En tiempos en que la pandemia de la COVID-19 consigue a diario arrebatar la vida a miles de personas, y cuando el afán de nuestros científicos no duerme, procurando la vacuna capaz de detener los males que provoca la contagiosa enfermedad, es un gozo acoger en el pensamiento a ese hombre extraordinario de la ciencia universal que fue y es Carlos J. Finlay, al que se le debe, entre otros aportes, el descubrimiento del modo de transmisión de la fiebre amarilla.
Resulta justísimo, hoy más que nunca, tener muy cerca a quien fuera bautizado como Carlos Juan Finlay –aunque quedara grabado para siempre en nuestra memoria como Carlos J. Finlay, debido a que así estampaba su firma–. Si no bastara que se cumplen 105 años de su fallecimiento, avalemos entonces la presencia de su hálito tenaz por desterrar el dolor, encarnado en los hombres y mujeres de bien que escudriñan ahora mismo, en nuestros centros de investigación, los enigmas del virus; y también en la inagotable contienda de nuestros médicos por devolver la sonrisa calmada a los enfermos, no importa si en su tierra o donde los reciba el mundo.
Cuba conoce de sobra a este investigador, que también realizó concluyentes estudios en el área del tétanos infantil y de la propagación del cólera en La Habana; que en 1872 fue elegido Miembro de Número de la Real Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana, y en 1895, Miembro de Mérito; que estuvo al frente de los servicios de Sanidad en la Isla desde 1902 hasta 1908, y que fue bajo su mando que se erradicó esta enfermedad.
Tampoco olvida el forcejeo del imperialismo yanqui para arrebatarle cínicamente al genial cubano el mérito de su hallazgo, cuando dio a conocer ante el orbe que el mosquito Aedes aegypti era el agente transmisor de la fiebre amarilla.
Como mismo lo hace hoy, el mundo habló entonces. La voz de la justicia colectiva fue inapagable y llovieron premios, reconocimientos y glorias sobre el verdadero descubridor. Aliado de la mentira, el imperio tuvo –«¡cosa rara!»– que bajar otra vez la cabeza; el mismo que ahora, con las raíces más largas y podridas, cuestiona la valía de vacunas que no buscan el lucro o la entrega solidaria de nuestro personal de la Salud. El mismo que pretende en vano desprestigiar la nobleza de Cuba, cuya obra brilla con luz propia por sobre las infamias.
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