Los sepulcros que guardan los restos de los mártires del asalto al Cuartel Moncada el 26 de julio de 1953, en el cementerio patrimonial de Santa Ifigenia, son la huella humana más visible y dolorosa de aquella gesta protagonizada por jóvenes al mando de Fidel Castro.
Un sentido testimonio de la combatiente clandestina Gloria Cuadras evoca la barbarie con que fueron tratados los cuerpos sin vida de los atacantes, a los que sepultaron sin ningún recato en nueve fosas comunes y sin ser apenas identificados. Solo la devoción patriótica de ella, de su esposo Amaro Iglesias y otros revolucionarios santiagueros impidió que se consumara la atrocidad.
Enfrentando la represión despiadada que se desató tras el ataque, ellos lograron rescatar las sepulturas y colocar cruces de madera con los nombres que les daban al menos un viso de dignidad. Al enterarse del gesto, fueron varias las familias de los caídos que lo agradecieron por siempre.
En simbólica conjunción, el monumento erigido después del triunfo de la Revolución a ‘los muchachos del Moncada’ se ubica en las inmediaciones, también, del Mausoleo a José Martí, declarado como el autor intelectual de la gesta en la que ellos ofrendaron la plenitud de sus existencias.
Las trazas heroicas del intento armado por tomar la segunda fortaleza militar del país trascienden al propio enclave castrense y se extienden a varios lugares que recuerdan los sitios de hospedaje, los preparativos, de refugio ante el acoso de los soldados, del encarcelamiento y las acciones judiciales que le sucedieron.
LOS KILÓMETROS PARA LA INMORTALIDAD
Alrededor de 14 kilómetros separan al actual Museo Granjita Siboney, en la carretera desde esta ciudad hasta la playa homónima, del antiguo Cuartel Moncada, a su vez también devenido muestrario histórico del acontecimiento y sede de la ciudad escolar nombrada con la fecha.
Con su aspecto bucólico y sereno y la fachada de que estaba dedicada a la cría de pollos, la pequeña hacienda sirvió de campamento a los futuros atacantes, quienes salieron de allí en las horas oscuras de la madrugada dispuestos a jugarse ‘el todo por el todo’.
Consagrados a la memoria de los jóvenes asaltantes fueron construidos a ambos lados de la vía, en el mismo trayecto que siguieron entonces, modestos monumentos, varios de ellos situados en las numerosas elevaciones que caracterizan la topografía de las estribaciones de la exuberante cordillera de la Gran Piedra.
Alrededor de la enorme fortaleza, el Palacio de Justicia y el otrora Hospital Civil Saturnino Lora componen los otros dos objetivos principales de aquel día: el primero mantiene sus funciones primigenias y en las estructuras remanentes del nosocomio funciona el parque-museo Abel Santamaría, nombre del segundo jefe de la acción.
Más allá de esos sitios sagrados, el antiguo Vivac Municipal, la cárcel situada en el corazón de la ciudad, evoca la presencia de Fidel Castro allí tras ser arrestado en el vara en tierra del lomerío, una operación de la que salió con vida gracias a la nobleza del teniente Pedro Sarría Tartabull.
Hasta ese punto intrincado había llegado en el afán de sortear la búsqueda sin tregua del ejército del dictador Batista.
De aquellos momentos en la penitenciaría, una instantánea del fotógrafo santiaguero Ernesto Ocaña fijó para siempre el rostro del joven jurista, recortado con la del Héroe Nacional detrás, como una de las más reveladoras e impactantes de la historia de Cuba.
El juicio por los sucesos del Moncada comenzó el 21 de septiembre en el mismo Palacio de Justicia que trataron de tomar los atacantes, en medio del tenso ambiente que siguió al 26 de julio. Gloria Cuadras, uno de los pocos y excepcionales asistentes, evocó como una falta de respeto a la legalidad y al tribunal que hubiera esposas en las manos de los acusados.
Los aplausos de algunos de los presentes que acogieron la respuesta del líder de la acción, quien asumió su defensa como abogado, al proclamar a José Martí como el autor intelectual de la osadía, fue para ella uno de los recuerdos imborrables de esas jornadas.
Ante una estratagema del régimen que intentó excluirlo de las sesiones aduciendo falsamente que estaba enfermo, fueron pospuestas y trasladadas para la salita de enfermeras del hospital Saturnino Lora las correspondientes al máximo responsable de la acción.
De esta manera, aislando a Fidel Castro, pretendieron acallarlo: el 16 de octubre pronunció en aquel espacio minúsculo y ante un reducido grupo de personas el alegato de autodefensa en el que trazó el terrible panorama económico y social de la nación y la urgencia de transformarlo. La frase pronunciada entonces fue el aldabonazo que todavía se escucha: Condenadme, no importa, la historia me absolverá.
Texto: Martha Cabrales Arias
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