Las circunstancias diarias, desde hace varias semanas, adquieren mundialmente una inusual naturaleza. Y como hablamos en términos globales, nuestra patria, nuestra sociedad está también aquejada por la pandemia de un nuevo coronavirus que ha convertido la geografía humana en víctima global de una catástrofe. Como si dijéramos: bajo la erupción de un volcán enorme, pero de un tamaño microscópico.
Lo sabemos. Como sabemos que la situación pandémica afecta a la sociedad cubana. Y también sabemos que podemos quejarnos de la enfermedad llamada abreviadamente Covid 19, pero no sería justo quejarnos de nuestro país. Es evidente que las entidades de la salud pública de nuestro Gobierno han decidido medidas terapéuticas y de protección contra esta enfermedad que ha sorprendido a la sociedad humana toda.
Por supuesto, no hablo para dar a conocer lo sabido. Hablo, como periodista urgido por la situación actual y el destino de mi pueblo, de tu pueblo, de nuestro pueblo, compatriotas. Y hablo para pedir atención sobre la circunstancia nacional y planetaria. Juzgada objetivamente, nuestra situación no se parece en gravedad, digamos por ejemplo, a la de nuestro enorme, poderoso y cercano vecino, Estados Unidos, donde residen también cubanos, además de compatriotas, familiares de cualquiera de nosotros.
Hablo, en suma, para hacer recordar que el vivir reserva siempre peligros. Y que nuestro deber es acompañar con nuestra disciplina y nuestra percepción de riesgo, a las medidas que los órganos y organismos del Gobierno han dictado para atenuar el daño a la salud de los cubanos.
Por tanto, parece inconcebible que algunos ciudadanos, liberados por estos días del trabajo o de los estudios, anden sin ningún propósito por las calles, como si estuvieran de vacaciones. A primera vista, carecen de la percepción del riesgo que implica esta enfermedad.
No lo dudo: podremos contraer el nuevo coronavirus sin que medie nuestra voluntad. ¿Quién quiere enfermarse y asumir riesgos contra la vida? Nadie. Aunque la experiencia cotidiana de ver personas sin un propósito justificable en las calles, confirma que, aún para ciertos cubanos, la escuela, el saber, la educación no componen un arsenal para vivir y menos para convivir.
Mis palabras llaman a la reflexión. Aunque un sistema de salud nos protege y emplea los medios para curar nuestras enfermedades, sin agotar los recursos, el primer responsable de nuestra salud, incluso de la salud de la sociedad cubana, es uno mismo, el ciudadano. La responsabilidad social no es un término abstracto. Concretamente comienza con el individuo y continúa en la familia, en la comunidad y en la nación.
Por tanto, tengamos en cuenta las circunstancias. Los días actuales no son iguales a los de hace cuatro o cinco semanas. Con los meses recientes surgió un mal que ya estremece al planeta. Y nosotros no podemos permitirnos ser una hoja al viento, o una brizna que cae entre las mandíbulas de un virus invisible que daña nuestra salud o quiebra nuestra vida. Somos, sobretodo, seres humanos con formación ética y seguridad social. Y por ello estamos obligados a amar y defender la vida en cualquier circunstancia. Sí, tengámoslo presente.
(Un comentario de Luis Sexto)
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