Cuando era pequeña Marta Rojas fue al cine y al regresar le contó a su madre un final distinto de la película “Lo que el viento se llevó”. La versión que ella se inventó “era más bonita”, se justificó cuando la descubrieron. Años después, esa joven, devenida en estudiante de periodismo, decidiría dejar su carrera en televisión para ser testigo del juicio a unos jóvenes que habían desafiado a la dictadura batistiana. Marta, sin saberlo, escogió, una vez más, un final distinto. El primero de enero de 1959 su versión cobraría vida y su vida nunca más volvería a ser la misma.
Hace 67 años Rojas llegaba a su casa en Santiago de Cuba para las vacaciones de verano. Pensaba estar julio y agosto y luego incorporarse a trabajar en un canal de televisión. La pantalla no era de su preferencia, en realidad le gustaba escribir, pero “era un buen trabajo”. De La Habana conocía a algunos periodistas, pero poco más. “Para una persona del interior era complicado hacer prácticas e insertarse en los medios”, explica la Premio Nacional de Periodismo 1997.
Preparándose para los carnavales estaba, cuando un fotógrafo de la revista Bohemia, en aquel entonces primera publicación cubana y latinoamericana, pasó por su casa y le ofreció trabajar aquella noche por 50 pesos. Debía hacer los pies de fotos y escribir una crónica sobre lo que él fotografiara. Como todo momento que antecede al cambio de tu vida, Rojas se lo pensó, ella quería pasar la noche con sus amigos, pero acabó accediendo.
Entre congas, Rojas se iba guardando los rollos fotográficos en una saya larga y de amplios bolsillos muy típica de la época. En un bolsillo los rollos vírgenes, en el otro los usados. Hoy lleva una saya blanca y una blusa azul. Han pasado 67 años, pero aún señala con el dedo el lugar donde los guardó y puede oír el momento en que su carrera cambió. Cerca de las dos de la mañana, Marta escuchó algo.
– “Panchito, ya vienen las congas por ahí, esos son los cohetes chinos”, le dijo al fotógrafo.
– “No, esos no son cohetes chinos; esos son tiros. Se nos fastidió el reportaje del carnaval, así que te puedes ir”.
– “No, vamos a hacer el de los tiros, si el periodismo dice que lo último es lo que siempre se publica”, dijo ella.
***
Marta Rojas tiene 92 años y ha sido corresponsal de prensa en Vietnam, ha entrevistado a mandatarios como Hugo Chávez y Ho Chi Minh, ha seguido a Fidel en sus múltiples recorridos por todo el país y ha publicado varias novelas. Marta Rojas cubrió el juicio del Moncada cuando nadie era capaz de apostar por el final distinto de esa historia. Marta Rojas tiene 92 años y aún trabaja. “Llámame mañana para ver qué día tengo libre, porque ahora estoy en teletrabajo, pero igual mañana voy al periódico y veo el plan de la semana”, me dice cuando le pido una entrevista.
Contar el mismo testimonio una y otra vez puede ser extenuante. Pero cuando has presenciado y sido testigo de la historia, contarla es una oportunidad de vivir y respirar. Rojas tiene la capacidad de revivir detalles y continuar el hilo de la conversación aun cuando la interrumpe una llamada. “Tienes una visión cinematográfica”, le dijo durante una feria del libro en La Habana, Alejo Carpentier. El novelista también se ofrecería a escribirle el prólogo a un libro que permaneció guardado durante seis años en una casa en Marianao y que tuvo que esperar por un yate Granma, una Sierra Maestra y una llamada a la una de la madrugada.
– “Marta, es el director de Bohemia. ¿Tú tienes el mamotreto ese ahí?”
– “Aquí no, lo tengo en casa de la niñera”
– “Bueno, te voy a mandar a un chofer para que lo busques. Fidel está entrando en Santiago”.
Casi por intuición Rojas se unió a los periodistas que se dirigieron al cuartel Moncada a averiguar de dónde provenían los tiros. A la espera de una conferencia de prensa, pasó por su casa a avisar que demoraría todo el día. Ya había amanecido.
