asesor para el Desarrollo de la Escultura Monumental y Ambiental, Rita irradió magisterio sobre sus colegas, a quienes guio y aconsejó.
Le fue otorgado el Premio Nacional de Artes Plásticas 1995, la Orden Félix Varela en 1996 y el Honoris Causa en el Instituto Superior de Arte y en la Universidad de La Habana en 1997.
En sus prolíficos 88 años de vida, participó en más de diez exposiciones colectivas en Nuevas York y también en otros países de Europa y el Caribe, además de diversas muestras personales organizadas en Cuba desde fines de la década de los años 20 hasta 1997.
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