De haber concretado sus intenciones la ráfaga a quemarropa que pretendió dejarlo sin vida en La Higuera, resucitarlo apenas habría demorado un segundo: el que sobrevino al asesinato execrable. Si de veras estuvo muerto –posibilidad improbable–, solo una microfracción de tiempo hubo de permanecer el Che así. El oleaje de los días nos empapa de esa verdad que bulle, como océano inquieto, en este mundo dispar.
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