Isabel Santos: ser actor no es un juego

Dialogar con la primerísima actriz Isabel Santos (Camagüey 1961) es sentir una cálida caricia al intelecto y el espíritu humanos, ya que esa gloria de la cinematografía insular y de mucho más allá de nuestras fronteras geográficas es una mujer en extremo sensible y dedicada en cuerpo, mente y alma al ejercicio de su noble profesión, percibida por ella como fuente nutricia de ética, humanismo y espiritualidad.

Por otro lado, la carismática artista —cubana ciento por ciento— ha desempeñado papeles principales en los filmes: Clandestinos, La vida es silbar, Miel pa­ra Oshún, Vestido de no­via y La pared de las palabras, entre otros no menos relevantes.  

A Isabel la hemos visto llorar, sufrir, desgarrarse, reír o vivir en la pantalla grande o chica. No obstante, si bien ha incursionado —con éxito indiscutible— en la televisión, «soy una actriz de cine, que construye [psicológica y espiritualmente] los personajes que llevo al set de filmación, como si en ello me fuera otra vida», precisa la también miembro ilustre de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC)

¿Cuál fue la motivación fundamental que inclinó su vocación hacia el arte en general, y hacia la actuación en particular?

Creo que el «mundo mágico» de la actuación me interesó desde la más temprana infancia, pero desconocía la palabra actriz, no estaba en mi cabeza, como tampoco está en la cabeza de ningún niño. Me despertó mucho interés el carrito del cine móvil. Yo tenía muy poca edad, pero recuerdo que era un camioncito que tenía un proyector, iba por todos los bateyes de los ingenios azucareros para llevar el cine a las comunidades rurales. Entonces, todo el mundo sacaba su taburete y cuando llegaba el carrito móvil era una fiesta, porque te ponían un documental, un noticiero y una película; a veces, las películas las repetían, pero la gente volvía a verlas.

Ver las proyecciones en aquella pantalla en la pared de un almacén […], fue fascinante para mí. Mi pasión por el cine después se hizo muy consciente, pero tiene su raíz en mi niñez.

Para llegar hasta aquí he tenido que transitar un camino difícil, sobre todo por el lugar en que crecí […]. Si bien nací en la provincia de Camagüey, mi familia fue a vivir al batey de un central azucarero, donde tuve que asistir a escuelas rurales […] Recuerdo que, en noveno grado, que lo cursé en el pueblo de Imías, se hizo la captación para la Escuela Nacional de Arte (ENA), tuve mucha suerte, me hicieron la prueba y salí airosa […], pero —lo más importante— es querer lo que uno se propone en la vida […] He sido muy perseverante y eso se lo debo mucho a mi madre.

En la ENA teníamos excelentes profesores, que nos hacían sentir orgullosos. El profesor era como un espejo, no solo impartía la clase, nos enseñaba lo que era la disciplina y el rigor en esta carrera, que es muy difícil, esforzada y sacrificada.

¿Qué es para usted ser actor?

A un verdadero actor lo define la verdad por encima de todo, la sinceridad, el no traicionarse. Vivimos muchas vidas y tienes que ser muy observador, ver lo que te rodea, y en ocasiones, lo que otros no ven, no pueden o no quieren ver, porque entras en la piel de otro personaje. Yo actúo partiendo de mis vivencias, soy una «ladrona» de vida, lo hago de manera inconsciente.

Puedo estar en cualquier lugar, y comienzo a guardar información en un «disco duro», y un buen día, cuando tengo un personaje, hay un bombillo que me hace ¡tac!, y ahí lo tengo. Además, cada vez que construyo un personaje tiene una música diferente. Son ejercicios que te enseñan en la academia, y que, cuando los practicas sistemáticamente, los haces sin darte cuenta, pero hay que estudiar mucho, no es pararte delante de una cámara y ser siempre el mismo.

Salir en pantalla no te define como un actor bueno o malo. Ser actor no es un juego, los medios no son un juego, hay quien dice: «el que tenga los medios tiene el poder», pero cuánto daño hacen las personas que no se saben dirigir a la población, en la música que divulgan, en cómo se visten […].

¿Qué podría decirnos acerca del personaje que interpretara en la cinta La pared de las palabras, donde compartiera escena con el primerísimo actor Jorge Perugorría?

El personaje que interpreté en el filme La pared de las palabras me tuvo casi dos meses en un estado de silencio interior, y no porque yo me lo propusiera, sino porque para una madre perder a un hijo es terrible, y en la película desde que comienza se dice que Elena va a perder a su hijo. Yo creo que nunca me propongo ese estado de ánimo, porque me lacera, me hiere en lo más profundo de mi ser.

Por otra parte, trabajar con un actor de la talla excepcional de Jorge Perugorría es un honor que todo artista desea tener.

¿Cómo valora usted la acogida que le han dado los amantes de la pequeña pantalla y del séptimo arte en la mayor isla de las Antillas?

El público cubano es muy inteligente y siempre eres y serás para ese público que te ha aplaudido, te ha dado afecto y cariño, y te ha mostrado respeto. Para muchos, sigo siendo la muchacha del filme Clan­destinos, yyacasi estoy llegando a la «edad de la sabiduría y la paciencia», y eso no se paga con nada, ese es mi aplauso, ese es mi público natural.

Por otra parte, podré tener lauros y reconocimientos foráneos, pero los dos Premios Corales [otorgados por los miembros del jurado del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano] son muy importantes para mí, así como los sinceros aplausos del público.

¿Qué función básica indispensable desempeña el director en un contexto    audiovisual (cine o televisión)?

La figura del director es fundamental. Yo creo en el director que es capaz de decir qué haré yo con uno u otro personaje, que —desde la vertiente psicológica— no tiene nada que ver conmigo. Ahí están los grandes directores. Me gusta que me dirijan, que me pidan cosas difíciles, yo siempre lo comparo con la plastilina, el actor tiene que ser dúctil, ser un material moldeable y tratar de hacer cosas diferentes para que el director tenga varias opciones.

El vínculo entre el actor-director es «mágico». Creo que de todos los directores con los que he trabajado he aprendido mucho […], como usted no es capaz de imaginar.

Aparte de la actuación, usted ha incursionado en el campo de la documentalística. ¿Qué nos podría contar al respecto?

Hasta ahora, he realizado tres documentales: San Ernesto nace en la Higuera; luego transcurrieron diez años para que se me ocurriera Viaje al país que ya no existe, con el realizador Iván Nápoles, filmado en Vietnam; y desde hace algún tiempo, concluí El camino de la vida, que trata sobre la vida de Isabel Álvarez Morán, una sobreviviente del cerco nazi-fascista a Le­ningrado […].

Es una historia de 35 minutos, pero en extremo conmovedora, acerca de una mujer que —además— ha desempeñado una función muy importante en mi vida, ya que se ha convertido —por derecho propio— en un verdadero paradigma […]. Es una mujer que lo ha perdido todo, y sin embargo, para ella la vida es muy importante […], quizá lo más importante.

¿Algo que desee añadir para que no se le quede nada en el tintero?

Solo darle las gracias por la entrevista, que —entre otras cosas— me ha permitido evocar mis orígenes, de los cuales estoy muy orgullosa. ¡Nada más […], por ahora!

Fotos: Alexis Rodriguez

Publicado Por: Jesús Dueñas Becerra

Jesús Dueñas Becerra. Ejerce como colaborador la crítica artístico-literaria y el periodismo cultural en varios medios nacionales de prensa, en especial, en la emisora de la familia cubana: Radio Progreso. Su actividad fundamental es la crítica de danza y cinematográfica, así como las artes escénicas y las artes plásticas.

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