Es muy frecuente escuchar o leer frases como «¡Yo soy Fidel…!», o «¡Se oye, se siente: Fidel está presente!».
Sí, esto es necesario, pero no suficiente. Como es imperioso visitar y depositar una flor en la piedra, que guarda sus restos mortales en el cementerio Santa Ifigenia, o expresar aquí estuvo Fidel o esto lo creó Fidel. Todo eso, reitero, es un compromiso y un deber revolucionarios; sin embargo, no lo es todo.
Recordar a Fidel es mucho más. Es apropiarse de sus ideas y convertirlas en realidad, es adueñarse de su ejemplo y actuar como él, es continuar la obra que él inició y dirigió.
El 22 de abril de 1970, en la conmemoración del natalicio de Vladimir I. Lenin, Fidel dijo: «Creemos sinceramente que estudiar la vida de Lenin, estudiar el pensamiento de Lenin, las doctrinas de Lenin y el ejemplo de Lenin constituyen no un homenaje, sino una conveniencia, un beneficio para los pueblos. El homenaje a Lenin se le puede brindar con el sentimiento. Pero cuando se estudia su obra y su vida, cuando se estudia su pensamiento y su doctrina, los pueblos adquieren lo que pudiera llamarse un verdadero tesoro desde el punto de vista político».
Y hoy, creo que estudiar el pensamiento, el ejemplo y el legado de Fidel no debe ser tampoco un homenaje, sino una conveniencia, un beneficio para la Revolución, los revolucionarios y patriotas cubanos, porque adquirimos un valioso instrumento, una extraordinaria guía para ser cada día realmente un Fidel.
Durante la clausura del v Congreso del pcc, Fidel apuntó: «Nosotros tenemos que luchar y tratar de que cada compatriota sea un Camilo o sea un Che. Y no se trata de soñar, es algo en lo que creemos. Esto no quiere decir que lo vamos a lograr de manera absoluta, pero sí debemos luchar de una manera absoluta para que nuestros compatriotas sean como ellos, para que nuestros militantes sean como ellos, hay que luchar por eso. No significa la utopía de que logremos que todos sin excepción lo sean, pero sí podemos lograr que muchos, muchos lo sean, más que suficiente para que este país se crezca más todavía, para que este país avance mucho más todavía, para que este país alcance la gloria de vencer al imperio en su intento de destruirnos y de asfixiarnos, para que este país sea más fuerte que el podrido capitalismo».
Y, de esta expresión, tampoco tengo dudas para escribir hoy: tenemos que luchar para tratar de parecernos a Fidel y, aunque, lógicamente, no lo logremos de manera absoluta, sí tenemos que luchar conscientemente –de una manera absoluta– para parecernos a él.
El propio Fidel, durante toda su vida, nos fue advirtiendo cómo recordarlo. El 11 de marzo de 1959, en Santiago de Cuba, expresó: «No estoy luchando por la gloria. Hay quien dice que lucha por la gloria. ¿Por la gloria para qué? ¿Por vanidad? ¿Para que me hagan una estatua? Yo no estoy luchando por estatuas, lucho porque lo siento, lucho porque cada hombre tiene que cumplir un deber en esta vida. Mi deber era servir al pueblo. Me tocó a mí como le pudo tocar a otro, y yo lo que hago es cumplir con mi deber, cumplir con un sentimiento. No quiero premio ni en esta vida ni después de muerto. No quiero nada de eso. No lucho ni por interés material, ni por interés moral, ni porque me aplaudan, ni por nada de eso; lucho porque estimo que ese es mi deber. Mi premio es, cada vez que le hago un bien a alguien, sentirme satisfecho».
En marzo de 1985, en una entrevista al director del periódico Excelsior, de México, Fidel le comentó que cuando se ha hecho una obra y ve que se va a continuar desarrollando «eso es lo que estimula. Creo que sería lo único que me habría estimulado. No son los honores, los reconocimientos públicos, la fama, ninguna de esas cosas me interesa gran cosa; me interesa la tarea, la obra de la Revolución».
Y ahí está la esencia de cómo los cubanos debemos rendirle honor a Fidel: dar continuidad a la obra que él inició y desarrolló.
