De los muchos peligros asociados a la propagación de la COVID-19, hay dos que pueden complejizar el escenario de un territorio en apenas días, e incluso horas, y no exagero.
Por un lado, los asintomáticos que hacen cola, van a sus centros de trabajo, conversan con sus amigos, y si no se han protegido, arrastran consigo las llamadas cadenas de contagio; mientras que, por otra parte, están las personas que han contraído la enfermedad sin poderse precisar su fuente de infección.
La tendencia creciente, en las últimas jornadas, a la aparición de casos positivos autóctonos con esas características, en Granma ha vuelto a activar las alarmas, fundamentalmente en el municipio de Bayamo, donde la cifra ya rebasa los 200 confirmados con el virus.
La poca percepción del riesgo en un territorio que desde el inicio de la pandemia en el país se ha mantenido con una de las más bajas tasas de incidencia al SARS-COV-2, ha sido, sin duda, uno de los caldos de cultivo para su propagación en tierra granmense.
Y aunque parezca increíble, a estas alturas del enfrentamiento a la enfermedad, no son pocos los que aún, en el barrio, se sienten en «zona segura», y con el nasobuco de prenda decorativa en el cuello, la mano y hasta sin él, hablan de cerquita con sus vecinos, cogen la libreta de los mandados o el pan de la bodega.
Que muchas personas sigan pensando que a uno o dos metros de su casa no necesitan usar el nasobuco para dialogar, o permitan a sus hijos jugar sin protección, es una actitud negligente que le abre las puertas a la pandemia, ha alertado en varias oportunidades la doctora Kenia González Medina, jefa del Departamento de Atención Médica en la Dirección Provincial de Salud Pública.
Por ello, no basta con las rigurosas medidas adoptadas o la pesquisa activa, para intentar cortar la transmisión del virus, si al salir de casa –aun cuando solo sea para estar en el barrio– dejamos dentro la responsabilidad.
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