Los recientes asesinatos en Alemania, en los alrededores de la rancia Frankfurt, adquieren categoría de alarma general entre los ciudadanos, confirmando la existencia de políticas erróneas, permisivas, favorables al aumento axiomático del pensamiento y las prácticas ultraderechistas.
La propaganda anti inmigrantes es solo un vértice de las posiciones extremistas en crecimiento.
Lo absurdo se aprecia solo retrocediendo a etapas previas a los años 90, cuando fue común y favorecida incluso, la contratación de trabajadores foráneos para realizar labores que los nacionales detestan.
De las repúblicas yugoslavas, un ejemplo consabido, iban a hacia territorio de la todavía RFA miles de personas que con carácter más o menos temporal, hacían el trabajo desdeñado por los alemanes. También algunos puestos requeridos de mucha calificación en distintas especialidades, eran ocupados por extranjeros, sin mucha alharaca.
En Bonn hubo un área de la entonces capital germano federal llamada el pequeño Islamabad, porque era un barrio habitado mayoritariamente por turcos. No era raro encontrar latinoamericanos, en menor cuantía y, sobre todo, españoles, que por tradición o necesidad se han movido hacia cualquier punto del orbe en distintos momentos.
El auge del lenguaje discriminativo o de odio, no se inició en aquellas etapas, ese ascenso ha sido más destacado en las últimas, cuando menor fue el ingreso de foráneos, excepto el punto ígneo por el desplazamiento sirio debido a la guerra.
La existencia de distintas formaciones políticas de corte intolerante o contrario a un enfoque civilizado de las relaciones entre individuos y entornos, no fue prohibida nunca en Alemania, pese a los a antecedentes nefastos que guarda su historia.
Fue a la inversa. Como procedimiento que suelo llamar híper democracia, se dejó pervivir a esos partidos, o fueron permitidos otros nuevos y tan a la derecha, que se distinguieron de inmediato por sus programas sectarios cargados de intransigencias.
Quizás se confió demasiado en las fuerzas ortodoxas tradicionales, no previeron que ellas entraran en crisis, o todo se debe a la ceguera política incapaz de razonar sobre lo perjudicial de no deshacerse de esas expresiones perversas.
Cuandose razona sobre ello, se hace imposible encontrar un balance entre esa permisibilidad con lo repudiable y el tratamiento revanchistaaplciado9 a todo looriginado o proveniente de la antigua RDA y sus prédicas.
Se habla de reunificación, pero en los hechos fue una cruda, despiadada anexión que, entre diversas pautas, subestimó hasta el ridículo las conquistas germano-orientales, como si no se tratara del mismo pueblo, una cultura común.
Aparte de esos resbalones ideológicos en gran escala, se registra la parsimonia para evitar el resurgimiento de tendencias fascistoide. Por nacimiento propio o en virtud de herederas de partidos anteriores, surgieron entes como Alternativa para Alemania, al cual le permiten una proyección que fomenta odios y exclusiones.
En consonancia, han surgido organizaciones suplementarias para apoyarlos. Así se cataloga a los Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente (PEGIDA) o el Movimiento Identitario (IdentitärBewegung), con alegatos incitadores de miedo a lo ajeno, en particular echarle culpas a los extranjeros de cuanto malo acontece.
Se consolidan absurdos como el de quienes sostienen que se favorece la repoblación del territorio alemán con musulmanes. Son guiones entre varios empalmes propagandísticos falsificados,manipulando datos y criterios, buscando hacerse creíbles. Lo logran, impunemente.
Se llega a lanzar acusaciones sobre personalidades de favorecer la instalación de extraños en el país. La canciller conservadora Angela Merkel, ha sido víctima de esos manejos, porque cualquier elemento les sirve de vehículo a sus malos propósitos.
Los partidos tradicionales, (esta es otra tergiversación de la normalidad o lo lógico), no combaten esos vituperables vicios políticos pero adoptan algunas de esasdoctrinas, pensando que así conquistan a franjas inconformes de la sociedad.
Lo uno u lo otro refuerzan el mensaje extremista y confunden. Eso explica cómo lejos de ganar adeptos, los cristiano-demócratas y la socialdemocracia, perdieron confiabilidad y votantes, haciendo obligatoria alianzas de gobierno impensables en otros momentos, pero indispensables ahora.
En tan anchas rutas medran neonazis y parecidas directrices que no conformes con su estrategia y resultados, emplean la violencia extrema. La culpa, sin duda, es de quienes dan pie a que se convierta en corriente lo excepcional, abriéndole caminos a todos los peligros.
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