Como homenaje póstumo a la sagrada memoria del laureado poeta, escritor, dramaturgo y periodista, Anton Arrufat (1935-2023), Premio Nacional de Literatura 2000, pongo a disposición de los lectores la reseña que le hiciera a su novela La noche del Aguafiestas, Premio «Alejo Carpentier», publicada por la Editorial Letras Cubanas.
La trama de ese volumen narra lo que acontece durante una noche veraniega en el Centro Histórico de La Habana, donde se encuentran cuatro jóvenes amigos, quienes avanzan en la sombra y se sientan a departir, en el muro del histórico malecón capitalino, una de las joyas de la «Ciudad de las Columnas».
En ese «mágico» lugar, comienza la novela y en él finaliza, a lo largo de esa noche, real y simbólica a la vez, mientras escuchan el flujo y reflujo de las olas del mar, y se deleitan con la aparición del amanecer, porque están conscientes de que el Astro Rey sale para todos (ellos incluidos).
La trama es sencilla: los cuatro personajes inventan un quinto personaje, al que llaman el Aguafiestas, y al que le confieren la virtud de inquietarlos y atemorizarlos. Ese personaje, creado por la imaginación y la fantasía de los cuatro chicos, y con apoyo en la fuerza persuasiva de la conversación, los inventa a ellos mientras hablan sobre cuestiones divinas y humanas con la utilización de un lenguaje sui generis, que responde a la forma de expresarse de los jóvenes de la Cuba de hoy.
Por curiosa asociación de ideas, esas charlas nocturnas entre amigos evocan en mi archivo mnémico los diálogos platónicos, ya que no solo los integrantes del cuarteto tienen nombres helénicos, sino también Licino —uno de los amigos— siente una marcada atracción homoerótica hacia Aristarco Valdés (Aguafiestas), y este hacia Actité, la única mujer que confraterniza con ellos.
La anhelada relación gay entre el «discípulo» y el «mentor» solo se lleva a cabo en la fértil imaginación del amante, quien desea ser poseído por el Aguafiestas, mientras el vínculo erótico-sensual entre Aristarco y Actité se balancea entre la realidad y la fantasía.
Conversar, contar sus vidas, narrar relaciones amoroso-sentimentales, sexuales, familiares y fraternas, constituyen un modo particular de ser. Se extienden en la oscuridad de la noche, y comienzan a relatar alegrías, tristezas, triunfos, reveses, frustraciones, así como todo cuanto acontece en la existencia terrenal de cualquier muchacho veinteañero.
En la misma medida en que avanza la escritura de la novela, los personajes se entrecruzan el uno al otro mediante el fluido diálogo que establecen. Gestos, frases y fobias mediatizan el comportamiento de los cofrades en ese contexto narrativo.
En ese libro, dotado de hermosura y de belleza poético-literaria, los opuestos, lejos de estar bloqueados definitivamente en una individualidad única y exclusiva, no dejan de condicionarse ni de comunicarse entre sí.
Uno se genera mediante el otro, y la realidad de la obra deviene el proceso de esa generación recíproca. El ser es grácil y dinámico y establece una relación con los otros y los otros con él. A través de ese intervínculo dialéctico discurre la acción dramática de la novela.
La noche del Aguafiestas constituye una de las obras más relevantes de la literatura cubana contemporánea y un aporte más a la fecunda creación intelectual y espiritual de Antón Arrufat en el campo de las letras insulares y de mucho más allá de nuestras fronteras geográficas.
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