Sin dudas, el ordenamiento monetario constituye un proceso necesario en el contexto económico de nuestro país.
Precisamente por ser personas mayores hemos sido testigos de los desvelos de nuestra Revolución por poner al alcance de todos, los bienes y servicios en nuestra sociedad. Hemos vivido desde poder usar los teléfonos públicos gratis en las calles hasta de la simbólica tarifa de los 6.25 pesos, sin importar el uso y abuso de dicho servicio. Por ser de larga vida hemos trabajado también por muchos años, sin apenas haber impuesto a la seguridad social y hasta con comedores obreros que por mucho tiempo costaron apenas 50 centavos. Criamos a nuestros hijos con educación gratuita por supuesto y con libre acceso a los mejores centros de la cultura y de la recreación. Hemos sido beneficiarios de precios subsidiados por muchos años y en diferentes áreas de la vida doméstica y social.
Por tanto, desde mi punto de vista la cuenta de ahorro que nos acompaña no está en una libreta de banco efectivamente, sino en el goce histórico de subsidios y gratuidades sociales junto a la satisfacción de haber cumplido como trabajadores que fuimos en activo y como participantes en las más diversas contiendas de la Patria.
Ahora, ya como personas mayores continuamos, pero insertados en actividades voluntarias en la comunidad, participando en los círculos de abuelos, en las cátedras del adulto mayor, en grupos de cultura, o en los hogares cuidando los nietos como jubilados, e inclusive una parte aún trabajando o como recontratados.
Creo que las viejas y los viejos cubanos tenemos una conciencia clara de la necesidad del reordenamiento en función de la situación económica del país y del mundo, más aún en nuestro caso bajo décadas de bloqueo y en el colmo de esta pandemia que, por cierto, en medio de severas carencias materiales, nos han protegido y atendido con mayor dedicación, al constituir población altamente vulnerable.
Como sabemos, el confinamiento y la situación vivida en esta pandemia, de alguna manera produjeron fragilidades en muchos mayores, pero a su vez, ha sido vivida en la certidumbre de que jamás seremos descartados por la edad para ser asistidos, al contrario de muchos países que aun practican el dilema de la última cama o del llamado trato de misericordia.
Durante todos estos largos meses, y en dependencia de la forma en que cada localidad cubana haya llevado las buenas orientaciones en atención a dependientes y mayores solos, hemos sido vulnerables apreciados y dignos.
Ahora bien, comienza el año 2021 y una nueva etapa de vida con el denominado ordenamiento monetario, expresado no solo en el hecho de disponer de una sola moneda, sino también de la disminución de subsidios y del aumento de precios de bienes y servicios, algunos muy por encima de su costo anterior. Por tanto, los mayores también nos encontramos ante un nuevo contexto económico.
Han subido la cuantía de las pensiones y se hace énfasis en la atención personalizada de manera que nadie quede desamparado en la accesibilidad a cuestiones básicas de la vida. Sin embargo, resulta importante ir evaluando cómo va ocurriendo este proceso de manera general, más allá de los casos críticos, sino como amplio sector poblacional en el enfrentamiento a gastos diversos, y entre los que se encuentran las necesidades de carácter espiritual.
Además de la canasta básica, del transporte, de los medicamentos, de la electricidad, del teléfono,reparación de equipos, mercado agropecuario, del agua y del gas, sube también el costo de la prensa, del teatro, de las cafeterías, de los lugares de recreación, por solo mencionar algunos otros bienes y servicios. De ahí, que nos ocupa y preocupa cómo será la vida de las personas mayores en lo adelante, sobre todo de los que jubilaron antes de la Ley 105, y que en buena mayoría tienen definida pensión en 1,528 pesos.
Contamos con información acerca de los nuevos precios en la canasta básica y de los medicamentos, pero cada día vamos descubriendo el alza de todo lo que nos rodea. De hecho, tres comentarios me impactaron en días iniciales: uno procedente de un vecino que entregó su histórica suscripción del periódico Granma porque ahora cuesta 42 pesos mensuales. Las otras dos las escuché en la televisión: una correspondiente a un familiar cuya persona mayor se beneficia de la atención en una casa de abuelos (tal como se denomina en nuestro país al hogar diurno) preocupado del aumento a 700 pesos mensuales de los 1,070 que recibe como pensión de viuda. El otro comentario fue acerca de los miembros beneficiarios de un SAF (Servicio de Atención a la Familia) imposibilitados de poder continuar comiendo allí, por subida de precios. En todos los casos quedé desconcertada.
