Teatro y Literatura: un matrimonio feliz

Ante todo, habría que definir esas dos manifestaciones culturales, cuyos objetivos priorizados son —por un lado— acariciar el intelecto y el espíritu de los fieles amantes del arte de las tablas y de la palabra escrita, y por el otro, descubrir valores éticos, estético-artísticos, patrióticos, humanos y espirituales, tanto en una puesta en escena, como en un texto literario.

El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, registra el vocablo «teatro [como el] arte de componer obras dramáticas [o humorísticas]», mientras que a la «literatura [la identifica como] una de las bellas artes que emplea la palabra [escrita] como instrumento [o herramienta de trabajo]. O como el conjunto de la producción literaria [también puede interpretarse como creación intelectual y espiritual] de un país o época [socio-histórica]».

Una vez caracterizados —desde una óptica semántica por excelencia— los términos teatro y literatura, podemos afirmar que una y otra disciplinas artísticas configuran dos gotas de agua cristalina que corren por los ríos subterráneos del alma humana; gotas de agua pura, cuya génesis se localiza en el componente espiritual del inconsciente freudiano del escritor o el dramaturgo.

Por lo tanto, el teatro y la literatura son dos hermanas gemelas que no pueden separarse ni percibirse de manera aislada, ya que se enriquecen, interactúan en la praxis profesional, y se necesitan mutuamente, como la luz a las plantas, el aire a las aves, el agua  a los peces y los pequeños príncipes a la gran familia humana, porque si faltara una se resiente la otra, y por ende, pierde su esplendor, ya que el teatro se alimenta de la literatura y esta de aquel. ¿Cuántas puestas en escena no han sido llevadas a la literatura, y cuántas obras literarias no han sido adaptadas —con mayor o menor empaque poético-literario y estético-artístico— al teatro, y consecuentemente, representadas en el proscenio, con gran éxito de público y de crítica? Enumerarlas desbordaría —con creces— los estrechos límites que nos impone el ejercicio periodístico, percibido por el laureado escritor y periodista Gabriel García Márquez (1927-2014), Premio Nobel de Literatura, como «literatura con prisa».    

 De acuerdo con mi leal entender y sano juicio, al decir del Derecho Notarial, la única diferencia que advierto entre teatro y literatura consiste en que el dramaturgo escribe la obra teatral para que los actores desarrollen la acción dramática en el escenario, delante de un público, para hacer reflexionar, llorar o reír al auditorio, según el género de que se trate, mientras que el escritor utiliza la pantalla del ordenador para llevar a la letra impresa el resultado de su fecunda imaginación creadora, para que el lector, en la intimidad, pueda involucrarse en la trama de la novela hasta descubrir el mensaje ético-humanista que el autor trata de transmitirle mediante los diálogos que establecen los personajes, o emplee al máximo su capacidad cognoscitiva para decodificar los intríngulis de un ensayo literario, por solo citar dos ejemplos.

En resumen, teatro y literatura han constituido, constituyen y constituirán —sin duda— una pareja inseparable.  

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Publicado Por: Jesús Dueñas Becerra

Jesús Dueñas Becerra. Ejerce como colaborador la crítica artístico-literaria y el periodismo cultural en varios medios nacionales de prensa, en especial, en la emisora de la familia cubana: Radio Progreso. Su actividad fundamental es la crítica de danza y cinematográfica, así como las artes escénicas y las artes plásticas.

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