Pablo Armando Fernández: vivo para la poesía y la literatura

Mi archivo mnémico evoca al eminente poeta y escritor Pablo Armando Fernández (1929-2021), en tres momentos significativos de la vida de tan relevante personalidad de la cultura cubana y de mucho más allá de nuestras fronteras geográficas.

En el almuerzo lezamiano, que tuvo lugar en Punta Brava, municipio artemiseño de Bauta, para festejar el centenario del natalicio del ilustre autor de Paradiso; en un homenaje que, en el espacio «Jueves Literario», le tributó la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC); y en el Foro Literario organizado en el contexto de la Feria Internacional del Libro (FIL-CUBA), y que se desarrolló en la sala «Villena» de la UNEAC, subsede de esa magna fiesta anual del libro y la lectura, para agasajar al prolífico creador de cerca de una treintena de textos publicados en la mayor isla de las Antillas y en el extranjero. 

El también Premio Nacional de Literatura 1996 cultivó la poesía —género que, al decir del genio martiano, brota del alma, al igual que la música— la narrativa y el ensayo, y ejerció el periodismo especializado en publicaciones periódicas cubanas y foráneas.

Fue subdirector del semanario Lunes de Revolución y secretario de redacción de la revista Casa de las Américas, de donde fuera asesor de la presidencia hasta su lamentable deceso, director de la revista Unión, consejero cultural de la Embajada de la República de Cuba en Gran Bretaña, miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua, y miembro distinguido de la UNEAC y de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC).

La Casa de las Américas le confirió en 1968 el Premio Casa y la Asociación «Hnos. Saíz» le otorgó en 2015 el de Maestro de Juventudes.

Este diálogo «formalmente informal», que establecí con Pablo Armando, se produjo hace ya algún tiempo, pero —por voluntad expresa de mi interlocutor— no se había publicado hasta tanto no se le hicieran algunos cambios estilísticos recomendados por él…, pero —en ese compás de espera— Tanatos (la muerte, en el vocabulario psicoanalítico ortodoxo) le impidió realizar dichas correcciones.

Maestro, usted ha sido un intelectual multilaureado a la largo de su fecunda existencia terrenal. ¿Desde los puntos de vista intelectual, humano y espiritual, podría explicar que representan para usted los premios y reconocimientos que ha recibido durante todos esos años de duro bregar en el campo poético-literario?     

Yo he recibido muchos premios y reconocimientos, tanto en mi patria como en el exterior […], pero le soy sincero, no los esperaba […]. Ha sido un honor y un gran compromiso […], que han nutrido mi mundo interior, y además, me han hecho crecer, no solo desde la vertiente intelectual, sino también como ser humano y como ser espiritual […].

¿Podría comentarles a los lectores acerca de su prolífica obra poético-literaria, «ancha y lejana, como la pampa argentina»?

De lo que he hecho, yo no he buscado nada, a mí todo me ha llegado. Es muy curioso como todas las cosas van apareciendo en mi vida y me van guiando y fortaleciendo. Por curiosa asociación de ideas, acude a mi memoria una frase antológica del pensador heleno Annon: «la verdad llega cojeando, poco a poco, de la mano del tiempo».

En mi época, publicar era muy difícil. Cuando yo tenía 23 años publiqué aquí, mi primer libro de poemas Salterio y Lamentación (1953), gracias a la ayuda del poeta Enrique Loynaz Muñoz, hermano de la poetisa y escritora Dulce María. Enrique pagó el  costo de esa edición. Los poetas y ensayistas Fina García Marruz y Cintio Vitier también contribuyeron mucho a que ese poemario existiera como obra dada a la estampa.

¿Desde qué edad comenzó su fecunda incursión en la poesía y la literatura?

Yo escribo desde los 10 años de edad, inspirado en una novela radial que mi mamá ponía, y que yo escuchaba a escondidas: Cumbres Borrascosas.

Aquello despertó mi pasión por la lengua inglesa, aunque no, no era por la lengua, era por el mundo de la escritora Emily Brontë, la autora, el paisaje, los personajes […], y empecé a escribir unos versos en inglés, que llamaba «gestos» —que muy torpemente rompí, y de eso ahora me arrepiento amargamente— pero no se lo dije nunca a nadie […].

¿Qué nos puede decir de su estancia en la vecina nación norteña?

En Estados Unidos, conocí a Carson McCullers, una de las grandes narradoras norteamericanas del siglo XX, y a una cubana, Manila Hartman, quienes se hicieron amigas mías y les enseñé mis escritos.

Manila enseguida me dijo que eso era poesía, pero yo no le creí, porque yo escribía prosa, pero McCullers me dijo lo mismo. Cuando yo le dije que no, que no era poesía lo que yo escribía, ella me dijo que yo estaba confundiendo la poesía con el verso, el poema, y que la poesía era el espíritu en la palabra, y allí estaba.

Entonces empezó a separar todos aquellos versos y ella los leía […], con sus pausas, pero no con las mías. Esos poemas después fueron publicados en el año 2000, en el Pequeño cuaderno de Manila Hartman, porque todo lo que yo fui escribiendo, al principio en español, se lo fui dando a Manila y ella lo conservó.

¿Cuándo regresó a la ínsula caribeña?

Escribir en Estados Unidos, en aquel momento, se convirtió en el regreso a casa, a mi patio, a mi familia, a mis amigos, a mi hermano Alfredo, poeta también. Todo aquello me condujo a Cuba, y aquí conocí a la poetisa Cleva Solís, quien también leyó todo lo que escribí en español, y ella insistió tanto en que publicara ese libro que me presentó los medios y las personas para lograrlo.

Una vez, en Las Villas, en un lugar de aguas termales, encontré a un señor que yo no conocía, aunque era muy importante. Fue él quien me presentó los medios para llegar a Enrique Loynaz. El señor resulta que era el doctor José María Chacón y Calvo. Y así se formó Salterio y Lamentación.

¿Y su salud?

Al respecto, puedo decirle que mi salud no está muy bien. Debo cuidarme mucho, tengo que comer en casa. Solo voy a algunos compromisos, algunas actividades a las que no puedo faltar: en la Casa de las Américas­ y en la Academia Cubana de la Lengua. Ya estoy en las postrimerías de la vida, y estoy tratando de resolver lo que tengo abandonado: un libro de memorias que se publicó —en gran parte, en el año sesenta de la pasada centuria— en la revista Unión. Lo que me queda de vida es para escribir y buscar que esa obra vea la luz.

¿Algo que desee añadir para que no se le quede nada en el tintero?

Por supuesto. En una ocasión, una teósofa neoyorquina me dijo: «Pablo, tú eres un poeta, y tienes que vivir para la poesía […], porque tú eres un instrumento, una herramienta […]». En efecto, estimado amigo, como decía esa avispada señora: yo vivo para la poesía y la literatura.

Publicado Por: Jesús Dueñas Becerra

Jesús Dueñas Becerra. Ejerce como colaborador la crítica artístico-literaria y el periodismo cultural en varios medios nacionales de prensa, en especial, en la emisora de la familia cubana: Radio Progreso. Su actividad fundamental es la crítica de danza y cinematográfica, así como las artes escénicas y las artes plásticas.

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