Efraín Loyola: homenaje audiovisual (+Vídeo)

Las huellas de un charanguero es el título del documental que el realizador cienfueguero Bárbaro Cabezas García le dedicara al ilustre instrumentista, compositor, arreglista y director de orquesta, Efraín Loyola (1916-2011).

De acuerdo con mi apreciación, dicho documental se caracteriza por la forma estético-artística por excelencia con que el joven creador sureño enfoca el tema desarrollado en dicho audiovisual, donde se destaca la función «clave» desempeñada por el formato charanguero en el pentagrama sonoro insular y mucho más allá de nuestras fronteras geográfico-culturales.

Las huellas… deviene un emotivo homenaje al maestro Efraín Loyola. Por otra parte, motivaciones de índole profesional y personal llevaron a su autor a dedicarle ese tributo al eterno músico cienfueguero, a quien denominaran «El Moro Eléctrico», precisamente por la manera sui generis en que movía el cuerpo mientras tocaba su flauta de madera; instrumento que nunca abandonó y mucho menos sustituyó por una flauta de metal.

El documental, estructurado en tres tempos, narra tres historias a través de entrevistas a familiares, amigos, así como a prestigiosos músicos y musicólogos cubanos que integraron o integran agrupaciones que constituyen paradigmas de nuestra música popular. Testimonios redondeados, y en ocasiones completados, por el nonagenario flautista, quien fuera en su adolescencia y juventud limpiabotas, panadero y vendedor de publicaciones periódicas. Oficios que desempeñara como consecuencia de la grave situación socio-económica y la discriminación racial prevalecientes —en la mayor isla de las Antillas— en la época  republicana (1902-1958), hasta que, a los 16 años de edad, lograra acceder —no sin realizar grandes esfuerzos y sacrificios— al fascinante campo de la música.

El universo de las corcheas y las semicorcheas lo atrapó hasta el final de su larga vida; por ende, pudo ver materializado en la práctica su más hermoso sueño: «yo quiero ser charanguero», para citar sus propias palabras.

Loyola fue fundador del octogenario conjunto de sones Los Naranjos y de la legendaria Orquesta Aragón, donde permaneció como flautista hasta 1953; fecha en que los estilistas del cha cha cha vinieron para La Habana. Sin embargo, declinó la amable invitación formulada por el maestro Rafael Lay Apesteguía (1927-1982) de que los acompañara en su periplo capitalino. Y decidió quedarse en la Perla del Sur, donde nació, creció y exhaló su postrer aliento.

El instrumentista más longevo del orbe se incorporó a la Banda Musical del Cuerpo de Bomberos y a la Banda Municipal de Conciertos, donde se mantuvo en activo hasta su lamentable deceso. Lo cual hizo realidad una frase que repetía cada vez que le preguntaban ¿hasta cuándo va a estar tocando?: «yo voy de la tarima para el cementerio».

En el año en que se produjo el asalto a los cuarteles Moncada, de Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, de Bayamo, fundó su propia agrupación charanguera, cuyo tema musical es: «Efraín Loyola sí que tiene ritmo […]. Vámonos con Loyola […]. Vámonos a gozar el cha, cha, cha […]». Estribillo que cada vez que lo escucho evoca en mi memoria sensible las matinées bailables dominicales que amenizara la orquesta típica de Efraín Loyola en el Club Deportivo de Cienfuegos.

Loyola fue conocido entre los suyos por un carisma sin igual. El material cuenta con una acertada selección y utilización de la banda sonora, que incluye los números más populares de la orquesta que él dirigiera y de la Charanga Eterna. Esa joya del audiovisual cubano viene a disipar algunas dudas acerca de la génesis, «aplatanamiento» y re-proyección internacional del formato charanguero, al que más aportó la creatividad y el virtuosismo técnico-interpretativo del maestro con su inseparable flauta de madera.

Lamentablemente, las orquestas típicas, de jazz band y los conjuntos soneros, cuyas melodías hicieron vibrar de emoción y mover los pies a los bailadores cubanos y foráneos, entre los años cuarenta y setenta del pasado siglo, hoy están prácticamente invisibilizadas en nuestros medios de comunicación (con honrosas excepciones, que las hay).

Loyola fue miembro fundador de la filial provincial de la UNEAC en la Perla del Sur, Hijo Ilustre de Cienfuegos, y merecedor en vida de disímiles reconocimientos. Entre ellos, una Distinción Especial que le fuera conferida por el doctor Miguel Barnet, presidente honorario de la UNEAC, y el licenciado Abel Prieto, ex ministro de Cultura, y actual presidente de Casa de las Américas.

No obstante, el premio mayor que recibió fue el cariño, el afecto y el respeto que le tributara no solo el pueblo cienfueguero, sino también el pueblo cubano en general, ya que supo descubrir en él a un maestro de la flauta, y en su orquesta típica, a una escuela de virtuosos músicos.

Cienfueguero de pura cepa, en todo momento u ocasión fue un ardiente defensor del arte y la cultura insulares. Y cuando se escriba la historia de la flautística popular cubana hay que dedicarles sendos capítulos a los maestros Efraín Loyola, Richard Egües (1923-2006), Premio Nacional de Música, y José Antonio Fajardo (1919-2001), entre otros no menos importantes.

Por esa y otras muchas razones, que trascienden el contexto de esta crónica, en el prado cienfueguero, junto a la estatua de Benny Moré (1919-1963), el Bárbaro del Ritmo, se deben erigir tres más: a Efraín Loyola, a Rafael Lay Apesteguía y a Richard Egües.

Publicado Por: Jesús Dueñas Becerra

Jesús Dueñas Becerra. Ejerce como colaborador la crítica artístico-literaria y el periodismo cultural en varios medios nacionales de prensa, en especial, en la emisora de la familia cubana: Radio Progreso. Su actividad fundamental es la crítica de danza y cinematográfica, así como las artes escénicas y las artes plásticas.

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