Una vez más, los primeros bailarines Anette Delgado y Dani Hernández vuelven a ser objeto de atención por parte de este cronista, quien ha seguido —con afecto y respeto ternísimos, al decir del Apóstol— la exitosa carrera artístico-profesional de esas figuras insignia del Ballet Nacional de Cuba (BNC), Patrimonio Cultural de la Nación, que dirige la primera bailarina Viengsay Valdés.
Esos jóvenes bailarines, cuyo diálogo corporal trasciende la escena nacional o foránea, participaron en una gira por la península ibérica, dedicada al centenario del natalicio de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso (1920-2019).
¿Qué significó para ustedes consagrarse en cuerpo, mente y alma al arte danzario desde edades tan tempranas de la vida?
Anette Delgado (AD). Cuando era una niña, acudí a una función en el municipio especial de la Isla de la Juventud, y fue ahí cuando, cautivada por la destreza y la belleza de la coreografía del maestro Alberto Méndez, Premio Nacional de Danza, con el ballet Muñecos, les dije a mis padres: yo quiero ser bailarina.
Indudablemente, se renuncia un poco a la infancia, ya que esta es una profesión bastante abnegada. Durante los cinco años de nivel elemental estuve en la enseñanza nocturna y terminaba a las 10 de la noche. Entonces, me perdía los juegos propios de una niña de nueve años
Dani Hernández (DH), Yo percibí la fuerza y la agilidad de una pareja mientras practicaba ejercicios aeróbicos en un gimnasio cercano a la vivienda de mi abuela; entonces acudí a la Casa de Cultura de mi localidad para el aprendizaje de los ritmos populares cubanos, y luego, ingresé a una institución de ballet.
En mi ciudad natal de Remedios, situada en la central provincia de Villa Clara, y famosa por las parrandas y fiestas patronales, mi familia recibió con agrado mi interés por el baile. Sin embargo, una vez que matriculé en la Escuela Vocacional de Arte «Olga Alonso», mi padre fue quien más se opuso.
No obstante, hoy se siente muy orgulloso de lo que soy y de lo que he logrado con mi esfuerzo y sacrificio, y siempre está pendiente de mi carrera. Nunca me ha visto bailar en vivo en un teatro capitalino, y eso sería un gran sueño para mí. Lo más bonito es que él haya entendido y me haya dicho que —al principio— estaba equivocado.
¿Cuáles han sido sus grandes sueños tanto en la vida personal como en la artístico-profesional?
AD. Un artista nunca deja de soñar. He cumplido muchos anhelos: entrar en la Escuela de Ballet, pertenecer al BNC, convertirme en primera bailarina, representar a mi país en escenarios foráneos, actuar con otra compañía extranjera, y por supuesto, ser madre.
La maternidad es una etapa dura, de miedo, pero maravillosa, aunque representó una pausa en mi carrera. Durante los siete meses iniciales, me mantuve en forma, ayudé en los ensayos a las nuevas generaciones y acudí a las clases diarias.
Recuerdo que, cuando iba a las funciones donde bailaba Dani, me daba nostalgia y quería estar sobre el escenario. Para mí, lo más difícil fue la etapa después de dar a luz. Fue como empezar de cero y numerosas veces le dije a Dani que pensaba que ese sería el fin […], pero —afortunadamente— no lo fue.
Con llanto, trabajo duro, apoyo y dolor logré, a los cinco meses, regresar nuevamente al proscenio. Esa función simbolizó una de las más lindas y emotivas de mi trayectoria profesional.
Los amantes de esa disciplina artística esperaban, expectantes, mi regreso a las tablas. Desde luego, no me sentía como antes, si bien el tiempo de recuperación fue muy corto, estaba tan ansiosa por regresar al escenario que decidí arriesgarme, y salí airosa de esa «prueba de fuego».
En esa oportunidad, recibí los aplausos de los integrantes de la compañía y del público, tras año y medio alejada de los escenarios y luego de interpretar Cenicienta, un ballet calificado por la crítica especializada como duro y complejo desde la vertiente técnico-interpretativa, y que demanda mucho entrenamiento por parte de la bailarina
DH. Durante una década, Anette y yo hemos estado juntos en la danza y en la intimidad, y el feliz resultado de esa unión, es nuestra princesa Ainoa, el mayor triunfo de nuestras vidas y el mejor regalo que hemos recibido como padres amantísimos.
¿Qué sienten en lo más hondo de su ser cuando bailan juntos?
AD. Muchas veces la crítica refleja esa confianza, química, conocimiento mutuo que trasciende y define cada danza, y de esa forma, llega y el público la percibe. También bailamos con otras parejas y nos transformamos en el personaje al que le prestamos pie y alma.
DH. La comunicación, confianza, compenetración y la mirada para guiar o corregir cualquier detalle de la coreografía; he ahí la esencia de lo que sentimos cuando bailamos en pareja.
El bailarín adquiere los sentimientos, experiencias y vibraciones emocionales del héroe o protagonista de una obra. A mi juicio, uno de los logros de la Escuela Cubana de Ballet, fundada por los maestros Alicia, Fernando (1914-2013) y Alberto Alonso (1917-2007), consiste —precisamente— en que el baile transmita, resulte un diálogo preciso y sensorial, y en una estrecha conexión profesional y personal.
No solo nos sucede a nosotros, sino también a otras parejas de bailarines. El ballet te lleva al mundo de las emociones, y algunas veces, ese amor acaricia la realidad. Durante la pandemia de Covid-19, no hemos dejado de practicar, ya que nos mantenemos ocupados física, mental y espiritualmente.
¿Algo que deseen añadir para que no se les quede nada en el tintero?
AD-DH. Solo decirle que la vida y el ballet nos han unido y darle las más expresivas gracias por haber seguido —con pasión y profesionalidad— nuestra carrera en el campo del «arte de las puntas».
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