«Alicia es Giselle y Giselle es Alicia», No creo, honestamente, que —en la lengua cervantina— haya una frase como la del crítico inglés Arnold Haskell, que sintetice con mayor precisión y exactitud el «arte inimitable» —al decir lezamiano— de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso (1920-2019), para evocar su sagrada memoria en el aniversario 101 de su natalicio.
A través de esta crónica, quiero reflejar —desde una óptica eminentemente objetivo-subjetiva— la impresión que me produjo ver danzar a la eximia ballerina en la sala «García Lorca» del Gran Teatro de La Habana (hoy «Alicia Alonso»), en los lejanos días del año 1974.
Estaba yo recién llegado a la carpenteriana «Ciudad de las Columnas», donde conocí a un amante de la danza clásica, y específicamente, fiel seguidor de la fecunda trayectoria artístico-.profesional de Alicia, Mirta Plá, Josefina Méndez, Loipa Araújo y Aurora Bosch, las cuatro joyas del ballet cubano y universal, así como de todas las figuras «clave» —en aquella época socio-histórica— del Ballet Nacional de Cuba (BNC), Patrimonio Cultural de la Nación.
En uno de nuestros «encuentros formalmente informales», ese amigo me invitó a ver bailar a Alicia Alonso, quien interpretó el papel protagónico del ballet romántico Giselle,en el vetusto Coliseo de La Habana Vieja, donde entré por primera vez, y quedé deslumbrado con la fastuosidad de ese edificio decimonónico, pero mucho más cuando vi a aquel ser alado aparecer en el proscenio de la sala «García Lorca» para prestarle pie y alma a la inocente campesina germana, que muere como consecuencia de un desengaño amoroso.
Como psicólogo —no como cronista del BNC, que todavía no lo era, ni siquiera soñaba serlo— lo que más me impresionó de Alicia fue el hecho de que estaba tocada por el ángel de la gracia o de la jiribilla, según José Lezama Lima (1910-1976), porque hay que estar bendecido por el «Espíritu Universal», por los dioses del Olimpo o por los orishas afrocubanos, para concluir el primer acto con la caracterización impecable del deceso de Giselle; escena donde Alicia fusiona en cálido abrazo técnica académica, depuradísima, y magistral interpretación teatral, con una sólida base en la psicopatogénesis de un cuadro psicótico agudo, cuyo desenlace es el encuentro con Tanatos (la muerte, en el vocabulario psicoanalítico ortodoxo).
No había rebasado aún los efectos emocionales desencadenados por esa hipnotizadora interpretación, cuando apareció Alicia, convertida en una Willis, personaje etéreo, fantasmal, para danzar con su amado duque de Silesia, encarnado —en aquella función— por el primer bailarín Jorge Esquivel, hasta hacerlo fallecer por mandato expreso de la despiadada Reina de las Willis.
Las sensaciones que generó en mi mundo interior ese abrupto cambio, acaecido en el segundo acto de esa joya del arte danzario de todas las épocas y todos los tiempos, y en el que Alicia deja de ser la dulce doncella enamorada para transfigurarse en un espectro, son similares a las que provoca un encantamiento, embrujo o hechizo.
No sé por qué curiosa asociación libre, mi archivo mnémico evoca las palabras del ilustre autor de Paradiso, al referirse a Alicia Alonso: « […] no ha tenido que formar una escuela [aunque la creó, junto a los maestros Fernando y Alberto Alonso, y es —sin duda— una de las mejores del orbe], bastaba su ejemplo, como decía una gran bailarina española: yo enseño bailando […]». 1 No existe la más mínima objeción: Alicia enseñó bailando durante toda su fecunda existencia terrenal.
No creo necesario señalar que salí del teatro fascinado con la forma sui generis de danzar de la cubanísima Alicia, y le agradecí a mi amigo balletómano que me hubiera proporcionado ese inefable placer estético, que sería el preámbulo de lo que, casi tres décadas después, devendría mi pasión profesional por el arte de las puntas.
¡Alicia Alonso no solo es magia y misterio, sino también nuestra más eminente artista escénica de todas las épocas y todos los tiempos!
Nota
- Pedro Simón y José Ramón Neyra (compiladores). Prosas cubanas por Alicia Alonso. La Habana: Ediciones UNIÓN, 2019: p. 57.