Por Diosmel Galano Oliver
Sería un 9 de mayo cuando en Media Luna, actual provincia de Granma, el llanto fuerte de la pequeña Celia irrumpía con la tranquilidad de la comarca, una voz que desde entonces no se apagaría a favor de los más necesitados.
Hoy se evoca su figura de guerrillera, protectora, amiga y revolucionaria; sobran múltiples facetas para exaltarla y llevar su imagen coronada por la Flor Nacional al presente de adolescentes y jóvenes.
En la jornada del aniversario 45 de su fallecimiento resulta muy fácil imaginarla activa en cada tarea que demandase su concurrencia, seguro sería aliada e impulsora del Programa para el Adelanto de la Mujer o gestora de espacios en los que estuviesen todos los derechos para todas las personas.
Relatan quienes tuvieron la dicha de conocerla o ser escuchados por ella que la sencillez y humildad eran los rasgos más presentes en la hija de Manuel y Acacia, su consagración a las tareas y dominio de los sucesos vinculados al proceso revolucionario también dejaron una huella profunda.

El 11 de enero de 1980 un cáncer de pulmón apagaba la vida de quien garantizara en gran medida la llegada de Fidel Castro y los expedicionarios del yate Granma sobrevivientes al reencuentro en Cinco Palmas, la mujer que llevó hasta el punto más alto de Cuba el busto del Apóstol de la Independencia y quien enfrentara al ejército batistiano con el fusil M-1.
Armando Hart Dávalos en su sepelio dijo: «en el carácter de Celia se integran la dulzura, el cariño, el afecto, la alegría de vivir, con la más rigurosa exigencia en los principios y en el trabajo revolucionario (…). Celia era como la justicia: humana y exigente. Por esto, su recuerdo nos da la imagen de lo justo».
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