Foto. Cortesía del Museo Nacional de la Danza
Con esas paradigmáticas palabras del crítico británico Arnold Haskell (1903-1980), he decidido evocar el mítico debut de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso (1920-2019), en el papel protagónico del ballet romántico Giselle, en homenaje a los aniversarios 74 de la constitución del Ballet «Alicia Alonso», hoy emblemático Ballet Nacional de Cuba (BNC), Patrimonio Cultural de la Nación, que dirige la primera bailarina Viengsay Valdés, y al 79 del debut artístico-profesional de Alicia Alonso en el papel de «Giselle».
Para celebrar cum dignitate esos acontecimientos históricos en los anales del «arte de las puntas», el programa oficial de la vigésimo séptima edición del Festival Internacional de Ballet de La Habana «Alicia Alonso», que comenzó el 20 de octubre y finaliza el 13 de noviembre, ha incluido una temporada dedicada a esa joya de la danza universal, que se extiende desde el 28 de octubre al 2 de noviembre. Ese es el ballet más admirado y demandado por el público nacional y extranjero, y por los propios bailarines, quienes consideran un «sueño» (irrealizable para algunos), así como una verdadera «prueba de fuego» interpretar esa obra, valorada por los críticos como el Hamlet del ballet, porque con ella se es un bailarín integral o no.
No es casual el hecho de que disímiles bailarinas lo seleccionen como obra de retiro artístico o cúspide de su carrera artístico-profesional, y hasta como imagen de terror, por la ansiedad («miedo a lo conocido») o angustia («miedo a lo desconocido»), que genera poder cubrir los requisitos técnico-interpretativos del personaje y la historia de la inocente campesina germana que muere por amor.
La trascendencia de algunas «divas de la danza» ha estado marcada, en buena medida, por sus interpretaciones de ese ballet romántico por excelencia.
Si de esa gema del arte danzario se habla, hay que referirse —necesariamente— a Alicia Alonso, quien fuera la primera cubana y latinoamericana en prestarle pie y alma al personaje de «Giselle».
Según la crítica internacional, la construcción psicológica del personaje protagónico sigue siendo una de las más logradas, pero no todos conocen los sacrificios y riesgos que afrontara la genial bailarina para convertir en realidad el sueño de poder bailar Giselle.
En 1940, Alicia y su primer esposo, el maestro Fernando Alonso (1914-2013), bailaban en Estados Unidos como miembros de la recién fundada compañía American Ballet Theatre, cuando inesperadamente ella sufrió un desprendimiento de la retina de los dos ojos.
Tras ser intervenida quirúrgicamente, los cirujanos oftalmólogos recomendaron que nunca más volviera a bailar, pero inmóvil y vendada sobre una cama, la joven de 20 años de edad ensayó con los dedos de las manos la obra que por entonces anhelaba interpretar: Giselle.
En aquella cama donde permaneció un año y medio, Alicia repasó a diario cada detalle de la coreografía: los pasos, la pantomima, la música y el sentido íntimo de la danza.
Después de cumplir con el reposo indicado por los facultativos que la atendieron, la artista regresó a los escenarios en contra de la orientación que recibiera de los médicos, y protagonizó lo que puede percibirse como una «valerosa hazaña» o un «milagro divino y humano».
Alicia desempeñó el papel de «Giselle» en sustitución de la célebre primera bailarina inglesa Alicia Markova (1910-2004), quien había enfermado poco antes de la presentación.
Con unos pocos ensayos, la artista insular se convirtió el 2 de noviembre de 1943 en «Giselle», la frágil campesina devenida espíritu tras la muerte, en el escenario del Metropolitan Opera House, de Nueva York, junto al prestigioso bailarín inglés Anton Dolin (1904-1983) como «Albrecht» y el elenco del American Ballet.
De acuerdo con varios críticos, aquella noche, en la persona de Alicia Alonso, triunfó Cuba y toda América, porque ella demostró que una latina podía interpretar con excelencia técnica y estilística un papel hasta entonces reservado para intérpretes eslavas o anglosajonas.
Tanto impacto causó la artista con su primera interpretación del personaje que, una vez finalizada la función, el gran coleccionista de danza George Chaffée (1929-2016) le arrebató de los pies de la artista sus zapatillas ensangrentadas por tantas horas de trabajo y profetizó: «esto es para la historia».
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Así comienza la leyenda Alicia Alonso–Giselle, ballet que con el tiempo pulió, enriqueció al máximo, y del cual creó una versión propia que aún perdura como la más lograda de cuantas se encuentran en el repertorio internacional de las mejores compañías danzarias, a escala planetaria.
El Dr. José Orlando Suárez Tajonera (1928-2008), Premio Nacional de Enseñanza Artística 2007, y profesor emérito de la Universidad de las Artes (ISA) hasta su lamentable deceso, y el M.Sc. Alfredo Martínez Gutiérrez, profesor auxiliar (jubilado) del ISA, valoran —desde una perspectiva estético-artística y una óptica objetivo-subjetiva por excelencia— el hecho de que « […] en la Giselle de [Alicia] Alonso […] todo lo que se ve en la escena, todo lo visible es genial, pero el acto de la estimación sobre la danza milagrosa de Alicia Alonso, nos sugiere la idea mística de que donde confluyen movimiento y quietud es donde está lo momentáneo y lo externo, y que en el arte de la interpretación danzaria no se trata de la individualidad desnuda, aislada, sino de la personalidad en comunicación con el espíritu cósmico […]»,1 lo que presupone —según la apreciación de este cronista— la estrecha relación cuerpo-mente-alma.
¡Gloria eterna al ánima de la eximia ballerina en el aniversario 74 de la fundación de una de las mejores compañías de ballet clásico del orbe!
Notas
- José Orlando Suárez Tajonera y Alfredo Martínez Gutiérrez. «Jesús Dueñas: un crítico de la danza con duende». Vivarium. XXVI; Jul., 2008; p. 73.