Alicia Alonso: aniversario 103 de su natalicio

Evocar la sagrada memoria de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso (1920-2019) la realizó por tres razones fundamentales: el aniversario 103 de su natalicio, las ocho décadas de su debut artístico-profesional en el ballet romántico Giselle, y los 75 años de la fundación de su obra cumbre: el Ballet «Alicia Alonso», devenido Ballet Nacional de Cuba después de 1959.

Mi sentido homenaje a esa gloria de la cultura cubana y universal deseo rememorarla en dos partes: la primera, registra la impresión que, como profesional de la salud mental, me produjo ver bailar por primera vez a la eximia ballerina esa joya del ballet romántico de todas las épocas y todos los tiempos; y la segunda, sintetiza una clase magistral de psicopatología clínica aplicada al exquisito «arte de las puntas», del que Alicia fuera, es y será su máxima expresión estético-artística en todo el planeta.

«Alicia es Giselle y Giselle es Alicia», No creo, honestamente, que —en la lengua cervantina— haya una frase como la del crítico inglés Arnold Haskell, que «atrape» con mayor precisión y exactitud el «arte inimitable» —al decir lezamiano— de Alicia Alonso.

A través de este testimonio, escapado del alma, al igual que la música y la poesía, quiero reflejar —desde una óptica eminentemente objetivo-subjetiva— la impresión que me produjo ver danzar a la eximia ballerina en la sala «García Lorca» del Gran Teatro de La Habana (hoy «Alicia Alonso»), en los lejanos días del año 1974.

Estaba yo recién llegado a la carpenteriana Ciudad de las Columnas, donde conocí a un amante de la danza clásica, y específicamente, fiel seguidor de la fecunda trayectoria artístico-.profesional de Alicia, Mirta Plá, Josefina Méndez, Loipa Araujo y Aurora Bosch, las cuatro joyas del ballet cubano y universal, así como de todas las figuras clave —en aquella época socio-histórica— del Ballet Nacional de Cuba, Patrimonio Cultural de la Nación.

En uno de nuestros «encuentros formalmente informales», ese amigo me invitó a ver bailar a Alicia Alonso, quien interpretó el papel protagónico del ballet romántico Giselle,en el vetusto Coliseo de La Habana Vieja, donde entré por primera vez, y quedé deslumbrado con la fastuosidad de ese edificio decimonónico, pero mucho más cuando vi a aquel ser alado aparecer en el proscenio de la sala «García Lorca» para prestarle pie y alma a la inocente campesina germana, que muere como consecuencia de un desengaño amoroso.

Como psicólogo —no como cronista del BNC, que todavía no lo era, ni siquiera soñaba serlo— lo que más me impresionó de Alicia fue el hecho de que estaba tocada por el ángel de la gracia o de la jiribilla, según José Lezama Lima (1910-1976), porque hay que estar bendecido por el Espíritu Universal, por los dioses del Olimpo o por los orishas afrocubanos, para concluir el primer acto con la caracterización impecable del deceso de Giselle; escena donde Alicia fusiona en cálido abrazo técnica académica, depuradísima, y magistral interpretación teatral, con una sólida base en la psicopatogénesis de un cuadro psicótico agudo, cuyo desenlace es el encuentro con Tanatos (la muerte, en el vocabulario psicoanalítico ortodoxo).

No había rebasado aún los efectos emocionales desencadenados por esa hipnotizadora interpretación, cuando apareció Alicia, convertida en una Willis, personaje etéreo, fantasmal, para danzar con su amado duque de Silesia, encarnado —en aquella función— por el primer bailarín Jorge Esquivel, hasta hacerlo fallecer por mandato expreso de la despiadada Reina de las Willis.

Las sensaciones que generó en mi mundo interior ese abrupto cambio, acaecido en el segundo acto de esa joya del arte danzario de todas las épocas y todos los tiempos, y en el que Alicia deja de ser la dulce doncella enamorada para transfigurarse en un espectro, son similares a las que provoca un encantamiento, embrujo o hechizo.

No sé por qué curiosa asociación libre, mi archivo mnémico evoca las palabras del ilustre autor de Paradiso, al referirse a Alicia Alonso: « […] no ha tenido que formar una escuela [aunque la creó, junto a los maestros Fernando y Alberto Alonso, y es —sin duda— una de las mejores del orbe], bastaba su ejemplo, como decía una gran bailarina española: yo enseño bailando.  No existe la más mínima objeción: Alicia enseñó bailando durante toda su fecunda existencia terrenal.

