Hacer reír, pero con respeto y profesionalidad. Con esa frase paradigmática del escritor Alberto Luberta Noy (1931-2016), me agradaría ilustrar la entrevista que, con la gentileza que lo caracteriza en el medio artístico y fuera de él, me concediera el primerísimo actor Luis Silva, Premio Caricato de Actuación 2012.
Conversar con el también miembro de la Asociación de Artes Escénicas de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), es sinónimo de incursionar con seriedad y respeto en el campo del buen humor, auténtico y verdadero, donde mi interlocutor desempeña una función «clave» en el espacio estelar Vivir del cuento, que sale al aire —en horario estelar— por el Canal CubaVisión.
Luis Silva se graduó de la especialidad de Cibernética Matemática en la Universidad de La Habana, donde ejerciera la docencia superior. Sin embargo, su amor a la actuación y la conducción lo alejaron de las aulas de la capitalina casa de altos estudios, ya que no le era posible alternar las actividades artístico-profesionales con la labor docente-educativa.
No obstante, sus discípulos —que lo admiran y respetan— esperan que solo sea temporalmente; en consecuencia, aguardan el pronto regreso del profesor Silva a nuestra querida Alma Mater.
¿En qué momento de su vida se le despertó la vocación hacia la actuación, y concretamente, hacia el humor?
En honor a la verdad, ni para la actuación, y mucho menos para el humor, hubo ningún tipo de influencia genética o ambiental. Mis progenitores, así como los demás miembros de mi núcleo familiar, se dedicaban a otras ocupaciones, que nada tenían que ver con el «arte de las tablas».
La primera vez que me paré delante de un auditorio era muy pequeño. Estaba en el Círculo Infantil, donde un buen día me pusieron a bailar y a cantar. Eso fue hace tanto tiempo que mi memoria apenas registra ese hecho. Con doce años de edad, imitaba a mis profesores delante de toda la escuela secundaria básica, donde estudié durante mi adolescencia. Si bien estaba muy nervioso por enfrentarme al público, fue tanta la risa que generó en mis compañeros de estudio, que esa reacción favorable me cautivó, me atrapó, y me dio el impulso necesario para continuar profundizando en el arte de hacer reír. Ese fue mi despegue hasta llegar al personaje del «viejito Pánfilo».
Un buen día, usted decidió escribir y surgió el Monólogo del pan. ¿Podría explicar cuál fue la génesis de esa decisión?
En realidad, escribo muy poco. Hago mis monólogos, mis guiones humorísticos para presentarme ante los televidentes […]. Pero no soy un escritor de textos humorísticos o de escribir comedias enteras, ni hacer guiones para un espacio determinado. Me inclino ante quienes se dedican a dichos menesteres.
Le voy a poner un ejemplo: Vivir del cuento tiene sus escritores fijos. Pero tanto Mario Sardiñas («Chequera»), Ignacio Hernández («Nachi», el director), y yo («Pánfilo», el personaje que le rinde culto a la libreta de abastecimiento), generamos muchos chistes y situaciones hilarantes, que enriquecen cada capítulo del programa.
Por otra parte, no puedo negarle que he sido un hombre con suerte. Lo primero que escribí fue el Monólogo del pan (2001). Aunque usted no lo crea, ni en sueños podía pensar que a mi ópera prima se le iban a otorgar cuatro premios en el Festival Aquelarre de ese año.
Si usted estudió una carrera de ciencias exactas y no actuación, ¿Cómo fue que se llenó de coraje para despojarse del miedo escénico, y consecuentemente, evitar el ridículo en medio de un escenario?
El temor escénico (no miedo, porque este paraliza al hombre y a la mujer), es un leitmotiv que acompaña al actor durante toda su vida artístico-profesional. Jamás desaparece del todo, aunque —aparentemente— no lo exterioricemos. En cada presentación, en cada escena que grabas, aparece como un «fantasma» el temor al ridículo o a desempeñar un tremendo «papelazo» (como decimos en buen cubano).
Ese temor a no quedar bien, a que te salgan mal las cosas, a que al espectador no le agrade algo que hagas es —en mi opinión— inmanente al profesional de las artes escénicas.
¿Cómo fue que nació y creció el personaje de «Pánfilo»?
Por aquellos tiempos, percibía —desde mi yo, el auténtico, el verdadero— que no tenía, que no proyectaba la imagen de un humorista y no tenía cara de cómico. No me imagino cómo es la imagen clásica de un humorista, pero sentía que mi cara, mi aspecto físico era el de un joven común y corriente, no servía para desencadenar en el otro la risa, que tanta salud psíquica y espiritual le proporciona al ser humano.
Por esa razón, quise diseñar un personaje que estuviera muy distante de mí. Un personaje con mucha más edad de la que tengo (que no son tantos, como muchos creen cuando ven a «Pánfilo» en la pequeña pantalla o en cualquier otra actividad), con un estilo propio al andar, lleno de achaques, canoso, sin afeitar, zapatos rotos, pantalones extravagantes. Eso hice con plena conciencia de lo que quería lograr, y me salió tal y como lo había concebido mentalmente.
