Existen situaciones tan obvias que
resultan imposibles de tergiversar, aunque en ello se empeñen las peores
voluntades.
Y no es casual que un tema o un país generen consideraciones que de muchas formas atañen al mundo, a la mayoría de los pueblos. Se demuestra de muchas formas y una ha sido el que gobiernos con signo político muy diferente al de Cuba, reconozcan lo injusto del bloqueo económico, comercial y financiero a que es sometida.
Saben, además, que ponerse del lado norteamericano es actuar contra sí mismos, darle carta blanca para que continúe aplicando medidas coercitivas extremas buscando que los demás hagan lo que ellos decretan y sin protestar.
Así vemos cómo varios oradores en la Asamblea General de Naciones Unidas aludieron al freno al desarrollo y no solo el cubano, pues lo ejercido contra la Isla afecta también el multilateralismo propio de la modernidad e indispensable en la era globalizada.
No se concibe este tiempo sin las adecuadas facultades de las naciones para comerciar o asociarse con quien les conviene o desean.
Los instrumentos atrasados y abusivos ejercidos por Washington contra una veintena de países y, dentro de ellos, por su particularidad desmesurada, los que afectan a la Mayor de las Antillas, están en contra de todo lo concebido para las normales y buenas relaciones internacionales y, desde luego, concluye afectando incluso al ofensor, uno que por vecino, y por vínculos pasados, bien pudiera emprender relaciones más decentes. Está probado que es posible.
Que a Estados Unidos solo le hayan acompañado un par de secuaces y otros dos optaran por lavarse las manos en las aguas de la abstención, prueba, si falta hiciere, quien tiene razones y prestigio de los cuales no disfrutan ofensores y adictos al sometimiento, de quien presume por ser muy fuerte, pero resulta incapaz de demostrar en esta etapa, algo que valga la pena mencionar.
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