Es una realidad que tendremos que aprender a convivir con la mascarilla sanitaria, en tanto protectora de la salud, al menos en espacios donde figuren grandes conglomerados humanos, vías y medios de transporte.
También, que el nuevo aditamento encubre todas las emociones posibles de nuestros rostros, signos que hasta hace poco resultaban consustanciales al acto comunicacional, como la alegría, sorpresa, ansiedad, las ternuras, los miedos… y tantas vibraciones o reacciones que completan el discurso verbal.
No es fortuito que el filósofo y orador romano Marco Tulio Cicerón expresara una vez que “la cara es el espejo del alma y los ojos son sus intérpretes”.
Por estos tiempos tendremos que prescindir de estos recursos y enfrentar las molestias de los “tapabocas” (término inapropiado, pues igual se cubre el órgano del olfato); asimismo, tomar las soluciones creativas que son tendencias en el mundo bajo la presiones que impone la Covid-19, no solo para enfrentar tales disgustos y el nuevo estado de relaciones sociales; a la par para reconducir esas señales y, como han de-velado algunos expertos, procesar el estado mental de nuestros interlocutores, garantizándose la supervivencia todas las veces en que pronosticamos las acciones de la otra persona a través de las expresiones faciales.
De modo que, el nasobuco puede ser afrontado con otras miras y suplantar viejos reflejos con tramitaciones modernas, sin dejar de acudir a registros universales. Una de esas tendencias sucede en los vínculos que ha podido establecer con los reservorios del arte, atendiendo incluso a los pulsos estéticos de los diferentes públicos y sus edades e induciéndonos a prestar interés en otras partes del cuerpo (cejas, ojos, hombros, manos, etc.) y perfeccionar los tonos de voz, la articulación y las posturas corporales.
Hemos podido distinguir varios perfiles de mascarillas artísticas, suerte de soportes de creaciones visuales: las mascarillas vintage, que acuden a los modelos impuestos por la industria del cine, los museos y medios de comunicación (Batman, Bob Esponja, Mickey Mouse, Mona Lisa, etc.); las mascarillas de fantasía, promotoras de rostros de animales, figuras espeluznantes, entelequias, etc, ideadas por los diseñadores; las mascarillas tradicionales, que retoman los bordados, estampados y cortes de hechura artesanal; las futuristas, enraizadas en diseños que parecen tomados de la ciencia ficción, en tanto versiones de estirpe tecnológica e industrial; y las mascarillas de marca, extremadamente caras, muchas de las cuales son confeccionadas de modo personalizado por conocidas casas de moda, al estilo de Louis Vuitton, Fendi u Off-White. Sin dudas, cada una de ellas tiene a un público destino; aunque las más sofisticadas no están a la mano de todos los bolsillos.
A través de estas máscaras, que circulan por las redes sociales, los cienfuegueros pueden inspirarse para concebir las suyas propias y compartir sus estados de ánimo, aportando una sensibilidad estética al urgente aditamento.
Esta concepción no solo es asumida por los ciudadanos de economía humilde, para contentar su existencia, sino también por personalidades de todos los ramos. De hecho, algunos populares cantantes, como Bad Bunny, K-pop, Kendall Jenner o Rosalía han convertido la mascarilla en una tendencia de la moda, personalizada por sus colores y diseños, llevando la marca de Chanel o Fendi.
Algunos, por su lado, arman su nasobuco combinándolos con la ropa que visten. En la provincia de Mendoza, por caso, un grupo de artistas plásticos argentinos diseñan y confeccionan mascarillas consumadas artísticamente, lavables y reutilizables, que ofrecen a los públicos en la plataforma Más beneficios.
En Cuba, una de las precursoras es Wanda Hernández, quien las concibe para los trabajadores del Centro Kairós, institución comunitaria y cultural de la que es coordinadora, adicionando cierta belleza en su hechura, confiada en que la beldad salvará el mundo.
Que las mascarillas han llegado para hacerse habituales es un hecho. El sentido es que esta prenda no sea un obstáculo en el acto de mostrar la humanidad que somos.
Texto: Jorge Luis Urra. Periódico 5 de Septiembre
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