A dos años de la partida física del laureado novelista y dramaturgo Nicolás Dorr, deseo recordar su presencia en las letras y las tablas insulares y de mucho más allá de nuestras fronteras geográficas con la última entrevista que me concediera con la sencillez y humildad que lo caracterizaran en el medio artístico y fuera de él.
¿Cuál es el momento ideal para liberar la imaginación y dejar que vuele la fantasía hasta darle una forma definida a la obra El legado del Caos, obra laureada en el género novela en certamen literario convocado por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)?
Soy un autor que prefiere la oscuridad de la noche, o más exactamente, de la madrugada, para crear. Durante la noche y la madrugada, los ángeles, demonios y duendes que los poetas, escritores y dramaturgos llevamos ocultos en los parajes más recónditos de la mente humana, y que se escapan —con permiso o sin él— de sus respectivos escondites.
Aunque usted no lo crea, escribo con tinta sobre papel. Ante la pantalla de un ordenador, mis personajes se bloquean desde el punto de vista emocional.
El entramado psicológico que les insufla vida a mis personajes, lo mismo en las páginas de un libro que en el escenario de un teatro, requiere el uso de mis manos, que mueven constantemente el bolígrafo, y escriben tanto acostado, como en el piso, o en el lugar que sea. Por ello, me autodefino como un escritor horizontal.
¿Podría reseñar los indicadores conceptuales y teórico-metodológicos que utiliza para escribir, por ejemplo, una obra teatral?
Ante todo, debo advertirle que no sigo esquemas tradicionales ni preconcebidos (sonríe con picardía). Durante toda mi vida los he roto y he lanzado al basurero. A propósito, permítame aclararle que no estoy para nada en contra de la academia, ya que desempeña una función básica indispensable en la formación integral que debe recibir, digamos, un actor, pero no permito que se convierta, al menos para mí, en una camisa de fuerza a la que hay que adaptarse […] o perecer en el intento.
Buscar y crear son los verbos que no me canso no solo de conjugar, sino también de jugar con ellos. Me he confabulado con esos verbos y he establecido algo así como un pacto secreto, que no debo ni puedo revelar, porque me estaría traicionando a mí mismo.
Toda mi obra tiene un sello muy personal: soy un cubano ciento por ciento, irónico, dramático, sentimental, sensual, erótico (¿por qué no?).
¿Desde cuándo comenzó su vocación hacia el arte en general, y hacia las artes escénicas en particular?
Desde mi niñez. Matriculé en la Academia de Artes Dramáticas. Recuerdo que iba con mi familia a todos los teatros citadinos para ver puestas en escena dirigidas a los adultos. No sé todavía cómo me permitían entrar, pero lo hacía. Así vi actuar a los imprescindibles de la escena insular y un poco más allá de nuestras fronteras geográfico-culturales: Ana Lasalle, Adela Escartín, Enrique Almirante, Raquel Revuelta. Por lo tanto, no podía ser otra cosa que teatrista, porque esa manifestación artística forma parte indisoluble de mi leyenda personal.
En virtud de que, según sus propias palabras, no podía ser otra cosa que teatrista, ¿podría explicar qué significa para usted el teatro y en qué etapa de su ciclo vital comenzó a escribir?
Me genera, en la mente y en el alma, niveles terribles de angustia, pero también de satisfacciones extraordinarias, las cuales no me atrevería a describir con palabras, porque estimo que, no obstante la riqueza de nuestra lengua materna, no reflejarían —con precisión y exactitud— el especial estado de ánimo que me alimenta el intelecto y acaricia el espíritu.
Al principio, comencé escribiendo pequeños versos a los siete años de edad. En plena adolescencia, completé un libro de poemas que titulé TiempoInquieto. No ha sido publicado, y creo que permanecerá inédito por los siglos de los siglos, pero —en modo alguno— lo subestimo o menosprecio, porque ese fue el inicio mágico de un niño poeta, al cual no he renunciado ni renunciaré jamás.
A mí nadie me enseñó a escribir. Esas cosas no se enseñan ni se aprenden por ósmosis. Son intuiciones a partir de la imaginación, la fantasía y el talento personal, el cual Dios y la vida te otorgan o no. Si no lo tienes, puedes estudiar en la mejor universidad del mundo que nunca llegarás a ser un verdadero profesional de la palabra escrita. Ya lo dijo el escritor hispano, don Miguel de Unamuno, rector de la universidad de Salamanca: «lo que Madre Natura no da, Salamanca no otorga».
Sin embargo, sí aprendí la técnica y los secretos de la actuación con mis inolvidables maestros Antonio Vázquez Gallo, Modesto Centeno y Julio Matas, en quienes descubrí los valores éticos, ideo-estéticos, culturales, humanos y espirituales que pautan —desde los primeros balbuceos— mi creación poético-literaria y dramatúrgica.
¿Cuáles son los autores que más han influido en usted a través de toda su vida profesional y a los cuales les será fiel hasta el último aliento?
Federico García Lorca, Tenesse Williams, Moliere (Jean Baptiste Poquelín), y tantos otros, que nombrarlos a todos haría interminable esta entrevista.
Antes de finalizar este fructífero diálogo, ¿me agradaría conocer cuál es su predilección por el empleo del método analítico en la elaboración psicológica de los personajes protagónicos y secundarios de sus obras teatrales?
Si usted me lo permite, le voy a contestar con unas palabras suyas, tomadas de una crónica que usted le dedicara a la puesta en escena de Juegos suciosen el sótano, estrenada hace algunos años en la sala Covarrubias del Teatro Nacional de Cuba.
En dicha crónica, usted explicó —desde la vertiente psicodinámica— el comportamiento morboso de la pareja de actores que protagonizaran dicha obra. Recuerdo perfectamente que usted escribió que mi predilección por el psicoanálisis freudiano se debía —en lo fundamental— a mi estancia en dos países del cono sur americano: Argentina y Venezuela, donde dicha doctrina, con orientación ortodoxa o lacaniana, crece silvestre como la hierba (¡y no precisamente la mala hierba!). ¿Satisfecho?
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