Olga Martha González Salabarría, enfermera espirituana que cumplía misión en El Alto, Bolivia, asegura que los colaboradores cubanos retenidos por las autoridades locales son sus compañeros de brigada, “maravillosos como personas y como profesionales”.
La noticia heló más que las bajas temperaturas que acostumbran a enfriar los días en El Alto, esa ciudad boliviana a la que ocho meses atrás llegó la enfermera espirituana Olga Martha González Salabarría. Pero este 13 de noviembre, cuando se supo que la policía había detenido a cuatro compañeros suyos que trabajaban en su misma brigada, nevó como nunca en el alma de Olga y en la de los más de 70 colaboradores que laboraban allí.
Idalberto, Amparo Lourdes, Ramón Emilio y Alexander —los cuatro cooperantes cubanos detenidos por meras falsedades— habían ido ese día como siempre al banco para extraer el dinero del pago del salario de la Brigada Médica y otros servicios; y al regreso a casa, los policías y las esposas, las calumnias todas y las detenciones injustificadas.
“Son nuestros compañeros de brigada, maravillosos como personas y como profesionales —me cuenta Olga desde su ventana de Messenger—. Nos quedamos sin salario por la situación de nuestro económico y los que lo acompañaban, muy dura esa situación. Regresamos con un dolor profundo en el pecho por lo que se nos acusa y por la situación de ellos”.
Días atrás, cuando la calma cotidiana comenzó a trastocarse en la pesadilla de tiros, muertos, de golpe de estado, hasta las puertas de las residencias de los cubanos se habían asomado también las metrallas de las difamaciones. “Mi casa fue bloqueada, le pusieron carteles, pero nuestros compañeros hicieron guardia todas las noches y nosotras, de día. Desde las elecciones estamos reguardados en casa con mucha disciplina”.
Y empezaron a herir tantas amenazas, a doler quizás desde antes, una Bolivia rota donde el único “crimen” cometido por los cubanos fue sanar a todos. Lo confiesa ahora Olga tras los desvelos que vivió en aquel centro oftalmológico de El Alto donde laboraba como enfermera instrumentista.
“Operábamos a pacientes de todas las provincias del país, también peruanos, colombianos, chilenos. Trabajábamos hasta tarde en la noche, hasta que terminábamos de operar”. Y por eso va pesando hasta en los pacientes este retorno inesperado y obligatorio.
“Ellos están muy dolidos por nuestro regreso, imagínate los pacientes cuántos servicios están perdiendo, todos con una atención gratuita. Bolivia perdió a Evo. Tantas cosas que hizo por este país, hasta el último momento estuvo inaugurando escuelas, carreteras, etcétera”.
Sentada en uno de los asientos del aeropuerto de El Alto —desde donde me escribe— a la espera de volar hacia Santa Cruz para luego hacerlo hacia Cuba, comparte otros pesares:
“Duele mucho después de 13 años brindando colaboración médica en toda la geografía boliviana, con logros y resultados, retirarnos de esta forma. En todos los días de paro médico, la brigada no dejó de trabajar, se hicieron ferias de salud…”.
Mas, de súbito atrás ha quedado El Alto, las jornadas de devolverle la visión a cientos y cientos, los días de rendir tributo a Fidel a propósito de su cumpleaños, la obsesión de atender a todos siempre.
“Estamos consternados y muy dolidos con esta injusticia”, dice. Tras la decisión de Cuba de regresarlos inmediatamente, ahora solo aguardan: “Ya hay varios en Santa Cruz, otros no han podido salir de sus lugares por los bloqueos, nosotros estamos aquí desde ayer por la noche, congelados, a temperatura de 1 grado. A las dos salimos para Santa Cruz a esperar el vuelo de Cuba”.
Y la tecnología que acorta distancias y maldice también coarta el diálogo: “Estoy casi sin carga, nos vemos pronto”. Entonces a mí también me toca esperar a que en unas horas aterrice por fin en Cuba y, cuando vuelva a alumbrar de verde la ventana de su chat, terminar de contar esta historia.
(Tomado de Escambray, Periódico de Sancti Spíritus, con la firma de la periodista Dayamis Sotolongo)
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