El Ballet Nacional de Cuba (BNC), Patrimonio Cultural de la Nación, que jerarquiza la primera bailarina Viengsay Valdés, se presenta en la sala «Avellaneda» del Teatro Nacional, con una nueva temporada estival de estrenos y reposiciones.
Esa proposición estético-artística de la emblemática agrupación, tan cubana como universal, incluye dos estrenos para la escena nacional que llevan la firma del eminente coreógrafo británico Ben Stevenson, oficial de la Orden del Imperio Británico (OBE).
La obra coreográfica del artista inglés regresa a la mayor isla de las Antillas y trae como novedad dos estrenos para los espectadores cubanos, fruto de inspiraciones musicales: la música del compositor y pianista húngaro Béla Bártok sirvió de pretexto poético y estético para la creación de la obra Bártok Concerto, de marcada influencia neoclásica, donde ocho parejas danzan al ritmo del Concierto para piano y orquesta no. 3 en mi mayor, Sz. 119. Para Britten pas de deux, el artista británico se apoyó en la música del maestro Benjamín Britten, en la que utiliza fragmentos del ballet El príncipe de las pagodas.
La muestra, supervisada por el propio creador europeo, se completa con el pas de deus End of time, con música del maestro Serguei Rachmaninov, quien revisita un escenario ficticio, donde danza la última pareja de la civilización, así como con Tarde en la siesta, coreografía del maestro Alberto Méndez, Premio Nacional de Danza, música del maestro Ernesto Lecuona, escenografía y vestuario del maestro Salvador Fernández; Espartaco (Dúo de amor), coreografía del artista ruso Azari Plisetsky, música del maestro Aram Jachaturián, y vestuario de Salvador Fernández, y Carmen, coreografía y libreto de Alberto Alonso (1917-2007) sobre la noveleta homónima del escritor Prosper Mérimée y el libreto de los escritores Henry Meilhac y Ludovic Halévy para la ópera del maestro Georges Bizet, autor de la música, reorquestada por el maestro Rodion Shchedrin, escenografía sobre la original del artista Boris Messerer, y vestuario de Salvador Fernández.
El ciclo de presentaciones de este mes se inscribe en el contexto de las celebraciones por el aniversario 75 del BNC, que se cumplirá el próximo 28 de octubre; mes del año en que se anuncian novedades coreográficas, así como la reposición de algunos de los grandes clásicos venerados por el público cubano y foráneo, mientras que la función del día 13 de julio está dedicada al programa televisivo La danza eterna, del Canal Educativo, «donde siempre se aprende», que ese mismo día festeja el aniversario 20 de su primera salida al aire.
De acuerdo con el maestro Ben Stevenson, «el ballet clásico es un lenguaje, no un estilo […], marcado por la emoción y evoluciona con el tiempo para incorporar cultura y técnica [académica]. Sin embargo, el futuro del ballet […] depende [en esencia] de las personas que lo aprecian y contribuyen a [su desarrollo como disciplina artística]».
A tono con dicha línea de pensamiento, el ballet configura una realidad que fluye y refluye, como las olas de un mar apacible o turbulento, dentro de lo inmóvil, y se hace movimiento corporal, que —al decir de Stevenson— involucra emociones, pensamientos, vivencias, u otros estados subjetivos del yo, porque esa manifestación cultural es —al mismo tiempo— efímera y eterna, procede de la esfera afectivo-espiritual y hacia ella lleva a los bailarines, «los empuja y arrastra [según el genio martiano] con la misma fuerza que [lo hace] el huracán», sin subestimar —nada más lejos de la realidad— la activa participación de las esferas cognoscitiva y conativa, que —junto con la afectivo-espiritual— integran la personalidad humana, la cual se implica, necesariamente, en la praxis dancística clásica, neoclásica, contemporánea u otra.
Con apoyo en esos indicadores teórico-conceptuales, metodológicos y prácticos, los primeros bailarines, solistas y miembros del cuerpo de baile que participan en dichas funciones incorporan a su amplio y ancho saber-hacer profesional los principios estético-artísticos en que se estructuran las creaciones coreográficas llevadas al proscenio, e «hijas legítimas» de la fecunda producción intelectual y espiritual de esa ilustre personalidad de la danza mundial.
Si bien los artistas cubanos respetan al pie de la letra los fundamentos básicos indispensables en que se sustentan esas coreografías, no por ello dejan de aportarles —con elegancia y distinción dignas del más cálido elogio— las características sui generis que identifican a los bailarines insulares, quienes danzan con el cuerpo, la mente y el alma (unidad que distingue al ser humano), les imprimen a los movimientos físicos la «sensualidad tropical», cuyo «secreto» solo ellos conocen, así como la cubanía que los define, y a la vez, los torna únicos e irrepetibles, además de la integralidad que los singulariza, entre otras muchas virtudes, que el público nacional y extranjero puede percibir en esas puestas en escena.
¿Y qué decir de la magistral interpretación del ballet Carmen por la directora general del BNC, quien desempeña el papel de la fogosa gitana, marcada —desde el inicio— por Tanatos (la muerte, en el vocabulario psicoanalítico ortodoxo) ?; obra y personaje inmortalizados por la prima ballerina assoluta Alicia Alonso (1920-2019). La estelarísima actuación de la primera bailarina Viengsay Valdés rebasa —con creces— el estrecho contexto de una crónica periodística.
Concluyo con una frase antológica de Ben Stevenson: «la danza es una parte natural [del ser humano]».
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