Elsa Camp: personalidad emblemática de las artes escénicas insulares

En el contexto del centenario de la Radio Cubana, quiero evocar la memoria de la primerísima actriz Elsa Camp (1930-2018), integrante del elenco dramático de la nonagenaria Radio Progreso, quien marchara hace 4 años a ese mundo lleno de música, poesía, luz y color, a donde van las almas buenas —como la de ella— a dormir el martiano sueño de los justos.

Elsa Camp, artista emérita de la Asociación de Artes Escénicas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), comenzó su carrera como actriz en el teatro y la televisión en la década de los cincuenta de la pasada centuria. Tenía un profundo conocimiento de la historia de la música y los géneros musicales, por lo que ganó durante toda su vida reiterados lauros en concursos convocados por la radio (en especial por CMBF Radio Musical Nacional, su emisora favorita), y dedicados a esa línea temática.

Desde los primeros años de la década de los setenta formó parte de la compañía teatral «Rita Montaner», dirigida en aquel entonces por el escritor y dramaturgo Gerardo Fulleda León, Premio Nacional de Teatro, y en la actualidad por el teatrólogo Fernando Quiñones Posada.

Ha trabajado como actriz humorística y dramática en programas seriados y humorísticos para la televisión. En 2001 interpretó uno de los personajes del multipremiado corto de ficción Video de familia, realizado por Humberto Padrón como tesis de graduación en la Universidad de las Artes (ISA).

En 2012, le fueron otorgados el Premio Omar Valdés (UNEAC) por la obra de la vida y ha participado —con indiscutible éxito de público y de crítica— en filmes cubanos (El viajero inmóvil, Esther en alguna parte), italianos (Cuba teespera), y franceses (Un te en La Habana)

Conocí a Elsa en los años 80 del siglo pasado, en una representación de La Mandrágora, de Nicolás Maquiavelo (1469-1541), un clásico de todos los tiempos, donde le prestó piel y alma a un personaje celestinesco que hizo reír a carcajada limpia al auditorio que abarrotó durante todas las funciones la acogedora sala «El Sótano», sede de la agrupación teatral a la que se entregó en cuerpo, mente y alma durante una buena parte de su fecunda existencia terrenal.

En mayo de 1989, nos re-encontramos en una conferencia magistral que, a petición de Quiñones Posada, en esa época director artístico, me pidió les impartiera a los actores que integraron el elenco de la obra Arriba, Corazón, del dramaturgo argentino Osvaldo Dragún (1929-1999), una conferencia sobre la estructura psicológica en que descansaban los personajes: «Corazón» niño, adolescente, joven y adulto, así como los progenitores y demás figuras significativas que convivían con él en el seno familiar.

En el intercambio «cara a cara» con el elenco artístico que participó en esa puesta descubrí que era un monólogo, protagonizado por el primerísimo actor Jorge Cao, y que los demás personajes solo eran evocaciones mnémicas del protagonista, quien llevó al escenario las disímiles épocas de su vida, así como el contexto familiar y socio-histórico en que se formara y consolidara su enrevesada personalidad.

De ese encuentro inolvidable, recuerdo —con meridiana claridad— las puntuales intervenciones de Elsa Camp, quien formulaba preguntas muy inteligentes relacionadas con el conflicto intrapsíquico que, en el proscenio, presentaba «Corazón» y con los principios fundamentales en que se sustenta el Psicoanálisis Ortodoxo, cuyo genial creador es el neuropatólogo vienés, devenido psiquiatra, Sigmund Freud (1856-1939).

No obstante la inmensa cultura general (incluida la musical), que identificaban a la ilustre actriz, habría que destacar la sencillez, la humildad y los grandes deseos de pasar desapercebida (algo que, por supuesto, no podía conseguir, tanto en las tablas, como en el set de filmación o fuera de esos entornos), porque ella captaba —con una facilidad asombrosa— la atención y el interés del público cubano y foráneo, que la amaba y respetaba, no solo por su carisma e indiscutible calidad artístico-profesional, sino también por la bondad y dulzura que —desde el punto de vista caracterogénico— la singularizaran en cualesquiera de los medios de comunicación donde incursionó, o en otros ámbitos mucho más íntimos.

A partir de ese momento, surgió entre Elsa y yo una corriente afectivo-espiritual que solo Tanatos(la muerte), pudo interrumpir, pero no destruir, porque a los «amigos del alma» ni la parca fría los puede separar, ya que más tarde o más temprano siempre se encontrarán en el espacio infinito.

No creo necesario destacar aquí que jamás me perdí una obra teatral, telenovela, teleplay, teleteatro o filme donde trabajara Elsa Camp, quien ya puede mostrar al cielo, con legítimo orgullo, su inmortal obra en el campo de las artes escénicas insulares y fuera de nuestras fronteras geográficas.  ¡Que así sea!

Publicado Por: Jesús Dueñas Becerra

Jesús Dueñas Becerra. Ejerce como colaborador la crítica artístico-literaria y el periodismo cultural en varios medios nacionales de prensa, en especial, en la emisora de la familia cubana: Radio Progreso. Su actividad fundamental es la crítica de danza y cinematográfica, así como las artes escénicas y las artes plásticas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

quince + Once =