Estoy seguro de que soy mucho más simpático y ocurrente cuando estoy interpretando a «Pánfilo» que cuando soy Luis Silva, mi identidad única e irrepetible. Me parece que la diferencia es abismal. Desde luego, a partir de ahí el personaje comenzó a crecer, a adquirir cada vez más características de las personas de la tercera edad.
Me dediqué más a estudiar a los adultos mayores en la calle, los estanquillos de periódicos, en los bancos, donde hacen largas colas para cobrar su jubilación, así como en la bodega, donde compran la canasta básica mensual. «Pánfilo», por ejemplo, no es el mismo hoy que cuando apareció en pantalla por primera vez. Su historia se ha enriquecido ¡Y de qué manera!
¿Cómo y de qué forma Vivir del cuento ha influido en el desarrollo de «Pánfilo» y viceversa?
Como es obvio, Vivir del cuento ha sido el espacio ideal que le ha facilitado un gran desarrollo a mi personaje predilecto. Del 2008 hasta hoy, han transcurrido 15 años. Durante ese lapso, «Pánfilo» ha crecido desde los puntos de vista humano y espiritual.
Las situaciones inherentes al programa, los guiones, enredos y equívocos en que se ven inmersos los personajes, lo han consolidado. De ello, no tengo la más mínima duda. Por otra parte, han surgido vivencias que él lleva en lo más hondo de su mundo interior, y le aportan una caracterización y un entramado espiritual que lo convierten en alguien tan real como indestructible a la hora de reaccionar o improvisar en cualquier escenario. Y «Pánfilo», a su vez, le ha «inyectado» mucho más dinamismo al espacio. Tanto es así que, en la actualidad, goza de una gran teleaudiencia en el territorio nacional, según los resultados de encuestas realizadas por el Centro de Investigaciones Sociales del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT).
¿Cómo usted se las arregla para emitir sus opiniones acerca de temas candentes que afectan a nuestra sociedad?
Soy totalmente libre para expresar lo que quiero decir. Eso sí, con la dosis exacta y precisa de ética y respeto hacia las personas e instituciones que pudieran ser blanco de algunas críticas constructivas. Mi objetivo no es ofender o destruir la integridad de nadie, porque todos somos seres humanos, por consiguiente, podemos cometer errores.
Pánfilo» ha dado su opinión sobre temas sencillos o azarosos. Y eso no es solo un logro mío, sino de todo el equipo de realización de Vivir del cuento. Cada mensaje que se pone en boca de mi personaje se analiza in extenso, son valoradas las posibles interpretaciones de que pudiera ser objeto, y si es capaz de generar alguna tergiversación o no.
Para ello, empleamos herramientas propias del buen humor: el doble sentido, el cambio brusco de ritmo, la sutileza, la sorpresa, las transiciones cortadas, y sobre todo, un fuerte uso de la lengua española y su rica gramática. En este momento, mi memoria evoca un aforismo martiano: «El uso esmerado y oportuno del lenguaje fortalece la mente y acaricia el espíritu».
Hemos sido capaces de «jugar con candela» sin que —hasta ahora— nos hayamos «quemado», tratar temas hasta cierto punto tabúes en un espacio humorístico de la televisión cubana. Hemos hecho chistes con las antenas (todo el mundo sabe cuáles son), con las escaseces, con el éxodo al exterior. Pero de una manera fina, bien hilvanada, dibujada a mano para no herir susceptibilidades.
En su opinión, ¿cómo valoraría usted el humor que hoy se hace en los medios y fuera de ellos?
Ante todo, le diré que hay humoristas y humoristas, y si usted me lo permite, le voy a contestar esa pregunta con una frase antológica de la primerísima actriz María de los Ángeles Santana (1914-2011): «Cualquiera puede hacer llorar, pero hacer reír solo quien sea un verdadero actor humorístico». Me parece que esa frase de la inolvidable «doña Remigia», la alcaldesa del estelar espacio televisivo San Nicolás del Peladero, responde dicha interrogante, en todas y cada una de sus partes.
Como maestro que es y seguirá siendo, ¿qué les recomendaría a los jóvenes actores y actrices que comienzan a dar los primeros pasos en el difícil arte de hacer reír?
Que sean ellos mismos y no traten de imitar a nadie, ni siquiera a sus maestros o mentores, quienes desempeñan una función básica indispensable en su formación profesional, ya que son ellos los que les enseñan los recursos técnico-expresivos para llevarlos, posteriormente, a un escenario (sea cual fuere), y además, les permiten descubrir —a través del ejemplo, en el aula y fuera de ella— los valores éticos, ideo-estético-artísticos, humanos y espirituales en que se estructura la personalidad de un actor integral.
Cualquier medio de comunicación deviene el contexto idóneo para demostrar las aptitudes artísticas, y concretamente, las humorísticas, si es que las poseen. Estudiar, trabajar, respetar al espectador, ser sencillos y humildes, darlo todo a cambio de nada. Esas son —en apretada síntesis— mis recomendaciones, las cuales recogen lo fundamental de mi vigente código ético en el ejercicio de esta profesión, ya que amo con todas las fuerzas de mi ser la actuación, las Matemáticas y la Informática.
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