Por Anabel Martín García
Hoy se cumplen 18 años de la partida física de Vilma Espín Guillois, una de las figuras femeninas más trascendentales de la Revolución Cubana. Ingeniera química de profesión y guerrillera por convicción, su legado pervive no solo en la memoria histórica de la isla, sino en las luchas por la igualdad de género y la justicia social que marcaron su vida. Fallecida un día como hoy en 2007, a los 77 años, su nombre sigue siendo sinónimo de resistencia y emancipación.
Nacida en 1930 en una familia acomodada de Santiago, Espín rompió los moldes de su época. Estudió en el Instituto Tecnológico de Massachusetts y, a su regreso a Cuba, se sumergió en la lucha clandestina contra la dictadura de Fulgencio Batista. Fue enlace clave del Movimiento 26 de Julio en Oriente, colaboró con Frank País y, tras el desembarco del Granma, se unió a la guerrilla en la Sierra Maestra. Allí, su papel como coordinadora de la resistencia urbana la situó en el corazón del proyecto revolucionario.
Tras el triunfo de 1959, Vilma no se limitó a los cargos protocolares. Como presidenta fundadora de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) impulsó políticas que transformaron la vida de millones: campañas de alfabetización, acceso al empleo femenino y leyes como el Código de Familia de 1975, pionero en reconocer la igualdad de género en el hogar. Bajo su liderazgo, la FMC logró que Cuba fuera el primer país en firmar y el segundo en ratificar la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer.
Su influencia trascendió lo doméstico. Como miembro del Comité Central del Partido Comunista de Cuba y del Consejo de Estado, defendió causas como la protección ambiental y la atención a la infancia. Pero fue en el ámbito internacional donde su voz adquirió mayor resonancia. En plena Guerra Fría, representó a Cuba en foros globales, desafiando los estereotipos sobre el Tercer Mundo y llevando la lucha anticolonial a espacios como la ONU.
El ocaso de la URSS y el Período Especial pusieron a prueba sus conquistas. Aunque la crisis económica de los 90 relegó temas de género, Vilma mantuvo su compromiso con los programas sociales, incluso cuando la escasez amenazaba los logros de décadas. Ya enferma, en sus últimos años, siguió abogando por «revolucionar la conciencia» frente a nuevos desafíos, como el machismo persistente o la emigración juvenil.
Hoy, en una Cuba marcada por las presiones económicas, su figura es invocada por todo un pueblo. En Santiago, donde sus cenizas descansan junto a las de Frank País, murales y placas la homenajean. Pero su verdadero monumento está en las cubanas que, gracias a ella, accedieron a universidades, tribunales y laboratorios.
A 18 años de su muerte, Vilma Espín sigue siendo un ejemplo de revolucionaria. Como ella misma dijo: «La Revolución no se hizo para que unos pocos vivan mejor, sino para que todos vivamos con dignidad».
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