No creo necesario señalar que salí del teatro fascinado con la forma sui generis de danzar de la cubanísima Alicia, y le agradecí a mi amigo balletómano que me hubiera proporcionado ese inefable placer estético, que sería el preámbulo de lo que, casi tres décadas después, devendría mi pasión profesional por el  «arte de las puntas».

En uno de nuestros «encuentros formalmente informales», ese amigo me invitó a ver bailar a Alicia Alonso, quien interpretó el papel protagónico del ballet romántico Giselle,en el vetusto Coliseo de La Habana Vieja, donde entré por primera vez, y quedé deslumbrado con la fastuosidad de ese edificio decimonónico, pero mucho más cuando vi a aquel ser alado aparecer en el proscenio de la sala «García Lorca» para prestarle pie y alma a la inocente campesina germana, que muere como consecuencia de un desengaño amoroso.

Como psicólogo —no como cronista del BNC, que todavía no lo era, ni siquiera soñaba serlo— lo que más me impresionó de Alicia fue el hecho de que estaba tocada por el ángel de la gracia o de la jiribilla, según José Lezama Lima (1910-1976), porque hay que estar bendecido por el «Espíritu Universal», por los dioses del Olimpo o por los orishas afrocubanos, para concluir el primer acto con la caracterización impecable del deceso de Giselle; escena donde Alicia fusiona en cálido abrazo técnica académica, depuradísima, y magistral interpretación teatral, con una sólida base en la psicopatogénesis de un cuadro psicótico agudo, cuyo desenlace es el encuentro con Tanatos (la muerte, en el vocabulario psicoanalítico ortodoxo).

No había rebasado aún los efectos emocionales desencadenados por esa hipnotizadora interpretación, cuando apareció Alicia, convertida en una Willis, personaje etéreo, fantasmal, para danzar con su amado duque de Silesia, encarnado —en aquella función— por el primer bailarín Jorge Esquivel, hasta hacerlo fallecer por mandato expreso de la despiadada Reina de las Willis.

Las sensaciones que generó en mi mundo interior ese abrupto cambio, acaecido en el segundo acto de esa joya del arte danzario de todas las épocas y todos los tiempos, y en el que Alicia deja de ser la dulce doncella enamorada para transfigurarse en un espectro, son similares a las que provoca un encantamiento, embrujo o hechizo.

No sé por qué curiosa asociación libre, mi archivo mnémico evoca las palabras del ilustre autor de Paradiso, al referirse a Alicia Alonso: « […] no ha tenido que formar una escuela [aunque la creó, junto a los maestros Fernando y Alberto Alonso, y es —sin duda— una de las mejores del orbe], bastaba su ejemplo, como decía una gran bailarina española: yo enseño bailando […]». 1  No existe la más mínima objeción: Alicia enseñó bailando durante toda su fecunda existencia terrenal.

No creo necesario señalar que salí del teatro fascinado con la forma sui generis de danzar de la cubanísima Alicia, y le agradecí a mi amigo balletómano que me hubiera proporcionado ese inefable placer estético, que sería el preámbulo de lo que, casi tres décadas después, devendría mi pasión profesional por el arte de las puntas.

El punto focal o eje central de esta segunda parte gira alrededor del ballet Lydia, estrenado en 1951, y dedicado a una joven, que Alicia conocía, y que padecía una grave afección psíquica.

En la década de los 80 de la pasada centuria, el artista de la plástica, diseñador gráfico y escénico, Ricardo Rey Mena, laureado con la Orden «Félix Varela» de Primer Grado, que otorga el Consejo de Estado de la República de Cuba, me solicitó la búsqueda de una entidad neuropsíquica que se adaptara a las excepcionales potencialidades histriónicas de la eximia ballerina, quien había decidido reponer el ballet Lydia, luego de más de tres décadas de su estreno mundial.

Después de hacer una revisión exhaustiva entre las grandes entidades neuropsíquicas, y sin perder de vista las magistrales condiciones técnico-interpretativas que identificaran a Alicia Alonso en cualquier escenario nacional o foráneo, elegí la psicosis histérica como la entidad nosográfica idónea para que Alicia le prestara pie y alma al personaje de Lydia, en ese contexto coreográfico-dramatúrgico por excelencia.

¿Por qué la psicosis histérica?Para contestar dicha interrogante es necesario caracterizar —desde la vertiente conceptual— qué es la histeria.

