El Ballet Nacional de Cuba (BNC), Patrimonio Cultural de la Nación, que dirige la primera bailarina Viengsay Valdés, llevó a las tablas de la sala «Avellaneda» del Teatro Nacional la reposición del segundo acto de un clásico de la danza universal, así como de obras puntuales de su repertorio contemporáneo.
EL programa artístico incluye el segundo acto de El lago de los cisnes, con versión coreográfica de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso (1920-2019), sobre la original del maestro Lev Ivanov, La forma del rojo, con coreografía de la artista Ely Regina Hernández y música del maestro Ezio Bosso, Celeste creada por la coreógrafa belga-colombiana Annebelle López Ochoa, con música del maestro Piotr Ilich Chaikovski, así como Tres preludios, del coreógrafo estadounidense Ben Stevenson, con música del maestro Serguei Rachmaninov.
La última función dominical estuvo dedicada a evocar la sagrada memoria del Dr. Antonio Núñez Jiménez (1923-1998), capitán del Ejército Rebelde, en su centenario, ya que en su prolífica trayectoria vital estableció estrechos vínculos con la emblemática compañía, y concretamente, con la eximia ballerina, su directora fundadora, junto a los maestros Fernando (1914-2013) y Alberto Alonso (1917-2007).
Los papeles protagónicos de esas joyas de la danza clásica y contemporánea fueron desempeñados por las primeras bailarinas Viengsay Valdés, Anette Delgado, Sadaise Arencibia, y Grettel Morejón, así como por los primeros bailarines Dani Hernández y Yankiel Vázquez, muy bien secundados por bailarines principales y por destacadas figuras de la agrupación, tan cubana como universal: Chavela Riera, Daniela Gómez, Darío Hernández, María Luisa Márquez, Yasiel Hodelin, Ányelo Montero, y Marcel Gutiérrez, solistas y miembros del cuerpo de baile.
Si bien el BNC es una compañía de danza clásica, fundamentalmente, incursiona con éxito de público y de crítica en la danza contemporánea, así como en otras manifestaciones del arte danzario, porque sus integrantes se caracterizan —sobre todo— por la integralidad artística, percibida por Alicia Alonso como el pleno dominio por parte del bailarín de todos y cada uno de los disímiles estilos y géneros en que se sustenta el «arte de las puntas».
No obstante, solo me voy a referir —en esta sucinta crónica— a la excelencia artístico-profesional con que Viengsay Valdés, Anette Delgado, Sadaise Arencibia y Grettel Morejón, y sus partenaires, Dani Hernández y Yankiel Vázquez, interpretan los papeles del «Cisne Negro» y el «Príncipe Siegfried», respectivamente, en el segundo acto de la cubanísima versión de El Lago de los Cisnes.
De acuerdo con la poética y la estética del Romanticismo, el argumento se apoya en una historia fantástica que incluye prodigiosas transformaciones, encantamientos y monstruos malignos, pero donde florece el amor, que todo lo puede, como eje o núcleo central en ese contexto coreográfico-dramatúrgico o como una fuerza triunfante sobre los más terribles poderes.
Esas talentosas bailarinas —con el virtuosismo técnico-interpretativo que las identifica en cualquier escenario nacional o foráneo— le prestan pie y alma a Odile, el «cisne negro», símbolo inequívoco de la maldad, la insidia; personaje que —según la teoría psicoanalítica ortodoxa— ocupa un espacio en el componente instintivo del inconsciente freudiano, donde nace, crece y se oculta la «bestia salvaje» que todo ser humano lleva dentro.
Por otra parte, tanto esas figuras insignia del BNC como sus respectivos partenaires, quienes caracterizan —con elegancia, amplitud y potencia viril que los identifica en las tablas— al enamorado «príncipe Siegfried», dominan al pie de la letra la técnica académica y la interpretación teatral; indicadores teórico-prácticos en que se estructura el arte danzario en general, y el ballet clásico en particular, y que les facilita a los bailarines intelectualizar y espiritualizar los movimientos corporales, a través de los cuales exteriorizan sentimientos, emociones, pensamientos, vivencias y experiencias, y en el caso específico del «cisne negro», irradiar hacia el universo la carga negativa que brota —cual «aguas negras y pútridas»— de las regiones más oscuras de la enrevesada psiquis de Odile.
Los experimentados bailarines les imprimen a los movimientos físicos — magistralmente sincronizados— una gran fuerza expresiva, limpieza, naturalidad e impactantes giros; por otra parte, se entregan en cuerpo, mente y alma a la noble profesión que los ha hecho crecer como artistas y como seres humanos realizados desde todo punto de vista; virtudes que generaran en el público nacional y extranjero las más disímiles reacciones afectivo-emocionales
Un párrafo aparte requiere el óptimo desempeño de los solistas e integrantes del cuerpo de baile de la septuagenaria agrupación; «pinos nuevos» que —junto a los ya consagrados— supieron adaptarse con ductilidad digna del más cálido elogio a las exigencias técnico-expresivas y estilísticas que implica llevar al proscenio el segundo acto de El lago de los cisnes, y consecuentemente, aportarle la dosis exacta de distinción y cubanía a esa gema de la danza clásica universal.
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