Desde Playitas, cerca de Baracoa sitio del desembarco en abril de 1895, Martí anduvo con los pies sobre su tierra cubana; un reencuentro más que soñado. Primero el caserío humilde de Cajobal, luego el contacto y degustación de un humeante café aromoso del cual prometió no olvidarse nunca según confesó a Máximo Gómez.
En la cueva denominada por el generalísimo como El templo, durmió el maestro su primer sueño en “Cuba libre”; al despertar, guiados por los prácticos iniciaron la marcha por la patria, comenzaron las bienvenidas a los expedicionarios por parte del mabisado y sus jefes y el Delegado era aclamado. Todos llamaban general o presidente a José Martí.
El general José Maceo en su avance hacia las costas de Baracoa sostuvo un combate con tropas españolas y las venció, este fue el preámbulo del encuentro con el apóstol a quien José paseó en hombros entre el clamor jubiloso, el Maestro les habló a los recientes vencedores desde el caballo.
Hasta las dos de la madrugada no durmió Martí, en esa oportunidad dedicó el tiempo a curar a los heridos. Cuentan que llevaba en el jolongo más medicina que ropa y tenía fama de curandero hábil, la cual ganó según el mismo decía, con el milagro del yodo, y del cariño, que es otro milagro.
Para montar, le habían regalado un corcel blanco y una silla nueva… ¡Y qué contento de su caballo blanco, de su velón de cera, de su carnaza pobre, de su dril tosco!
En los inicios de Mayo, Gómez y Martí irían en busca del general Antonio Maceo, quien les espera en Majaguabo-Arriba con sus brigadas y salió a las avanzadas para recibir a los expedicionarios de Playitas. En el cuartel general el mismo Maceo dio vivas a Gómez y Martí; desde un secadero de café utilizado como tribuna hablaron a las fuerzas alegres.
El apóstol habló de la constancia y valentía de los generales, de la armoniosa cordialidad de los ejércitos, y alentó para el heroísmo.
Los jerarcas de la revolución naciente se reúnen en el ingenio Mejorana, cerca de San Luis, Oriente. Allí acuerdan la Invasión a Occidente.
En los albores del 19 de mayo de 1895
Ya en los albores del fatídico 19 de mayo de 1895 en el campamento de Vuelta Grande, las tropas formaban de dos en fondo, con las banderas desplegadas, llegaban procedentes de Manzanillo y Bayamo comandadas por Bartolomé Masó el cual ofreció un abrazo al viejo compañero, el general Máximo Gómez y luego Martí habló desde la montura de su caballo blanco.
Narran los testigos que la arenga fue breve y los mambises la ovacionaron entre lágrimas. Tras la ceremonia y el almuerzo de pronto las malas nuevas pues cerca de las avanzadas, a la otra margen del rio Contramaestre, mandaba fuerzas enemigas el coronel Ximénez Sandoval.
El general Gómez súbitamente, gritó: ¡A caballo! Mientras se volvió a Masó para ordenarle: “Siga con toda la gente detrás de mi.”
Trescientos hombres iban con Gómez a atravesar el Contramaestre; pero el enemigo ya en la pequeña sabana de Dos Ríos abrió fuego de súbito. Los soldados del generalísimo avanzaban sin orden riguroso y Martí quedó a solas.
Cuando Martí avanzó, seguido del compañero único la fusilería lo derribó a la primera descarga. Un proyectil le había atravesado el pecho y otro le penetró en el cuello, debajo de la barba, destrozando al salir el labio superior. Una tercera bala le hirió el muslo derecho.
No era posible arrebatar el cadáver al enemigo, pues Martí cayó junto a las fuerzas españolas. Después de un esfuerzo inútil por recuperar el cuerpo desplomado, regresó Ángel de la guardia, con el caballo mal herido, a darle a Máximo Gómez la fatal noticia.
Martí ha quedado herido por allí le dijo con el índice extendido hacia los maniguales
¿Cómo? Rugió el viejo guerrero y se lanzó al camino, solo, en busca del cadáver, hasta que la descarga enemiga cercana lo hizo retroceder.
Los acontecimientos se sucedían vertiginosamente y las informaciones acerca de si el Apóstol seguía con vida profundizaban la incertidumbre, pero el general estremecido de ira, planeó el rescate del amigo.
Testimonios de la época refieren que cuando regresó Gómez al campamento, no hubo necesidad de tocar silencio, una infinita pesadumbre acallaba los ruidos. Gómez en su diario de campaña describe el momento reafirmando:”Pasé el día más triste de mi vida”.
El general deja de perseguir el convoy fúnebre. No sabía en verdad, si Martí había muerto y encomienda a un emisario para preguntar al coronel Ximénez de Sandoval quien comandaba las fuerzas enemigas, acerca del verdadero estado del caído.
La ruta funeraria de Martí
Al galope la caballería de las fuerzas españolas y con el cadáver de Martí atravesado y con los brazos colgantes encima de un caballo, emprendieron la retirada y en un alto, por la lluvia perenne, desamarraron el cadáver y lo dejaron caer al suelo. Toda la noche estuvo sobre la tierra junto a un árbol.
El 20 de mayo en la mañana, alrededor de las nueve llegó Ximénez Sandoval a Remanganaguas, donde enterraron a Martí, seis horas después sin ataúd ni ceremonia en el cementerio de ese poblado, posteriormente, el capitán general de la isla dispuso la exhumación del cadáver y que el mismo fuera embalsamado y conducido a Santiago de Cuba.
Luego de preparado el cadáver, el día 22 de mayo fue colocado en un ataúd rústico de cedro, sin atavíos ni pinturas. El féretro sobre las parihuelas sería atado a un mulo. La columna que escoltó los restos funerarios estuvo al mando del teniente coronel Manuel Michelena. En Palma Soriano, las tropas hicieron un alto y lo depositaron en medio de la plaza.
Al día siguiente, el rumbo es a San Luis sitio desde donde lo trasladaron en un vagón del ferrocarril que lo condujo a Santiago de Cuba, ciudad a la que arribó en horas de la tarde, pero no fue hasta la noche en que dos columnas lo condujeron al cementerio de Santa Ifigenia, lugar donde se hizo una ceremonia en la que tuvieron ausentes los amigos, unos en los campos de batalla y otros en el triste exilio.
De este modo, el apóstol había salido del mundo según el vaticinio de sus versos sencillos “por la puerta natural”, donde expone la forma en que concebía su propia existencia.
La revolución había perdido así a su creador, al dirigente que debía encauzar la cooperación civil, dentro y fuera de la isla no obstante, la lucha revolucionaria no se detendría: el general en Jefe Máximo Gómez y los generales Antonio Maceo y Bartolomé Masó asumieron el deber de dirigir la guerra según lo planeó Martí.
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