La Habana nuestra de cada día, Premio de la Crítica Literaria, de la doctora Laidi Fernández de Juan, es el título del libro, publicado por Ediciones Boloña, como un cálido homenaje a nuestra urbe capitalina. Ese texto deviene un mapa social, cambiante y convulso, que se mueve en los cuadros, en las pinturas que la también escritora y profesional de la salud muestra del mundo transitorio.
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La doctora Fernández de Juan se atreve con un panorama que progresa, con esa serpiente que cambia de piel, que es la «Ciudad Maravilla», de un modo evidente y cifrado.
Las páginas de esa joya de un género que se balancea, suavemente, entre la literatura y el periodismo, registran las costumbres, los tipos, las características psicosociales alternativas, un imaginario colectivo que —en ocasiones— solo enseña lo que es conveniente, y a veces, esconde lo que es esencial, y la labor del cronista consiste precisamente en describir los sucesos al derecho y al revés, presentar, consecuentemente, las señales de alarma hacia el próximo destino del barrio, de la ciudad o del país.
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En esas crónicas, se pueden intuir muchas cosas más allá de lo que se dice, podemos descubrir transformaciones inéditas en la naturaleza del cubano en general, y del habanero en particular, que nos sugieren cambios subrepticios, de una sociedad donde casi todo el mundo compra o vende algo, en la que un anónimo puede destruirnos, los pícaros se adelantan y roban protagonismo, la escasez, la burocracia y la rutina han creado una extraña quietud y hasta cierto matiz de indiferencia en el habanero (en el campesino, el obrero y el profesional).
Cada una de dichas crónicas puede servir de paradigma a tales aseveraciones, ya que están hechas de tiempo, el material más resistente a los implacables embates del dios Cronos.
La autora logra un testimonio único e irrepetible de los tiempos que vivimos los habaneros en un género difícil, sinuoso, abarcador, un tratamiento poético-literario y periodístico que demanda información, trabajo de campo, observación directa, valor profesional, astucia y sentido práctico, capacidad indagatoria e imaginación, o sea, todo lo que se necesita para vivir en la carpenteriana «Ciudad de las Columnas».
Crónica, cronista y ciudad se fusionan en cálido abrazo, configuran un detonante, desencadenan una explosión de sentido que se dispara hacia cualquier espacio y abre las puertas de la percepción.
Recomiendo la lectura de La Habana nuestra de cada día a quienes amamos con todas las fuerzas de nuestro ser espiritual a una de las ciudades más bellas de Hispanoamérica.
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