José Martí y la expansión imperialista

«Viví en el monstruo y le conozco las entrañas». No creo, sinceramente, que en la lengua cervantina haya un aforismo como el del Apóstol, que refleje —con meridiana claridad— la esencia íntima del imperio estadounidense, para evocar cum dignitate el aniversario 170 del natalicio de José Julián Martí y Pérez (1853-1895).

Al decir del Dr. Eusebio Leal Spengler (1942-2020), eterno Historiador de La Habana, una fulgurante «estrella, [deseosa] de hacer un viaje por la tierra, se alojó en el cuerpo y en el alma de un hermoso niño», que la posteridad conocería como el «más universal de los cubanos».

En este mes de enero, se cumplen 142 años de la primera visita de Martí a la nación norteña, donde se estableció durante más de una década para organizar la «Guerra Necesaria» con el sagrado objetivo de alcanzar la independencia de la mayor isla de las Antillas, por la que luchó tenazmente desde la más temprana adolescencia y ofrendó su preciosa vida en «Dos Ríos».

La presencia del Maestro en la geografía estadunidense le facilitó conocer con profundidad las virtudes del sistema socio-económico norteamericano, al mismo tiempo que las marcadas carencias éticas, humanas y espirituales, que ponían en tela de juicio las supuestas bondades de la democracia Made in Usa 

No se trataba, en modo alguno, de un intelectual cualquiera el que tendía su aguda vista acerca de las esencias de una potencia emergente. En el vecino país, donde —junto con las «oportunidades» que brindaba una economía en expansión, basada en los últimos avances de la ciencia, la técnica y la tecnología, comenzaban a surgir las grandes deudas de lesa democracia que proliferan hasta hoy. Por lo tanto, con independencia del hecho de no haber erradicado del todo los males inherentes al reciente esclavismo y las secuelas de la guerra civil (1861-1865), eran ya entonces el dinero y los intereses oligárquicos los que decidían la política norteamericana y diseñaban sus ambiciosos planes expansionistas sobre América Latina y el Caribe, «su patio trasero».  

Y no era Martí uno más, porque poquísimos eruditos de la época unían en una sola persona su poder de discernimiento, su sensibilidad poético-literaria y su gran cultura general, lo que le permitió calar —como pocos— los procesos socioeconómicos y políticos que tenían lugar en Estados Unidos. Con una sagaz mirada «desde fuera», propia de aquel hombre excepcional, que ejerció un periodismo lúcido e incisivo, casi cinematográfico, mientras residía en la urbe neoyorquina.

No cabe duda alguna de que deviene un deber ético y de conciencia, tanto de historiadores, como de estudiosos de la vida y la obra del «Héroe Nacional Cubano», traer a colación el tema relacionado con la expansión imperialista, porque —al decir de José Martí— «es preciso que se sepa en nuestra América la verdad de los Estados Unidos».

Así las cosas, no es casual el hecho de que, en el ensayo Nuestra América, José Martí al advertir que «un pueblo que desdeña a otro se convierte en  enemigo peligroso para el desdeñado» —ya con claras intenciones expansionistas hacia el sur del continente— constituía «el peligro mayor [para] nuestra América».

El fundador del periódico Patria, destaca —además— las razones que condicionaban tal peligro en aquel momento sociohistórico. Con apoyo en los resultados de un exhaustivo análisis crítico, Martí pronostica que el voraz imperio es capaz de lanzarse más temprano que tarde sobre Latinoamérica y el Caribe.

Si bien el autor de la Edad de Oro alberga cierta esperanza de que a tal hora no se llegue por el predominio de los sentimientos más nobles que corren por las venas de los norteamericanos de buena sangre y buen corazón, que los hubo y los hay, está consciente de que «el día de la visita [no deseada] está próximo».  

Los agentes desencadenantes, señalados por Martí, acerca de ese posible y cercano movimiento contra la soberanía de nuestra América y el Caribe evidencian la hondura sociológica y la sagacidad política que identifican al Maestro. Por otro lado, admite que hay sectores de la población estadounidense ávidos de la acción conquistadora, seguidores de una tradición forjada a lo largo del siglo XIX, y que pretendía establecer la hegemonía estadounidense sobre el sur del continente; «sueño» al que —en pleno siglo XXI— no han renunciado ni renunciarán mientras «el gigante de las 7 leguas» sea una potencia imperialista.

Para todo amante de la vida y la obra de José Martí queda bien claro que esas situaciones sociohistóricas, vivenciadas por el poeta mayor de la patria grande latinoamericana, como testigo de mayor excepción, contribuyeron —de forma decisiva— a radicalizar y verticalizar su certero enfoque hacia el expansionismo de Estados Unidos, donde residiera desde 1881 hasta 1892. En consecuencia, convirtió ese bien documentado criterio en un abierto rechazo a la polarización social, como parte esencial de los cambios hacia una república imperial, cada vez menos democrática y francamente expansionista en los planos territorial y hegemónico sobre Nuestra América y el Caribe.

La evolución histórica del «Norte revuelto y brutal» le ha dado la razón a José Martí, quien —con la «luz larga» que lo caracteriza— supo adentrarse como nadie en la vida interna de ese poderoso país, convertido hoy en una potencia en lo militar, en lo económico y en lo financiero, pero empobrecida en lo que respecta a democracia, derechos humanos y libertades civiles.

De ahí, que «el espíritu más [esclarecido] que ha conocido la historia» afirmara, categóricamente, que La América del Norte «va de más a me­nos», y esa es —sin duda alguna— la innegable verdad sobre Estados Unidos.

Publicado Por: Jesús Dueñas Becerra

Jesús Dueñas Becerra. Ejerce como colaborador la crítica artístico-literaria y el periodismo cultural en varios medios nacionales de prensa, en especial, en la emisora de la familia cubana: Radio Progreso. Su actividad fundamental es la crítica de danza y cinematográfica, así como las artes escénicas y las artes plásticas.

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