También había leído en Facebook un artículo acerca del “ordenamiento monetario y su reflejo en la cultura” en el que habla de los nuevos precios a las entradas de museos entre 15 y 20 pesos, así como, entre 10 y 120 pesos a los teatros, esto último según categorización de las salas en Especial, I, II y III, manteniendo el descuento del 50% para los estudiantes y las personas pertenecientes a las asociaciones de discapacitados.
Sé que en diferentes momentos e instancias se ha abordado el tema de la posibilidad en rebajar las entradas a los espectáculos para las personas de la “tercera edad”, así como, del pago del transporte público.
Entonces creo que ha llegado el momento de replantearse esa necesidad: Bonificaciones para las personas mayores, estudiarlas y ver, por ejemplo, en cuánto afectamos al sector de la cultura para poder seguir asistiendo a teatros de primera categoría pagando un % de su costo o de seguir montando en un bus gacela, como hacen las demás personas.
Creo que hoy urge este análisis y su necesaria decisión, aun cuando representemos un alto por ciento con relación a la población total y aun cuando se sabe que en cualquier parte del mundo jubilar implica una disminución de disponibilidad de recursos y reajustes, en el nivel de vida.
En otros países de nuestra propia región donde los mayores no tienen ni auténtica cobertura de salud y de seguridad social, paradójicamente pagan el 50 % del transporte público, de las entradas a centros culturales e inclusive de pasajes aéreos y excursiones en la esfera del turismo.
Es complicado el asunto y nada de lo que aquí expreso será nuevo para quienes nos atienden. Sé de sus preocupaciones y sus desvelos para que dé la cuenta, y que, a su vez, tengamos lo que teníamos que tener.
Por otra parte, como psicóloga en el estudio acerca de los procesos de la subjetividad en la vejez, considero importante destacar el valor de la autonomía en todas las esferas de la vida de la persona mayor, aun disponiendo de una red de apoyo familiar. A su vez, asistimos a un cambio generacional que expresa una nueva forma de envejecer y de participación.
Como persona mayor que también soy, vivencio esa existencia de muy diversas necesidades además del alimento básico y los medicamentos. Las personas mayores necesitamos seguir leyendo nuestro periódico, hablar por teléfono, contar con un cuidador o con un mensajero del barrio para los mandados si así lo necesitara, cortar el cabello, hacer visitas a la familia y a los amigos, trasladarnos y participar de actividades sociales, pasear, ir a una función de teatro, comprar una merienda ocasional, y hasta de pagar los datos móviles y acceder al internet, entre muchas otras alternativas de gastos, incluso de otros gastos para contingencias que ocurren en el hogar o en la salud.
Entonces, cabría preguntarse, ¿cuánto costaría subvencionar en lo posible la espiritualidad de las personas mayores? ¿Para cuáles bienes y servicios se puede contemplar una rebaja de % de entrada o del uso de un servicio? Desafios que no constituyan parte de los empeños en los actuales análisis de los casos puntuales vulnerables o críticos, sino desafios en la atención a la población adulta mayor en general, ante el nuevo contexto económico. Y todo ello, sépase que lo propongo con los pies en la tierra, y por supuesto, desde nuestra condición ciudadana del ahorro y de la situación económica que vive el mundo.
Sé que las personas mayores cubanas nunca estaremos desamparados, pero ¿cómo amparar la integralidad de la vida? Busquemos alternativas lo más viables posibles que permitan la continuidad de una vejez activa y participativa, pues sin dudas, ante situaciones límites siempre la prioridad estaría limitada a la compra de los alimentos. Creo que entre que se reajustan los altos precios amanecidos en este nuevo año, algunos de los cuales seguirán siendo altos, se podría también ir evaluando la tarea de bonificar posibles servicios, que permitan esa vejez activa y participativa.
Así, los que nos dedicamos al estudio y a la atención de este sector poblacional podremos seguir hablando de entornos amigables con las personas mayores, de las celebraciones correspondientes a la Década del Envejecimiento Saludable, del adulto mayor de nuevo tipo, en fin, de la calidad de vida y del bienestar en la vejez.
Finalmente he de enfatizar que las presentes reflexiones no parten de un criterio de pase de cuentas de lo que hicimos en el pasado, pues en lo personal no las pienso así, ni las practico. Soy del grupo de los que piensan que criamos una familia, trabajamos y participamos, dando lo mejor de sí a lo largo de nuestra larga vida, porque fue nuestro deseo y nuestro deber, sin esperar nada a cambio. La razón por la cual decido estas palabras es solo en el interés de seguir participando.
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