A los cubanos Martí nos llega muy adentro, sin superficialidades. Es su obra y acción de tanta dimensión que en el transcurrir del tiempo no sólo lo hace perpetuarse sino que incrementa nuestra fe en sus preceptos y lo hacemos partícipe del bregar revolucionario de esta isla soberana e independiente, por la que el héroe el ofrendó la vida.
Patria, ese es el sentimiento que primó siempre en Martí y para valorarlo como patriota es menester divisarlo en la distancia, saber de su empeño en la guerra necesaria, cómo aunó voluntades, ganó adeptos y desafectos, sin que mermara su fuerza coordinadora, en la formación de los clubes revolucionarios hasta la constitución del Partido Revolucionario Cubano el 10 de abril de 1892, del cual emergió como delegado electo.
…Desde entonces, el delegado no conoció la paz, ni tuvo ciudad de residencia, ni almohada de reposo…Recorrió Nueva York, La Florida, estuvo en Santo Domingo, Jamaica, Panamá, Haití ofreció mítines. Tenía tal seguridad en el éxito que en una ocasión, en la ciudad de los rascacielos invitó al gran poeta Rubén Darío quien cuenta cómo el auditorio le aclamó vibrante y prolongadamente.
Darío prefería que el apóstol se mantuviera en su mesa de escribir, lejos de los avatares de la guerra, por eso al enterarse de la muerte del maestro, el poeta lanzó un grito de dolor:” ¡Oh, maestro, qué has hecho!”
En México, se guarda uno de los pasajes que refieren los altos valores del Héroe Nacional de Cuba. Un hijo de Manuel Mercado lo llevó a saludar a don Justo Sierra, quien fuera secretario de Educación Pública, en el gabinete de Porfirio Díaz y ya era historiador y poeta de fama. Este conocía la vocación de Letras de José Martí.
-Pepe, le dijo…quédese usted en México…Quédese usted a hacer versos con nosotros! Martí con su habitual elocuencia dijo al generoso letrado que su deber le mandaba morir por la Revolución que había impulsado, y Sierra, lloroso, le abrazó diciendo: … ¡Vaya usted a hacer la libertad de Cuba!
El plan de Martí de invadir la isla con 3 barcos por Oriente, Las Villas y Camagüey fracasó debido a una delación el 10 de enero de 1895. Del fracaso del plan denominado Fernandina surgieron nuevas fuerzas. Repuesto del desastre el 29 de enero firmó las resoluciones que anticipaban el levantamiento; a los dos días partió a Santo Domingo, para reunirse con Máximo Gómez, y llegar a él, ¡y él también! , al campo de lucha.
De Nueva York a Montecristi luego de ocho días, el 7 de febrero Martí llegó por fin a Montecristi, a caballo salió para Santiago de los Caballeros en compañía de Gómez, allí visitó a la sociedad de jóvenes, y localidades aledañas, fue a la tierra haitiana con igual curiosidad de viajero. Le abrían las puertas amigas, intercambiaba con los moradores.
A Martí le complacía hablar y observar a los humildes y a los tristes y aprender en los libros, aún en marcha hacia la muerte. De sus anteriores visitas a Santo Domingo tenía amigos leales. Ahora la última vez que llegaba con la angustia de necesitar recursos para seguir el viaje sin retorno, veía que los dominicanos se aprestaban a la cooperación eficaz.
El 25 de marzo de 1895 redactó Martí el Manifiesto de Montecristi, el programa de la Revolución y este mismo día escribió a la madre:
“Madre mía. Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensando en usted. Yo sin cesar pienso en usted. Usted se duele, en cólera del amor, del sacrificio de mi vida; y, ¿por qué nací de usted, con una vida que ama el sacrificio? Palabras no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil…
Por Playitas de Cajobabo, cerca de Baracoa desembarcaron el 11 de abril 1895 a las diez de la noche Martí, Gómez, Paquito Borrero, Ángel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario. ¡Dicha grande!, el apóstol describió en su diario.
En la ruta del reencuentro con la patria, por difíciles caminos, trepando altas montañas iba Martí con ímpetu de mozo guerrero, a su paso aumentaban las fuerzas rebeldes. En los inicios de mayo Martí y Gómez irán en busca del General Antonio Maceo y se reúnen junto a otros jefes principales, cerca de san Luis en el ingenio La Mejorana donde se decide la invasión a occidente.
En los albores del 19 de mayo, en el campamento de Vuelta Grande las tropas formadas que venían de Bayamo y Manzanillo dirigidas por Bartolomé Masó, fueron revisadas por el general Gómez y luego habló Martí. Fue una arenga breve que los mambises ovacionaron.
Entretanto, al margen del río Contramaestre, mandaba fuerzas enemigas el coronel Ximénez de Sandoval. El general Gómez gritó súbitamente “¡A caballo”, mientras ordenó a Masó que siguiera detrás de él con la tropa. Trescientos hombres iban con Gómez a vadear el Contramaestre, pero el enemigo abrió fuego de súbito en la sabana de Dos Ríos.
Martí quedó a solas, mientras los primeros mambises evadieron el sendero más estrecho. El apóstol siguió con Ángel de la Guardia, revólver en mano. Los fusiles del coronel Sandoval, dominaban el sitio abierto. Cuando Martí avanzó seguido del compañero único, la fusilería lo derribó a la primera descarga. No era posible arrebatar el cadáver al enemigo, pues el apóstol cayó junto a las fuerzas españolas.
La infausta noticia recorrió los disímiles rincones de la isla y la emigración, mientras España urgía la divulgación inmediata de la tragedia, muchos emigrados y cubanos en el país se resistían a creer la realidad del hecho. ¡Martí ha muerto!
Martí, absorbido por el alma cubana, vive todavía, vive en nosotros, para siempre… Tal es su historia, un paradigma que evoca la siguiente frase…La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.
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