– “Voy con Panchito para lo de los tiros”, dijo a sus padres.
– “Pero esta muchachita está loca, no, ven para acá”, le contestó el padre.
– “Déjala, que ella estudió para eso”, concluyó la madre.
Pero en la rueda de prensa, Rojas, que aprobó el examen para estudiar Periodismo señalando en un mapa con los ojos cerrados a Kalimantan del Norte (Indonesia), no era aún periodista. Tuvo que valerse del favor de un conocido, director del Colegio de Periodistas, para poder preguntar. Al dar un recorrido el fotógrafo había visto a dos personas detenidas, pero el coronel aseguraba que todos los asaltantes habían muerto. “¿Quiénes son esas dos mujeres que están ahí, que están tomándoles declaración”, fue su pregunta.
Chaviano se quedó sorprendido y respondió bruscamente: “A nadie se le está tomando declaración, todos murieron en el combate”. Minutos después cambiaría su cita. Un oficial se le acercó para advertirle que las mujeres habían sido fotografiadas. “Bueno, de lo que me preguntó ella, a lo mejor mientras estuvimos aquí han detenido a alguien”, rectificó.
Esas dos mujeres eran Melba Hernández y Haydée Santamaría y esa foto las salvó de la muerte. Cosas de la vida, esa imagen nunca se tomó. El fotógrafo estaba guardando el rollo para la conferencia de prensa.
Meses después, el 6 de enero de 1954, trabajando en Bohemia, Rojas fue a la cárcel de Guanajay a un acto por el Día de Reyes. Fotografiando a los niños con los juguetes que las damas católicas le regalaban, se acercó a la celda donde estaban Haydée y Melba y la primera le preguntó:
– “¿Quién fue el fotógrafo que nos retrató detenidas?” ¿Viste la foto?”.
– “Esa foto no existe, Haydée. Él tenía la cámara, pero no las retrató a ustedes porque estaba conservando rollos para la conferencia y lo que viniera.”
El guardia que las interrogó aquel 26 de julio de 1953 les había dicho que estaban vivas “porque el fotógrafo las retrató”.
Rojas recuerda la vez que vio a Fidel en medias en un cuarto de una casa en el Vedado, luego de salir del Presidio Modelo. “Yo te voy a ver con barba blanca”, le aseguró la periodista aquel día. Fidel acababa de pasar 22 meses en la cárcel y en unas semanas se exiliaría en México. De esa historia, aún era complicado ver un final distinto. Pero quien se convertiría en la cronista del Moncada, ya lo veía.
Luego de la conferencia de prensa, el coronel informó a los periodistas que podrían tomar fotos cuando “se preparara el teatro de los hechos”. Eso a Marta le extrañó. “¿El teatro de los hechos? Si en las películas del Oeste, cuando matan a alguien, se queda ahí, no hay que hacer nada de eso”, diría años después. Pero lo que terminó de confirmarle que las paredes del Moncada contaban mucho más de lo que se estaba diciendo, fue cuando mandaron a recoger las fotografías tomadas.
En los próximos minutos Rojas y el fotógrafo intercambiarían sigilosamente, detrás de un camión, los rollos del carnaval con los que contenían las imágenes de los cuerpos del Moncada. Los oficiales nunca pudieron tener las fotografías que en unos días saldrían publicadas en la revista Bohemia. Panchito tendría que esconderse durante los próximos meses: “Me voy a perder”, le dijo a Rojas, antes de darle dinero para que fuera a La Habana con los rollos.
Ese mismo día Rojas tomó un avión a la capital y se apareció en la revista Bohemia. Aunque la verdad que vio, nunca pudo ser publicada debido a la censura impuesta, sí se incluyeron algunas fotos. “En un pie de grabado puse hombre caído con el uniforme militar y los cordones sin abrochar”. Una simple frase que, en medio de la vorágine, logró pasar los controles, y quedaría en la historia para decir: “Sí, era un teatro, no eran los hechos, no todos habían muerto”.
