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En el acto de entrega de los carnés a los nuevos miembros de la Asociación de Cine, Radio y Televisión, que tuvo lugar en los jardines de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), tuve el privilegio de conversar «formalmente informal» —al decir del maestro Orlando Castellanos (1930-1998), Premio Nacional de Periodismo «José Martí»— con la locutora y periodista Rosalía Arnáez, quien presidiera dicha asociación hasta hace unos años, y a quien me unen estrechos vínculos de tipo profesional y afectivo-espiritual.
Mi interlocutora posee el título honorifico de Doctor Honoris Causa, otorgado por la Universidad Iberoamericana de México, y entregado por el senado del hermano país azteca.
A una pregunta inicial, relacionada con el medio que más la cautiva, Rosalía me contesta que es «la televisión, porque es un medio maravilloso por la posibilidad [que brinda] de conectarte con el mundo desde la imagen, aunque la radio siempre me atrajo. Tanto es así que hizo que alternara mi trabajo en la pequeña pantalla con el medio radial, conceptuado por el maestro Manolo Ortega (1921-2003), Premio Nacional de Televisión, como “sonido para ver”».
Si bien es la televisión su medio predilecto, precisa que, «en la actualidad, me desempeño como guionista y locutora en los espacios Antena Musical y Hogar del Tango, que salen al aire por las ondas de la emisora provincial COCO, El Periódico del Aire, donde comparto funciones de índole profesional con el escritor y locutor Ángel Manuel Pérez, mientras que la dirección está a cargo de la realizadora María Caridad del Monte».
A este cronista no le asiste la más mínima duda de que el carácter tierno y cariñoso, la proverbial gentileza y la sólida formación académica que recibiera Rosalía en las aulas de la Escuela de Periodismo de la Universidad de La Habana, especialista en el arte de comunicar, así como en la animación y conducción de programas radiales y televisivos, le permitieron establecer relaciones profesionales y afectivo-espirituales con excelentes colegas y amigos, quienes le han posibilitado crecer —al decir del genio martiano— «como las palmas […], como los pinos». No creo que a nadie —en su sano juicio— le quepa la más mínima duda al respecto.
Cuando indago acerca de cómo se autodefiniría, lo hace sin pensarlo dos veces: «me autodefino como romántica e idealista, dos calificativos de mi temperamento, si bien me han traído algunas desilusiones. En ocasiones [destaca] soy susceptible, pero fuerte, aprendí de mi madre a crecerme ante las dificultades».
Al explorar qué otra manifestación artística es su predilecta, confiesa que «la música, sobre todo el tango, lo cual no tiene explicación lógica ni psicológica, al menos para mí, me gusta, y considero que es maravillosa esa creación del sur de América, pero igual colecciono música criolla del Perú, y por supuesto, la música cubana de la trova al filin.
Tengo entendido que usted está escribiendo un texto sobre Didáctica de la Locución, a lo que —de inmediato— especifica: «en colaboración con la maestra Idania Martínez Grandales, trabajo en un libro didáctico de locución, que les servirá a quienes se inician en el desempeño de la profesión, tanto para estudio como para consulta, ya que se trata de una publicación fundamentada —básicamente— en el rigor científico-metodológico e investigativo, realizado con mucha seriedad, y en la que se repasan temas de acuerdo con los constantes cambios que se operan en el campo de la locución».
Por último, le sugiero que cierre esta entrevista de forma tal que no se le quede nada en el tintero. Con su amplia y sincera sonrisa, que acaricia el intelecto y el espíritu humanos, me dice: «solo darle las más expresivas gracias por este momento, que estoy segura quedará registrado con letras indelebles en nuestra memoria poética, y, además, por disfrutar de su cálida amistad, que me honra con creces».