Uno de los retos mayores para recordar a Fidel es también apropiarse de su ejemplo, para de manera consciente dar continuidad a su obra. Contrariamente a su inconmensurable grandeza y a su liderazgo al frente de la Revolución Cubana, Fidel fue ejemplo de una extraordinaria humildad, que mantuvo a lo largo de su existencia. Si acudimos al concepto humildad –del latín humilitas, que significa «pegado a la tierra»–, tal como lo describe la Real Academia de la Lengua Española, en su primera acepción, es: «Actitud de la persona que no presume de sus logros, reconoce sus fracasos y debilidades y actúa sin orgullo». Así actuó Fidel toda su vida. Imitémoslo.
En Fidel, su humildad se revelaba en la falta de interés personal por acumular bienes materiales, en su desprecio y lucha permanente contra toda manifestación de culto a la personalidad y, sobre todo, en la ética revolucionaria y el pensamiento de Martí que marcaron el sentido de su vida. No es casual, que, entre todas las ideas martianas, Fidel repitiera una y otra vez: «Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz». Así pensaba él y fue consecuente con ese pensamiento hasta el final de sus días.
Fidel nunca necesitó que le rindieran honores, y así lo hizo saber el 22 de diciembre de 1975, en la clausura del i Congreso del Partido, cuando preguntó y respondió: «¿Y qué necesitamos nosotros acaso? ¿Elogios? No. Los hombres que tienen la confianza de la colectividad y de su pueblo, los hombres, incluso, que reciben un poder grande por el sitio en que los colocan sus compatriotas, lo que necesitan no son elogios».
Particularmente, en las intervenciones de Fidel se encuentra un referente teórico, práctico y metodológico para la actuación de los cuadros, líderes y dirigentes, que puede resumirse en cuatro momentos: 1) las cualidades de Fidel como líder y sus métodos de dirección; 2) las relaciones del líder de hoy y las instituciones; 3) las cualidades que deben tener los cuadros y dirigentes revolucionarios, y 4) las ideas de cómo se forja un líder. Pero mostrar el contenido de estas cualidades es cuerpo de varios artículos.
Sin embargo, es oportuno para los dirigentes este mensaje de Fidel: «Creemos realmente que los dirigentes revolucionarios tenemos que estarnos constantemente analizando y autocriticándonos, si no en público, en privado. Siempre debemos estar ajustando cuenta con nuestras conciencias. Y nunca, jamás, podemos estar conformes con nosotros mismos, porque el hombre que esté conforme consigo mismo no es revolucionario».
Para aprehender las cualidades del líder de la Revolución Cubana es necesario comenzar por conocer su forma de trabajar, que la hizo pública el 12 de agosto de 1967, cuando expresó: «Milito en el bando de los impacientes, y milito en el bando –no voy a decir de los dinámicos, porque puede parecer una inmodestia– de los apurados, y de los que siempre presionan para que las cosas se hagan y de los que muchas veces tratan de hacer –en ocasiones– más de lo que se puede. Pero nosotros tenemos un lema, que dice: ¡Siempre se puede más!».
A Fidel no lo podemos recordar solo los 13 de agosto y los 25 de noviembre. Tenemos muchas oportunidades para que la presencia de Fidel esté siempre entre nosotros, porque «perdura, sobre todo, el recuerdo de los hombres que se olvidaron de sí mismos para servir a su causa».
Ese es Fidel, que se olvidó de sí mismo y se puso al servicio del pueblo y de la humanidad. Por eso perdurará eternamente. Pero de nosotros depende que Fidel esté siempre presente, si somos capaces de mantener su legado, como él nos lo pidió.
El General de Ejército Raúl Castro Ruz, ya desde el 5 de septiembre de 1959, en Cienfuegos, nos apuntó que «Fidel está dondequiera que se trabaje, Fidel espiritualmente está dondequiera que la Revolución avance. Fidel está dondequiera que una intriga se destruya, dondequiera que un cubano se encuentre laborando honradamente, dondequiera que un cubano, sea el que fuere, se encuentre haciendo el bien, dondequiera que un cubano, sea el que fuere, esté defendiendo la Revolución, allí estará Fidel».
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