Luego de publicarse, el director de Bohemia aconsejó a Rojas regresar a Santiago de Cuba y continuar su vida normal. Estarían persiguiendo al fotógrafo, pero se desconocía si podían llegar a ella también. Pero lejos de la normalidad, Rojas ya se había montado en un tren del cual no se bajaría más: “¡Nunca más mi vida fue normal!”, dijera años después.
***
En Santiago de Cuba Rojas pasó sus vacaciones “con sus amigos y un noviecito. Aparentando que hacía vida normal, pero visitando todos los lugares donde podía investigar algo: la granjita Siboney, el cuartel Carlos Manuel de Céspedes…”. No paró hasta averiguar la fecha del juicio y acreditarse como periodista de Bohemia.
Rojas, que aprendió a escribir haciendo las carticas de amor que le pedían sus amigos en la escuela, también usaría papel y pluma para, en pequeños pedacitos de papel, anotar los detalles del juicio y guardárselos en los bolsillos de la saya. El miedo era que se los quitaran al salir, pero, como debido a la censura nada de lo allí visto, podría ser publicado, eso nunca ocurrió. En las noches, tecleaba en la máquina de escribir.
“He visto que estabas tomando notas. No te lo van a publicar”, fueron las primeras palabras que le dijera Fidel un día en el juicio. “No importa, yo lo guardo”, le aseguró Rojas. A fin de cuentas, si algo desata como nada la pluma de esta periodista son los retos. “Que a mí me reten es una cosa terrible”, confiesa quien estando en la escuela terminó escribiendo una novela de amor adolescente porque su novio de entonces la retó. Y esta vez no sería menos, lo estaba haciendo por Fidel Castro.
“Tu hija está perdiendo el tiempo, ella que hizo su práctica en la televisión y la televisión es más importante, lo más moderno”, le decían al padre sus amigos. Pero los días de septiembre y octubre de 1953 pasaban y Rojas seguía con sus anotaciones.
De los primeros días del juicio le sorprendió siempre la forma en que Fidel entró a la sala. “De traje azul y con una corbata de punticos rojos, con un reloj, perfectamente peinado, uno esperaba ver a un hombre abatido y lo que entró fue todo lo contrario”. Fidel entró haciendo sonar las esposas y con una firme declaración: “No se puede juzgar a un hombre así, esposado”.
El revuelo fue tanto en la sala que se suspendió la sesión por unos minutos. Luego Fidel volvería a desafiar al tribunal al demandar asumir su propia defensa e incluso exigir una toga para ello. Pero si hay un día que Rojas recuerda con especial exactitud fue la autodefensa, distribuida luego por Melba y Hadée como “La historia me absolverá”.
“Aquello duró todo el día. Fíjate cómo fue que hay un momento en que todos los soldados habían descansado las armas y él dijo: ‘Gracias por la atención que me están prestando; ojalá tenga aquí a un ejército entero’. Cuando concluyó había un silencio tremendo. Él tuvo que decir: ‘Bueno, terminé’”.
Cuenta Rojas que luego de dictada la sentencia, el oficial que debía ponerle las esposas, conocido como “el carnicero” por la cantidad de personas que había matado, comenzó a temblar. Fidel le advirtió que le iba a rayar el reloj, pero “el carnicero” siguió temblando, hasta que a Fidel no le quedó de otra y dijo:
– “Chico, dame acá… Mire, teniente Canto, póngamelas usted o mande a otra gente, que este me va a romper el reloj”.
***
Luego del juicio, Rojas viajó a La Habana y el director de Bohemia le dio su aprobación al manuscrito. Le dijo que lo guardara bien. Aún no podía publicarse, “pero en unos años podría”. Marta trabajó en la revista a partir de entonces y a la espera de su final distinto estaba cuando, el primero de enero de 1959, Fidel entró en Santiago.
Parte de aquella crónica se publicó en Bohemia y se convirtió después en el libro “El juicio del Moncada”, llevada a varios idiomas, incluso a chino. A sus 92 años, risueña, positiva y detallista, Marta enseña a cada visitante en su casa el manuscrito original, con el “ok” del director y correcciones en azul, de la historia a que llegó, cuando un día dijo: “No, vamos a hacer el de los tiros”.
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