El Ballet Nacional de Cuba (BNC), Patrimonio Cultural de la Nación, que dirige la primera bailarina Viengsay Valdés, vuelve a la Sala «Avellaneda» del Teatro Nacional, del 6 al 9 de enero, con la reposición de un espectáculo de lujo, para evocar el aniversario 151 del natalicio del eminente músico alemán, Ludwig van Beethoven (1770-1827).
El programa artístico lo componen las obras Séptima Sinfonía (sentido homenaje al ilustre compositor germano), con coreografía del artista alemán Uwe Scholz (1958-2004), Love Fear Loss, con coreografía del artista brasileño Ricardo Amarante; dicha puesta incorpora tres canciones popularizadas por la genial diva francesa, Edith Piaf («el sinsonte parisino»), e Invierno, con coreografía de la artista insular Ely Regina Hernández, con música de Piotr I. Chaikovski, y la participación especial del pianista Marcos Madrigal, quien acompaña musicalmente a los bailarines que integran el elenco artístico de la emblemática compañía.
Al público nacional y foráneo, así como a los colegas de la prensa especializada que les dan cobertura periodística a dichas funciones, que cuentan con el respaldo musical de la Orquesta del Gran Teatro de La Habana «Alicia Alonso», jerarquizada por el maestro Yhovani Duarte, estoy seguro de que no les extraña en lo más mínimo que las primeras figuras, solistas y miembros del cuerpo de baile lleven al proscenio del coliseo capitalino obras contemporáneas y no clásicas, ya que están conscientes de la integralidad artística que caracteriza a esos carismáticos bailarines.
A tono con la integralidad artísticaque los distingue en cualquier escenario del orbe, no constituye un «secreto clasificado» el hecho de que los danzantes bailan con el cuerpo, la mente y el alma, y al mismo tiempo, convierten —con la maestría artístico-profesional que los identifica— los sentimientos, emociones u otros estados subjetivos del yo, en movimientos corporales, signados —fundamentalmente— por la limpieza, elegancia y naturalidad dignas del más cálido elogio, y que constituyen —sin duda alguna— punto focal o eje central de la danza contemporánea.
Por otra parte, las convincentes actuaciones de los bailarines enriquecen —desde una óptica estético-artística por excelencia— esas puestas en escena. Con apoyo en una bien dosificada utilización de los indicadores teórico-prácticos en que se estructura «el arte de las puntas», los danzantes demostraron que dominan dichos recursos técnico-interpretativos con gran seguridad yoica,y sobre todo, con respeto al estilo que las define, incluido —por supuesto— el indispensable ingrediente de cubanía que le aportan a cualquier manifestación danzaria.
Mientras presenciaba el óptimo desenvolvimiento escénico de los jóvenes valores de la danza caribeña y universal, acudieron a mi memoria poética unas emotivas palabras, pronunciadas por la prima ballerina assoluta Alicia Alonso (1920-2019), en respuesta a una pregunta que le formulara el poeta, escritor y cantautor, Amaury Pérez Vidal:
«Cuando yo bailaba [precisa la eximia ballerina] daba felicidad, alegría, y sobre todo, pensaba que estaba dando vida, porque como yo la sentía, yo la entregaba, y algo muy importante para mí, creo que [el ballet genera] belleza, un sentido de creatividad, un sueño […]».
No me asiste la más mínima duda de que los bailarines irradian al universo, no solo la energía positiva que los singulariza, sino también vida, alegría, belleza, para nutrir el intelecto y el espíritu de los espectadores, quienes premian la incondicional entrega de los integrantes del BNC al arte danzario con el cariño, el afecto y el respeto que ellos se merecen.
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