Decir que Donald Trump ha perdido la noción del límite sería otorgarle la virtud de haberse desempeñado alguna vez con temperancia y actuar como corresponde a cualquier persona sensata, sobre todo si es un ente público, en especial de un Jefe de Estado.
Según se acercan las elecciones del 3 de noviembre, el mandatario aumenta su ofensiva y miente con descaro desconcertante. Su esfuerzo por deslegitimar a los demócratas hace que los califique de socialistas y radicales y, de forma parecida, dice que son anarquistas y delincuentes todos los manifestantes que vienen exigiendo en las calles urgentes reclamos socio-raciales.
Al englobar con esos términos a la totalidad de los ciudadanos en las calles, pretende anular la validez de sus reivindicaciones, palanca con la cual descalifica al partido oponente, que de ningún modo pretende cambiar el sistema imperante. Las diferencias entre Donadl Trump y Joe Biden, se limitan al estilo de trabajo y a ciertos enfoques de los problemas a dilucidar, pero no a cambios drásticos en las estructuras u orientaciones ideológicas de Estados Unidos.
En la visita recién hecha a Kenosha, Wisconsin, Trump se tomó fotos y videos ante instalaciones atacadas por pequeños grupos que actúan a contrapelo de la mayoría. No se descarta la acción de otros actores cometiendo o instando a la violencia para desvirtuar los fundamentos del malestar existente en capas preteridas de la población norteamericana.
El magnate que ocupa la Casa Blanca insiste en que los acontecimientos son motivados por el mal manejo de los dirigentes locales y asegura que el caos se instalará en todo el país si gana Joe Biden. “Creo que mucha gente está viendo lo que pasa en estas ciudades gobernadas por los demócratas y está asqueada. Ven lo que pasa y no pueden creer que pase en todo nuestro país, yo tampoco”, afirmó como quien dice una verdad rotunda o él no tuviera responsabilidad en cuando sucede.
La exageración patrañera está en línea con su más reciente slogan de Ley y Orden, con el cual asume aires de padre justiciero cuando si algo se asemeja es a un matón ordinario o a un capo mafioso.
Aunque ocupa el primer cargo nacional hace cuatro años, no se siente culpable ni se responsabiliza con los problemas de amplios sectores poblacionales, aumentados con la crisis sanitaria que tan mal ha manejado. Uno de sus propósitos es, justo, tapar su ineficiencia ante la Covid-19 que llevó a la primera economía mundial a convertirse en el sitio donde mayor número de infectados y muertos se registran de esa enfermedad.
El entorno Trump intenta presentar la citada visita como un intento por normalizar la situación, pero el tono, lenguaje y gestos provocan lo contrario. Aparte de homologar a los alborotadores con los manifestantes pacíficos, Trump aprueba y defiende los asesinatos de afronorteamericanos por voluntarios de la policía o por los propios agentes y disminuye los hechos y crímenes a simples errores.
No se preocupó por visitar a la familia de Jacob Blake, joven afro descendiente desarmado a quien le dieron siete disparos por la espalda y queda paralizado de por vida. Aunque no puede moverse, le mantienen esposado en la cama del hospital donde le internaron.
Trump ensalza al asesino de dos personas (Rittenhouse) y diversos actos deshumanizados emprendidos por miembros de la guardia nacional. Niega la existencia de una prácticageneralizada de racismo y brutalidad policial, y con inflados aires de padre protector, busca los favores de aquellas capas indecisas en un estado que pudiera serdeterminante en la votación que le quita o prolonga su estancia en el poder.
Lo ocurrido en las últimas semanas es anticipo, ilustración siniestra de lo por ocurrir antes o después de noviembre. Se suponeque si hasta el momento no hizo ascos alusar todo tipo de ardides con los cuales quitarse culpas, echándolas sobre ajenos de dentro o de fuera, en los próximos dos meses, aumentará su agresividad como arma para no perder la Sala Oval.
Poco le interesan las quejasciudadanas y tampoco toma muy en cuenta el rechazo de prominentes miembros de su propiopartido. Personalidades nada sospechosas de progresismo, como el ex secretario de estado, Colin Powell, o a través de impugnación colectiva,-tal el caso de 70 conservadores alertando sobre el peligro de un segundo mandato-, convencidos de que la democracia está en peligro si él se queda.
Los rencores acumulados por tanto tiempo de discriminación favorecen, pese a todo, la visión evasiva y oportunista del presidente y su decisión de usar el desorden como baza para ser reelegido. Por eso el reverendo Jesse Jackson instó a no convertirse en leña del talante incendiario del magnate.
Las campañas electorales enEstados Unidos suelen contar con acusaciones y calumnias de los dos bandos. En esta oportunidad uno explota el vandalismo ocasional y los otros prometen atenuar esos excesos que tanto polarizan a la sociedad norteamericana. ¿Quién es más convincente y ganará la partida? No hay respuestas por ahora, pero sí convicción de la urgencia por canalizar convenientemente malestares que generan miedos y odios muy difíciles de curar.
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