En la sección «Látigo y Cascabel», del diario Juventud Rebelde, el colega José Luis Estrada Betancourt, jefe de la página cultural del periódico de la juventud insular, tocó un tema muy sensible para la música popular cubana en el artículo de opinión « ¿Qué nos identificará mañana?» 1: el presunto desdén mostrado por los jóvenes hacia el danzón, el cha cha cha u otros ritmos genuinamente criollos.
Estoy plenamente de acuerdo con el «latigazo» perpetrado por el también miembro de la sección de Crítica e Investigación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC), a los directores y realizadores de espacios musicales en la radio y la televisión insulares.
No soy —nada más lejos de la realidad— un anciano nostálgico, que sueña despierto con los éxitos musicales de las primeras siete décadas del pasado siglo. Pero sí estimo, no solo como crítico y periodista, sino también como amante de la buena música, que las agrupaciones (charangas, orquestas tipo jazz band y conjuntos soneros), apenas se escuchan en el espectro sonoro caribeño.
El autor de esta crónica percibe como un hallazgo arqueológico que los números musicales incluidos en el repertorio clásico o actual de las orquestas típicas o jazz band y conjuntos, se escuchen por la radio.
O en vivo y directo por los espacios musicales que ofrece la pequeña pantalla, donde siempre son las mismas agrupaciones las que se alternan, en detrimento de esas emblemáticas orquestas y conjuntos, que —por lo general— brillan por su ausencia.
Al menos en la capital cubana, y hasta donde yo conozco, Radio Progreso y Radio Rebelde son las emisoras nacionales que no han echado al «saco del olvido» la función básica indispensable desempeñada por esas orquestas y conjuntos en la historia de la música popular del país.
A esas orquestas tipo charanga, jazz band y conjuntos se les podía escuchar en el estelar espacio «Alegrías de sobremesa», donde la octogenaria Orquesta Aragón tenía un día fijo (los lunes) a la semana, para deleite no solo de la radioaudiencia, sino también de quienes asistían a las grabaciones en vivo de tan popular espacio radiofónico.
En ese antológico programa, fundado por el maestro Alberto Luberta Noy (1930-2016), Premio Nacional de Radio y del Humor, y conducido por el locutor Eduardo Rosillo (1927-2014), Premio Nacional de Radio, participaban otros colectivos con formato charanguero, jazz band y conjuntos.
Sin embargo, no es solo en «Alegrías» donde se escuchaban los acordes musicales de esas desempolvadas orquestas y conjuntos, sino también en los espacios Discoteca del Ayer y Discoteca Popular, entre otros no menos importantes de la emisora de la familia cubana.
Mientras que, por Radio Rebelde, sale al aire —en horario vespertino dominical— un espacio dedicado a las orquestas típicas danzoneras por donde desfilan las mejores agrupaciones que, a lo largo del tiempo, han cultivado nuestro baile nacional.
Por otra parte, quiero desmentir —con hechos concretos de los que fuera testigo de mayor excepción— la falacia de que la juventud cubana subestima la buena música interpretada por dichas orquestas y conjuntos.
Como parte de mis actividades habituales como colaborador del Sitio Web de la UNEAC y del Sitio Web de la Onda de la Alegría, fui a cubrir una matinée bailable en el Delirio Habanero del Teatro Nacional de Cuba, donde la Orquesta Estrellas Cubanas (1959), era la principal anfitriona. Así como un homenaje que se le tributara, en el centrohabanero Palacio de la Rumba, al maestro Melquiades Fundora (1925-2009), flautista, compositor, arreglista y director —hasta su jubilación— de la orquesta Sublime, con motivo del aniversario 85 de su natalicio. Homenaje postmortem amenizado por las orquestas Sublime (1956) y Jorrín (1954).
En otra ocasión, me correspondió reportar un concierto de la Orquesta Aragón (1939), en esa misma institución cultural, y hace algunos meses, en el Teatro América,donde la Charanga Eterna celebró el aniversario 80 de su fundación, en la sureña ciudad de Cienfuegos.
A esas actividades no asistió un círculo de abuelos o un asilo de ancianos, como era de esperar; por el contrario, participaron jóvenes de los dos sexos. Parejas ávidas de bailar al compás de la buena música bailable, de divertirse y disfrutar con los hits musicales que, antaño, exaltaron a los primeros planos de la preferencia del público cubano y extranjero a esas tres agrupaciones charangueras de todos los tiempos.
Lo más importante es que, en el lapso en que permanecí en el Delirio Habanero, en el Palacio de la Rumba y en el Coliseo de Centro Habana, no hubo que lamentar un escándalo o una bronca, ni siquiera se oyó una palabra fuera de tono, por parte de los bailadores o espectadores.
Escenas lamentables que suelen suceder con mucha frecuencia en los lugares amenizados por las agrupaciones que, al parecer, sí le agradan a la juventud. Y cuyas letras, sin contenido poético alguno, saturadas de ofensas a mujeres y hombres, y música estridente que daña los órganos auditivos, les exacerban a los bailadores el componente instintivo del inconsciente freudiano. En consecuencia, hace salir de su escondite a la «bestia salvaje» que el soberano de la creación lleva dentro de sí.
Esta crónica no es un ataque a los directores y realizadores de los espacios musicales, tanto radiales como televisivos, ni a los integrantes de esas controversiales agrupaciones.
Entiendo perfectamente que en la Viña del Señor todos, sin exclusión alguna, tienen derecho a un espacio en nuestros medios de comunicación, pero es necesario que se perciba, de una vez y por todas, la amplia diversidad de nuestros ritmos en la vigente programación musical.
Finalizo con una cita de José Luis Estrada Betancourt, que —según mi leal entender y sano juicio— no necesita explicación alguna:
«Todavía estamos a tiempo. De lo contrario no puedo imaginar qué música [y qué] bailes identificarán a nuestros nietos [y biznietos]».
Por otra parte, « […] ¿será esa que parece tan resistente como el marabú [mental que paraliza el desarrollo socio-económico de nuestra sociedad], pero que suena incansablemente, plagada de mal gusto, alejada de todo valor cultural y espiritual? Ahí espera […] ese legado que es orgullosa expresión de nuestra idiosincrasia [o personalidad básica de la población insular]». 6
Notas
1. Estrada Betancourt, José Luis. ¿Qué nos identificará mañana? Juventud Rebelde. 29 de abril de 2012: p.8 (Látigo y Cascabel).
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