El rey del mambo: un ícono cubano y universal

Por Anabel Martín García

Matancero de cuna, Dámaso Pérez Prado, abrió sus ojos al mundo en esa urbe occidental, el 11 de diciembre de 1917. Por las venas, del más tarde legendario Rey del mambo, corría la música a raudales.

La pasión se desbocó hasta frustrar el sueño de su padre periodista, que avizoraba para su hijo un futuro en la medicina. Entonces, de la mano de Rafel Somavilla, en su ciudad natal, comenzó las clases de piano clásico. Amén de esos estudios, fue la vertiente popular del instrumento la que sustentó el desempeño de Pérez Prado en su juventud.


En la ciudad de los puentes, este músico y compositor integró la banda de Senén Suárez; se trasladó a La Habana en 1940 y transitó por agrupaciones que llenarían de sonoridades su pentagrama como pianista y orquestador. La experiencia con la Orquesta Cubaney, la Sonora Matancera, la Orquesta de Paulina Álvarez, los Hermanos Palau y la Casino de la Playa sentaron las bases para su labor, años más tarde.


En 1946 fundó su propia orquesta, con la que consolidaría el piano y agregaría varios instrumentos de viento, el bajo y la percusión afrocubana. Esas variaciones marcarían con su propio estilo al mambo, género músico danzario creado en 1938, por los hermanos Israel y Orestes López. En palabras del propio Israel López, más conocido como Cachao, de no haber sido por Pérez Prado, «no se hubiera escuchado el mambo mundialmente».


Con el arribo de este músico a México, en 1949 nacieron la mayoría de sus canciones más conocidas. Allí, después de trabajar con varias agrupaciones, formó la suya propia, a la que pertenecieron, en diferentes etapas, talentosos músicos e intérpretes, entre los que destaca Benny Moré con su inconfundible estilo.


De su repertorio emergen canciones con nombre de mujer que, como pasiones al fin, dejaron una huella en su obra. Hablamos de «Patricia», tema que en el que Pérez Prado introduce el órgano en la música popular contemporánea y se acerca al rock. Y que decir de «Lupita», que en 1951, una vez instituido en México el Disco de Oro, le mereció el galardón a la agrupación de Dámaso Pérez Prado como mejor orquesta.


Y tanto mambo vino después de su famoso «Que rico mambo», por el que en 1955 la Asociación de Críticos Norteamericanos declaró a la orquesta de Pérez Prado la más popular del año, que hubo en llamarlos por números consecutivos. Del «Mambo número 5» quedan repercusiones recientes. Un hecho que lo demostró fue cuando el japonés Akira Miyagawa presentó en 2010 un espectáculo, donde sus alumnos de la orquesta filarmónica de Osaka combinaban a la Quinta Sinfonía de Beethoven con el «Mambo Número 5» de Pérez Prado.


El cine de la época no pudo prescindir de su música y en cerca de una veintena de filmes las composiciones del Rey del mambo conformaron la banda sonora. «La dolce vita» (1960), del director italiano Federico Fellini y «Kika» (1993), de Pedro Almodóvar registraron los compases de Pérez Prado.

Dámaso falleció el 14 de septiembre de 1989 en la capital mexicana; dejó atrás una prolífica obra que lo convirtió en uno de los músicos más importantes de la primera mitad del siglo XX en América Latina.

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Publicado Por: Martín García

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