Desde que —hace más de dos décadas— comencé a incursionar en el campo de la crítica artístico-literaria, así como en el periodismo cultural, no había visto en la pantalla chica una telenovela de producción nacional o foránea, que destacara tanto y en tan creciente medida los valores éticos, estético-artísticos, humanos y espirituales que pueden descubrirse a través de la lectura de un buen libro.
La telenovela brasileña Suerte de vivir, con guión de los escritores Rosane Svartman y Paulo Halm, que salió al aire por el Canal CubaVisión los martes, jueves y sábados, es la excepción, ya que la trama principal y la acción dramática de dicho dramatizado giran alrededor del placer intelectual y espiritual que produce la lectura de una obra del gigante suramericano o de cualquier otro país del orbe cultural.
No soy el único en hacer tal observación, también la hicieron los críticos y periodistas culturales Pedro de la Hoz, vicepresidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en el diario Granma, y Yuris Nórido, presidente de la sección de Crítica e Investigación de la Asociación de Artes Escénicas de la UNEAC, en el semanario Trabajadores. Dichos colegas destacaron las indiscutibles virtudes de ese audiovisual, y además, libraron desde la prensa plana un llamamiento urgente a los telespectadores a buscar y encontrar en la «magia» de la lectura la riqueza espiritual que fluye de sus páginas, cual «agua cristalina que corre por los ríos subterráneos del alma humana», al decir del genio martiano.
El primerísimo actor Antonio Fagundes, quien le presta piel y alma al editor «Alberto Prado Monteiro», personaje principal de la telenovela, deviene un amante apasionado de la buena lectura, de las letras brasileñas y universales, así como de los autores cariocas o extranjeros, que —cual leitmotiv— desfilan por la pequeña pantalla durante los 120 capítulos en que se estructura ese audiovisual, donde no escapan a la aguda inteligencia del gerente de la editorial Prado Monteiro los más disímiles géneros literarios: poesía, novela, cuento, por solo citar los más significativos.
«Don Alberto» escoge para él el personaje de «Don Quijote» y les asigna a los seres queridos («Naná», «Marcos», la nieta «Sofía» y «Paloma»), personajes literarios clásicos, como es —por ejemplo— el caso de «Paloma» (Grazi Massafera, quien por medio de «ensoñaciones» (o «soñar despierto»), les daba «vida» en el set a los personajes creados por su fértil imaginación y fantasía, dignas del más cálido elogio.
Los años que estuvo en el plano terrenal el personaje protagónico de la telenovela Suerte de vivir comprendió —con meridiana claridad— la relación íntima y estrecha entre literatura, crecimiento humano y espiritual, convicciones éticas e integridad vital; vínculo que se establece —sin duda alguna— a través del amor a la lectura y al libro.
Con independencia de los valores estético-artísticos que puedan reconocérsele a ese dramatizado, me parece que este es el contexto idóneo para reflexionar acerca de la utilidad de la lectura como vía expedita para el desarrollo humano y espiritual del «soberano de la creación».
El aforismo martiano «leer es crecer» fue el factor motivacional que me aguijoneara la mente y el alma, y consecuentemente, me decidiera a escribir esta crónica, dedicada —en lo fundamental— a destacar la importancia del mensaje ético-humanista y cultural, que le transmite al televidente el audiovisual Suerte de vivir.
Para el fundador del periódico Patria, los «libros consuelan, calman, preparan, enriquecen y redimen», porque alimentan el intelecto y el espíritu del lector y lo enseñan a «tener talento, que no es otra cosa que tener bondad y buen corazón».
El poeta mayor de la patria grande latinoamericana estima que sólo deben « […] publicarse […] los libros briosos y activos, que fortifican y abren paso […]». «Un libro, aunque sea de mente ajena, parece como nacido de uno mismo, y se siente uno como mejorado y agradado con [la lectura de] cada libro nuevo […], que es piedra nueva en el altar de nuestra raza».
Desde la óptica martiana, « […] el mérito […] del libro está en la energía singular que, sin lastimar el buen juicio del lector, mantiene hasta la última página una curiosidad legítima».
Por otra parte, «hay libros en que parece que va acuñado el corazón, y hecho páginas y letras, donde se ve agonizar la esperanza y sangrar la vida». De acuerdo con el Apóstol, «un libro […] es siempre un motivo de alegría, una verdad que nos sale al paso, un amigo que nos espera [y no nos traiciona], la eternidad que se nos adelanta, una ráfaga divina que viene a posarse en nuestra mente».
La lectura de un buen libro ennoblece el alma y acaricia la razón, porque es «[…] ameno como la historia, e interesante, como todo lo que se ve a la luz de bastidores». Y, además, presta un valioso servicio, ya que nos hace meditar o hacer silencio interior para escuchar los sonidos que emite nuestro yo, el auténtico, el verdadero.
El más universal de los cubanos descubre la «poesía mayor» en los libros de ciencia, la cual recomienda poner en lengua diaria para hacer un «bien que muy pocos hacen», y que la humanidad necesita, al igual que la libertad de pensamiento y de espíritu.
¿Se decide, estimado lector, a buscar —a partir de ahora— ese tesoro de sabiduría y espiritualidad que sólo se halla en las páginas de un buen texto literario?
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