Los hallazgos de la investigación científica [en cualquier rama del conocimiento humano] proponen la formulación de preguntas, no la búsqueda de respuestas. Con apoyo en esa premisa metodológica, emprenderé la disección crítica de la segunda temporada de la teleserie Calendario, con guión del prolífico escritor Amílcar Salatti, y dirección general de la experimentada realizadora Magda González Grau; espacio que sale al aire —en horario estelar— en las noches dominicales del canal CubaVisión.
El elenco artístico de ese audiovisual lo configuran jóvenes actores, egresados de la Escuela Nacional de Arte (en la especialidad de Actuación); algunos vienen desde la primera temporada, y se mantienen o reincorporan («Bruno») en la segunda, y otros se integran por primera vez a las aulas de 11no grado 3, así como primerísimos actores y actrices, cuya excelencia artístico-profesional ha quedado demostrada —con creces— en los medios de comunicación donde han incursionado con indiscutible éxito de público y de crítica.
¿Qué necesidad dramatúrgica había de «sacrificar» al hermano menor de uno de los discípulos de la Prof. Amalia (Clara García)? La única explicación, no justificación, que —de acuerdo con mi leal entender y sano juicio— tiene la «muerte» de un «pequeño príncipe» en un contexto audiovisual es que existan, por ejemplo, graves discrepancias o divergencias entre los dos hermanos, y a través del perdón incondicional, zanjar la «diferencia» con el ser querido que ya no se encuentra en la dimensión terrenal. Ese no era, por supuesto, el caso de esos dos chicos, ya que se amaban con el candor y la inocencia característicos de la edad infanto-juvenil, y entre ellos dos no existía fricción alguna.
¿Por qué sembrar los sentimientos de culpa que torturan la mente y el alma del padre (Omar Alí) y el hermano de la «víctima» hasta llevarlos al derrumbe desde los puntos de vista emocional y espiritual? Sentimientos de culpa, que nacen y crecen en el mundo interior de esos personajes, ya que se autorresponsabilizan —cada uno a su manera— con el desafortunado «deceso» del pequeño como consecuencia del accidente automovilístico, en que —objetivamente— el único culpable ante la Ley es el conductor del camión que impactó al automóvil en que viajaba la familia.
En cambio, la progenitora del niño «fallecido» demostró la capacidad de resiliencia (levantarse cada vez que caemos por los traspiés que la vida nos coloca delante), porque está convencida de que a su hijo mayor le espera un futuro promisorio (llegar a ser un profesional universitario y una buena persona, el escalón más elevado al que puede y debe aspirar el «soberano de la creación»). Esa mentalidad positiva le permite «lidiar» con la negativa a aceptar la realidad (el niño ya no pertenece al mundo de los vivos) por parte del esposo y su retoño. O sea, la madre de los chicos se apropió —de una forma inconsciente— de uno de los principios esenciales en que se estructura la psicología cognitivo-conductual: aceptar la realidad por traumática o paralizante que pueda ser; disciplina conceptuada no solo como un método psicoterapéutico, sino también como un sistema filosófico o estilo de vida. No obstante el buen calado psicológico que se le diera a dicho personaje, un hecho desafortunado derrumbó el «castillo de naipes» que había construido: cayó en las redes invisibles del alcoholismo.
Y continúan las interrogantes: ¿por qué la supuesta amiga de la estudiante «violada» por el dueño del gimnasio tuvo que apelar a una forma tan abyecta y reprobable de venganza contra el «violador»? El fin último que esa muchacha perseguía no era «ayudar» a su compañera «ultrajada», sino aumentar —de manera considerable— la cantidad de like entre los «seguidores» de su Canal de YouTube, como la desenmascarara la Prof. Amalia en una conversación que sostuvo con la autoerigida «vengadora».
¿Por qué no convenció a la «amiga» para que formulara la denuncia ante las autoridades pertinentes? ¿Acaso desconocen el triste destino (en no pocas ocasiones, pagan con la vida), que les espera a los «violadores» y «pederastas» en todas las prisiones del orbe? Otros «reos» hubieran realizado con gusto el «trabajo sucio», o sea, infligirle el «castigo al violador».
¿Por qué la violencia en las relaciones interpersonales y sociales entre algunos discípulos del grado 11no 3? ¿Es que no hay otra vía para resolver los problemas entre jóvenes que no sea a golpes y duras ofensas, en que no solo se lastiman corporal, sino también psicológica y espiritualmente, y en consecuencia, hacen realidad el aforismo indoamericano: «lo que hiere a la víctima, hiere también al victimario»?
No olvidemos que a una cantidad no despreciable de telespectadores les resulta muy difícil establecer la diferencia entre ficción y realidad, y Calendario es una teleserie dirigida —fundamentalmente— a los adolescentes y jóvenes insulares, quienes en algunos casos no acaban de comprender que el arte refleja la realidad, pero no es —en modo alguno— la realidad, sino una «realidad que se crea en la mente y en el alma del autor, el actor, el crítico [y en ese caso, el televidente]», según el criterio sustentado por el Dr. José O. Suárez Tajonera (1928-2008), profesor emérito de la Universidad de las Artes (ISA), y Premio Nacional de Enseñanza Artística 2007.
Por otra parte, dicha teleaudiencia ha sido cautivada con la presentación audiovisual de los principales problemas que afectan a los jóvenes en los contextos estudiantil y familiar (incluidos los contravalores descubiertos e incorporados a su comportamiento psicosocial en esos entornos), y puede en la vida diaria reproducir acríticamente tales conductas negativas, signadas —principalmente— por el machismo a ultranza, y en otros por manifestaciones discriminatorias por sexo o color de la piel o por incursionar en el diabólico mundo de la drogodependencia o el jineterismo o prostitución masculina.
Entre otros temas de interés, habría que destacar —con letras indelebles— la intensidad emocional que alcanzara el comportamiento de los actores y actrices, en el momento luctuoso que tuviera lugar en la funeraria, donde se hallaban tendidos los restos del «difunto»; la bien lograda motivación (algo que —desafortunadamente— se ve muy poco en los centros escolares de cualquier nivel), que le imprimió la Prof. Amalia a la clase que visitara el metodólogo de la asignatura Español y Literatura, y que le granjeara el afecto y el respeto por parte de ese funcionario del Ministerio de Educación (MINED), las bien llevadas escenas eróticas, donde una mujer (Jacqueline Arenal), con vasta experiencia en los lides amorosos, ayuda a su «amante» adolescente a «descubrir» los «secretos» de la vida sexual, para él un «mundo nuevo» que abre al conocimiento juvenil sus más íntimos entresijos, así como los «duelos verbales» entre la Prof. Amalia y su contraparte (Denys Ramos), por solo citar las que —desde una óptica objetivo-subjetiva por excelencia— este cronista percibe como las escenas mejor actuadas y más logradas desde las vertientes dramatúrgica y estético-artística que integran esa teleserie.
Estoy de acuerdo con el criterio sustentado por Magda González Grau de que los bisoños actores y actrices que participaron en la segunda temporada han ganado en madurez artístico-profesional, pero —en mi opinión— perdieron en naturalidad, espontaneidad y dinamismo; valores que caracterizaron —en esencia— todos y cada uno de los capítulos en que se sustenta la acción dramática de la primera temporada de ese audiovisual.
Si bien la segunda temporada de Calendario no defraudó en lo más mínimo a este escribidor, sí le dejó en el intelecto y en el espíritu muchas incógnitas… difíciles de despejar.
¡Veamos qué nos trae la tercera y última temporada, que ya está en proceso de filmación!
Like (0)