De acuerdo con el Glosario Cubano a la Clasificación Internacional de Enfermedades Mentales,la histeria es expresión de una afección psíquica, en cuya evolución se producen frecuentes cambios y alteraciones emocionales, que suelen ir acompañados de convulsiones, parálisis y sofocaciones.

O —con otras palabras— como un estado de intensa excitación psíquica, provocado por una circunstancia o situación anómala, que condiciona el estallido de reacciones exageradas y hace que la persona proyecte sobre el medio circundante —a través del llanto o los gritos— su afectividad enfermiza, lo cual le otorga a dicho estado psicopatogénico un matiz marcadamente dramático.

De ahí, que la histeria pueda presentar dos manifestaciones clínicas fundamentales: lacrepuscular y de conversión.

En la primera, hay toma parcial o total de la conciencia; un signo que puede confundir a los facultativos, y en consecuencia, hacerles formular un diagnóstico de síndrome epiléptico, mientras que, en la segunda, el cuadro clínico puede sugerirles a los galenos la presencia de trastornos neurales de patogenia (causa) orgánico-cerebral o reacciones secundarias al uso de psicofármacos antipsicóticos.

La histeria presenta tres tipos de funcionamiento psicológico en la persona que la padece. Según la interpretación analítica, es posible definir el tipo psicopático como expresión de un trastorno de personalidad, signado por el conflicto con el otroo no yo, y por extensión, con el medio socio-familiar donde el sujeto desenvuelve sus actividades habituales.

El tipo neurótico, como un dilema intrapsíquico que enfrenta el yo, y que desemboca en una confrontación yo (conciencia)-superyó (código ético-moral que regula la conducta del individuo en sociedad, y que responde a las normativas impuestas por la programación socio-.cultural).

Y el tipo psicótico, como la ruptura total con el medio exterior, que trae como consecuencia la sustitución del principio de la realidad por el principio del placer.

Por otra parte, cabría preguntarse ¿por qué Alicia, quien había hecho una interpretación inimitable del personaje de Giselle en esa joya de la danza universal, no replicó la locura de que fuera víctima la inocente campesina germana por engaño del duque de Silesia?

La única explicación plausible es que, Alicia —fiel enamorada de la ciencia— buscó asesoría especializada, porque, en el caso de Giselle, la psicosis que padece la protagonista de ese ballet romántico es de tipo reactivo a una frustración amoroso-sentimental.

En el caso de Lydia, la dolencia psíquica que padece la muchacha es el resultado de una enfermedad mental de naturaleza endógena o alteración ¿bioquímica?, ¿neurofisiógenica?

La psiquiatría, como especialidad biomédica, que estudia los trastornos mentales, no ha podido dilucidar —hasta ahora— la patogenia de la mayoría de las grandes entidades nosográficas (léase: psicosis)

Con apoyo en esas coordenadas teórico-conceptuales, la genial bailarina, tan cubana como universal, elaboró el diseño coreográfico-dramatúrgico del ballet Lydia.

En el proscenio de la sala «García Lorca» del Gran Teatro de La Habana, que desde 2015 lleva su ilustre nombre, Alicia cautivó a los amantes insulares y extranjeros del «arte de las puntas», así como a los colegas de la prensa especializada que cubrieron esa reposición

En dicha puesta, brilló por el equilibrio perfecto que lograra entre la técnica académica, la interpretación teatral, así como la intelectualización y  espiritualización de esos dos elementos esenciales en que se estructura el arte danzario.

Esa interpretación, poco conocida en la fecunda producción intelectual y espiritual de Alicia Alonso en el campo de la danza clásica universal, demostró —con creces— que no solo había inmortalizado a personajes históricos de esa manifestación artística: «Giselle» y «Carmen», sino también a «Lydia», una doncella insular que vivía en las sombras como consecuencia de la afección mental que padecía, y que con ese ballet le insuflaría un haz de luz. ¡Gloria eterna al ánima de Alicia Alonso, quien duerme el sueño eterno en un mundo mágico lleno de música, danza, poesía, luz y color, a donde va el espíritu de quienes —al decir martiano— «aman y fundan»!

Publicado Por: Jesús Dueñas Becerra

Jesús Dueñas Becerra. Ejerce como colaborador la crítica artístico-literaria y el periodismo cultural en varios medios nacionales de prensa, en especial, en la emisora de la familia cubana: Radio Progreso. Su actividad fundamental es la crítica de danza y cinematográfica, así como las artes escénicas y las artes plásticas.

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