Con un poder de síntesis envidiable, el secretario general de la ONU, Antonio Gutterres, dijo que en la actualidad hay “un superávit de retos multilaterales y un déficit de soluciones multilaterales”. Estaría pensando, se supone, en litigios veteranos, tal el palestino-israelí, o los más jóvenes, pese a estar envejeciendo bochornosamente. Libia, Siria, Irak, Afganistán, para empezar.
Uno de los promotores de esos y aquellos problemas, Estados Unidos, ni siquiera se molestó en designar una figura del entorno para el acto especial con motivo del 75 aniversario de la organización mundial. Donald Trump estaba muy ocupado ordenando la reanudación de sanciones contra Irán, pese a no tener arbitrio para hacerlo.
¿Será despecho el que le llevó a subordinar en su agenda al único foro donde están significadas casi todas las naciones del mundo? Retrocediendo, reinstala castigos al país de los persas. Y como la soberbia lleva a errores de copete, en Washington no esperaban que 13 de los 15 miembros del Consejo de Seguridad se opusieran a penalizaciones, afirmando que no existen motivos para ello y dado que fue la administración Trump la desertora, en el 2018, del acuerdo con los iraníes.
Las estimaciones del canciller ruso, Serguei Lavrov, fueron definidoras y contundentes: “No me sorprendería si continúa amenazando con sanciones a todos los que cooperan con Irán sobre una base sólida de estricto cumplimiento de los términos de la resolución 2 231 del Consejo de Seguridad de la ONU, porque (EE.UU.) aplica sanciones en todo el mundo y, a veces, sin ningún motivo”.
Este no es uno de esos casos de enfrentamiento entre la “la democracia perfecta” y la antigua “amenaza del este”. Aliados europeos casi incondicionales tampoco concuerdan con la Casa Blanca, especialmente Alemania, Francia y Reino Unido, los tres firmantes, junto con Rusia, del pacto nuclear con Teherán en el 2015.
“Hemos trabajado sin descanso para preservar el acuerdo nuclear y nos mantenemos firmes en el compromiso”, adujo el encargado por esos tres estados de representarles ante el cónclave mundial, sobre el asunto. Ese enfoque se basa en una circunstancia elemental: una vez roto el compromiso por una de las partes, no es posible que el evasor haga uso de sus por cuentos a conveniencia. Al retractarse del compromiso, invalidaron su legitimidad.
De Trump no se puede esperar un abandono de la altanería que aísla a EE.UU., y fragmenta vínculos estrechos de orden trasatlántico. Eso que en bloque y mal o bien usado, suele ser calificado como Occidente.
La altisonancia explicada por la “excepcionalidad norteamericana”, hizo que Kelly Craft, representante permanente de EE.UU. ante la ONU, en algo parecido a una acusación, dijo que esa mayoría en el Consejo de Seguridad, se decantó en favor “de los terroristas” y poco le interesa a su gobierno quedarse en minoría. Aislados, sería más adecuado decir.
Solo el gobierno de Benjamín Netanyahu dio su apoyo al intento de reimponer unilateralmente las sanciones contra Irán. Curioso que otros aliados de Trump en el Medio Oriente, no lo respaldaran a fondo tampoco, pese a tener como adversario a Irán, debido a rudas e irresolutas diferencias confesionales y, en no menor cuantía, movidos por la competencia para predominar en la región.
Los funcionarios de Trump parecen asumir esa soledad como un título nobiliario y no en su verdadera acepción. Se atreven a lanzar amenazas contra cuantos miembros de la ONU se opongan al castigo formulado. Y, como vemos, solo tres, ellos incluidos, son los únicos en coincidir.
Donald Trump odia todo lo hecho por Barak Obama, aunque su antecesor siguió la misma línea de W. Bush en muchos órdenes. Cierto que con mejor talante y prudencia. Del acuerdo nuclear con Irán estimó era el peor pacto de todos los existentes. El resto de mundo no opina igual y ubica, con el restablecimiento de relaciones con Cuba, dos sonadas acciones, para no decir éxitos, conseguidos por la política exterior del primer mandatario estadounidense de etnia no anglosajona.
Con empecinamiento señalado, Trump ha estado intentando destruir el legado de su antecesor. Se vio con respecto a la esfera sanitaria en general y de investigación médica particularmente, temas muy de actualidad debido a la COVID-19 y la desmañada forma del magnate al enfrentar la pandemia.
El Acuerdo del Siglo, que entrega todo tipo de potestades a Israel (poseedor de armas nucleares no por fabricar, pero no cuestionado por ello) en detrimento de los palestinos, seguido, para rematar, de los pactos recientes entre Tel Aviv y los emiratos árabes, todos gestionados por Washington, se destinan a obtener un título de pacificador, pero suficientemente cuestionable uno y otros como para ensalzar su magro pedigrí político de cara a la reelección.
Engaña solo a interesados cuando dice que él acabó con el Califato Islámico (“Los eliminamos, los capturamos al 100% de ellos, no al 99%”) atribuyéndose méritos pertenecientes a otras fuerzas y países. Es uno de sus infundados alardes referentes al complejo escenario medio oriental y no la única franquicia auto atribuida, tal la de permanecer en territorio sirio contra la voluntad de sus autoridades o continuar dándole asistencia logística a los remantes terroristas en Idlib y parte del Éufrates.
Algunos autores alegan que no es tan malo Trump como aquellos de su séquito. Difícil creerlo, pero cierto que le rodea una caterva de personajes siniestros. Le acompañan y estimulan en esfuerzos precipitados para asegurarse aprobaciones, si tras el 3 de noviembre la confusión se entroniza. Sea él o los suyos, intensifican el plan de seguir cubriendo los espacios de poder con ultraconservadores fieles a su persona. Esa obsesión lo apresura a nombrar una partidaria en la vacante recién dejada por la fallecida Ruth Ginsburg, presidenta de la Corte Suprema de Justicia, instancia donde es posible cambiar sentencias de tribunales, intervenir en litigios entre los estados y el gobierno federal, y, muy importante, certificar la validez en cuanto a la elección del presidente y su segundo al mando.
Entre las probables substitutas están Amy Coney Barrett, cuestionada anteriormente por el ejercicio dogmático de su cargo como jueza del Séptimo Circuito de Apelaciones. La otra aspirante, Bárbara Lagoa, participó del juicio sobre el caso de Elián González a favor de la familia que le tenía retenido.
El secretario de estado, Mike Pompeo, es uno de los deseosos en conservar el cargo tanto como Trump quiere mantenerse de jefe. Su actividad creció últimamente en diligencias groseras de la administración. Tuvo papel destacado en las alianzas para beneficio de los sionistas y en la ampulosa campaña para castigar a Irán: “Haremos todo lo necesario para garantizar que las sanciones se imponen”, dijo al conocer que casi todas las naciones miembros de la ONU, están contra aplicar castigos a Irán.
Pompeo, como Trump, o a la par que, cree poseer prerrogativas especiales y por encima del resto de la comunidad internacional. Lo evidenció al darle un mes de plazo al Consejo de Seguridad para que aprobaran la cláusula sobre las penalizaciones. El ultimátum, tuvo de colofón, intimidó con “consecuencias” si la ONU no les obedece. Pensándose autorizados por gracia divina, ya se sabrá hasta cuándo, construyen una especie de destierro que ellos mismos procuran. Pero en el camino a la soledad dejan demasiadas víctimas como para descuidarlas.
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