Hace varios meses el mundo se mantuvo a la expectativa de los Juegos Olímpicos Tokio 2020, pues su celebración, prevista para los próximos julio y agosto suponía el disfrute pleno de varios días de competición, en tanto como espectadores también se concebían planes y así no perder un detalle de la cita cuatrienal.
Pero, tras un compás de espera, luego de conocerse que ya el Nuevo Coronavirus, Covid-19 se tornaría Pandemia en el orbe, los organizadores japoneses y el Comité Olímpico Internacional, optaron por la No celebración de los Juegos Olímpicos en la fecha pactada y posponerlo para el venidero 2021.
No obstante, ya el clima olímpico está creado y para muchos incluidos los deportistas existe el ánimo de perseverar el entusiasmo y la preparación, a sabiendas que restan aún deportes colectivos por clasificar y atletas por alcanzar el cupo en el programa de competencias, es decir que de hecho existen razones para que sigamos el rastro de este gran evento deportivo.
Es por ello que, imbuidos por ese mismo espíritu en una carrera desde ahora y en lo sucesivo, hasta el venidero año podremos enfocar los Juegos Olímpicos de la era moderna a través de su alma motora, proyectista y ejecutor el francés Pierre de Coubertin, quien con un denodado esfuerzo trajo a la luz este tipo de competiciones a partir de 1896.
En 1913, Coubertin manifestó que el olimpismo no había reaparecido en el seno de la civilización moderna, para jugar un papel local o pasajero. La misión que le ha sido confiada es universal y secular. Es ambicioso y le es necesario todo el espacio y todo el tiempo.
Pero quién fue este hombre, cómo logró la hazaña de reorganizar los antiguos Juegos Olímpicos, cuáles eran sus preceptos respecto al deporte, al olimpismo, cuál debía ser el vínculo de este con las artes y la cultura. De su ideario nos haremos partícipes, porque como expresó la escritora francesa María Therese; Coubertin,…poco preocupado por la gloria inmediata, ignorante de la palabra “interés”, lo dio todo. Se entregó a sí mismo y entregó todo lo suyo, a millones de desconocidos, en los que quiso ver la fuerza y la alegría…
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