Por Diosmel Galano Olive
Este domingo, como cada tercero de junio, el calendario marcará una pausa. No será feriado oficial ni día de fiesta nacional, pero en muchos hogares algo distinto flotará en el aire. Es el Día de los Padres, ese instante anual en que la figura paterna —a veces discreta, otras veces imponente, siempre compleja— se vuelve el centro de la escena.
Desde temprano, en muchas casas el bullicio reemplaza al silencio habitual del fin de semana. En la cocina los más pequeños ensayarán desayunos improvisados: jugo mal servido, pan tostado más que dorado y un café que probablemente nadie más bebería. Pero él sí. El padre —ese héroe de camiseta vieja y ojeras de entre semana— sonríe como si fuera el mejor banquete del mundo. Porque lo es.
Los mensajes se multiplican: llamadas de voz con interferencias, videollamadas desde lejos, abrazos largos para los que están cerca. Y aunque algunos padres no estén —porque la vida tiene maneras de marcar ausencias—, sus recuerdos se sentarán a la mesa. Fotos amarillentas, anécdotas repetidas y esa forma de estar que tienen de permanecer: con la memoria en la punta de la risa o del llanto.
En las redes sociales las publicaciones inundan los muros: imágenes de hombres con hijos a cuestas, textos cargados de gratitud y alguna que otra confesión: «Recién ahora entiendo todo lo que hiciste por mí». Porque la paternidad muchas veces es eso que se comprende tarde, cuando uno mismo se convierte en el espejo de esa figura que antes parecía invencible.
Pero no todos los padres son iguales, ni todas las historias se escriben con la misma tinta. Algunos padres aprendieron a serlo en el camino, sin manuales ni ejemplos. Otros luchan cada día por estar, aunque no vivan bajo el mismo techo. Hay padres que crían, que cuidan, que enseñan, que lloran en silencio, que escuchan sin juzgar. También los hay que se equivocan, que aprenden, que se reconstruyen. Todos caben en este domingo de afectos.
Al final del día, cuando el sol comience a rendirse y el ruido baje el volumen, en muchos hogares quedará una imagen: padre e hijo compartiendo una conversación, una película oun silencio cómodo. Y aunque la rutina volverá el lunes algo se habrá sembrado, porque a veces basta un gesto, una palabra o un simple «gracias» para recordar lo importante.
Feliz día a todos los padres: los presentes, los que luchan, los que están lejos y los que ya se fueron. Hoy, el corazón les pertenece.
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