El primero de mayo de 1886 doscientos mil trabajadores norteamericanos comenzaron una huelga obrera en Estados Unidos. El 4 de mayo, al terminar un acto organizado por los trabajadores de Chicago, en el Haymarket Square, la policía intentó dispersar a los manifestantes.
Fue en ese momento que una bomba explotó en el lugar, ultimó a un oficial e hirió a otros uniformados. Por el hecho fueron encausadas 31 personas; 8 anarquistas terminaron en los tribunales de justicia y fueron objeto del acoso mediático que pedía castigo ejemplar para los inmigrantes. Los procesados fueron declarados culpables por el jurado constituido al efecto: tres a prisión y cinco a la pena máxima por ahorcamiento.
El Apóstol registra esa tragedia en la crónica Un drama terrible:
«De la tiniebla que a todos envolvía, cuando del estrado de pino iban bajando los cinco ajusticiados a la fosa, salió una voz que se adivinaba ser de barba espesa, y de corazón grave y agriado: “¡Yo no vengo a acusar ni a ese verdugo a quien llaman alcaide, ni a la nación que hoy ha estado dando gracias a Dios en sus templos, porque han muerto en la horca esos hombres, sino a los trabajadores de Chicago, que han permitido que les asesinen a cinco de sus más nobles amigos!»
El Primero de Mayo, Día Internacional del Trabajadores, se celebra en todo el orbe, menos en los Estados Unidos.
El máximo responsable de esa disposición fue el presidente Grover Cleveland (1837-1908), quien se opuso al reconocimiento de la República en Armas —no fue el único mandatario que se solidarizó con Cleveland— y a la intervención de Estados Unidos, del lado del Ejército Libertador, en la guerra hispano-cubano-americana de 1895.
Resulta paradójico —y hasta contradictorio— que fuera precisamente en la gran nación norteña, donde tuvieran lugar los acontecimientos que llevaran a las diversas organizaciones afiliadas a la Primera Internacional a adoptar el primero de mayo como Día del Trabajador.
Se trata de una huelga en defensa de la jornada laboral de ocho horas, que tuvo lugar en Chicago, en mayo de 1886, y que culminó con motines, estallidos de bombas y ejecución a obreros por parte del Estado.
Lo que entonces aconteció, y tal vez sin conciencia plena de su trascendencia histórica a escala universal, fue descrito, comentado y profundizado por ese gigante del periodismo revolucionario de todas las épocas y todos los tiempos.
Martí comienza sus crónicas influido por el embrujo de la xenofobia prevaleciente, para concluir denunciando la injusticia de la que fueron víctimas los anarquistas ahorcados. Nada mejor que esa pluma vibrante que se rectifica, para narrarnos lo que acaeció en el seno del movimiento obrero norteamericano en mayo de 1886.
El fundador del periódico Patria, en sus notas sobre los hechos de mayo de 1886, se hace eco de la xenofobia con que envenenan a la opinión pública nacional los medios de comunicación, pero —de forma gradual y progresiva— transita hacia la solidaridad con los anarquistas condenados a muerte por el tribunal que los juzgó.
Actitud devenida lección magistral de honestidad, de ética periodística, de cómo el profesional de la prensa debe rectificar permanentemente su aproximación a la realidad
.Las crónicas martianas Grandes motines obreros (Nueva York, mayo 16 de 1886), El proceso de los siete anarquistas de Chicago (Nueva York, septiembre 2 de 1886), y Un drama terrible (Nueva York, noviembre 13 de 1887), recogen los resquemores del presidente estadounidense al respecto.
Y al mismo tiempo las razones por las cuales, en la mayor isla de las Antillas y en la España de 1890, se celebraría —posteriormente— con multitudinarias manifestaciones obreras el Primero de Mayo, y se defendería con firmeza la lucha por la jornada laboral de 8 horas y el Día Internacional del Trabajo.
De ese modo, Cuba y la península ibérica se convirtieron —por derecho propio— en los pioneros en festejar, a escala mundial, dicha efemérides; hecho histórico que se le debe agradecer —ante todo— al movimiento anarquista hispano.
Acontecimiento que recibió, además, el apoyo incondicional del incipiente Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado en Madrid por don Pablo Iglesias (1850-1925), con el auspicio de un cubano ilustre: don Pablo Lafargue (1842-1911), yerno de Carlos Marx (1818-1883).
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